El Cordobés presenta una demanda de paternidad contra su supuesto padre
El torero asegura que ha tomado la decisión pensando en sus hijos. "Siento un gran vacío y no quiero morirme con él", ha dicho
Le gustaría que todo acabara, por fin, en un abrazo, pero está convencido de que la reconciliación no será posible; de cualquier modo, quiere dejar de ser el presunto hijo de Manuel Benítez El Cordobés. Ese es el motivo por el que Manuel Díaz, conocido en el mundo taurino con el mismo apelativo que su supuesto padre, ha presentado en los juzgados de Córdoba una demanda de paternidad contra el revolucionario torero de los años sesenta, con quien guarda un asombroso parecido físico.
Así lo cuenta el último número de la revista ¡Hola!, en la que el diestro aparece con un rictus serio, y reflexiona sobre sus raíces, la decepción ante un encuentro siempre soñado y nunca hecho realidad y el deseo de cerrar uno de los capítulos más tristes de su vida. Dice que no le guía ni el rencor ni la herencia, sino la necesidad como ser humano de conocer su origen. "Soy un hombre de paz", asegura. "No puedo odiar a quien no he amado, y por quien solo siento respeto y admiración, pero este es el momento de conseguir el logro más importante y real de mi vida", añade el torero, de 47 años.
"La paciencia se acaba", afirma Manuel Díaz, quien reconoce que le hubiera bastado con un encuentro privado, pero la permanente negativa de su supuesto padre a reconocer los hechos y rumores de zancadillas en su carrera taurina le han llevado a presentar la demanda. "La gota que ha colmado el vaso se produjo el otro día cuando entrevistaban a Benítez en televisión y, al preguntarle por mí, se apartó como si fuera el demonio. '¿Por qué tu padre no quiere hablar de ti?', me dijeron mis hijos. Fue muy fuerte. Este es el peor momento de mi vida; siento un gran vacío y no quiero morirme con él", concluye.
Así, el pasado 1 de diciembre presentó en los juzgados cordobeses la documentación necesaria, acompañada de varias pruebas, entre ellas un análisis de ADN realizado a raíz de una servilleta de papel con la que El Cordobés padre se habría limpiado los labios tras beber un vaso de agua en un hostal en el término de Almodóvar del Río. "El resultado es que, en un 99,9% de probabilidades, soy hijo de ese señor".
Si el proceso judicial llega a buen término, como espera el demandante, se cerraría una historia sentimental con aires de culebrón en la que un torero famoso y ocurrente seduce a una chica humilde, joven y guapa, que trabajaba como asistenta en Madrid. De aquella relación nace un niño a quien su padre conoce siendo aún un bebé y le deja como recuerdos un reloj de oro y un puñado de billetes verdes en el faldón.
Aquel hijo, nacido el 30 de junio de 1968, toma los apellidos de su madre, Díaz González, se cría con su abuela en Jaén, es el mayor de siete hermanos, y siente la llamada de los toros.
Por azares del destino estaba en la plaza de Pozoblanco el 26 de septiembre de 1984, y Paquirri le brindó un toro minutos antes de morir. Disfrutó de una exitosa carrera novilleril y se ganó una alternativa de lujo en plena Feria de Abril de Sevilla del año 1993. Dos de las grandes figuras del momento, Curro Romero y Espartaco, lo acompañaron en una circunstancia tan trascendental en su carrera profesional.
Para entonces, España entera conocía la travesía personal de un torerillo idéntico al famoso Cordobés, rubio, simpático, divertido, cercano y sencillo, que poseía dotes naturales para el toreo clásico, pero que prefirió seguir la senda populista y bullanguera de su supuesto padre.
Manuel Díaz El Cordobés no ha conseguido ser figura de la tauromaquia, pero sí se ha hecho a sí mismo un hombre respetable y un torero popular, que, aunque no frecuenta las plazas de responsabilidad, cuenta con el cariño de los públicos.
Es verdad, no obstante, que no ha vivido de la renta de su particular culebrón familiar, que ahora pretende poner en orden. En el fondo, pretende que sus hijos, Alba, nacida de su matrimonio con Vicky Martín Berrocal, y Manuel y Triana, fruto de su unión con la venezolana Virginia Troconis, tengan un abuelo, y él, un padre, "a quien admiro e idolatro".
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