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Masculinidades, género y cine

Tal vez como algunos de los protagonistas de la película Una pistola en cada mano, de Cesc Gay, a estas alturas algunos hombres estamos descubriendo que tenemos “género”, es decir, que hemos llegado a ser no porque la Naturaleza haya impreso en nosotros un determinado carácter sino porque hemos sido socializados bajo una cultura patriarcal que nos marcaba el camino a seguir. Haciendo nuestro el clásico de Simone de Beauvoir, los hombres, al igual que las mujeres, no nacemos sino que nos hacemos. Lo que ocurre es que, a diferencia de ellas, hemos sido la parte privilegiada del “contrato social”, los sujetos activos del poder y de los derechos, de ahí que no hayamos tenido históricamente la necesidad de cuestionarnos nuestro lugar en el mundo. Algo que las mujeres llevan haciendo siglos, lo cual ha generado no solo un movimiento político y social, sino todo un marco teórico – el feminismo – que es una propuesta crítica y emancipación.

Los hombres debemos empezar a mirarnos en el espejo y a despojarnos de las sucesivas “máscaras” con las que el patriarcado nos ha ido revistiendo. Todo ello mientras dejamos de mirar a las mujeres reflejadas en el espejo que la masculinidad ha sostenido para ellas. Un proceso que no será fácil porque implicará en muchos casos renunciar a privilegios, poner en cuestión hábitos e identidades y, sobre todo, poner las bases para un nuevo reparto de poder en nuestras sociedades. En dicho proceso no solo han de ser esenciales las alianzas con las mujeres, sino que también será fundamental el bagaje teórico y crítico aportado por la teoría feminista. En ella encontraremos muchas de las claves para la deconstrucción del modelo político, jurídico y cultural que habitamos, así como para una construcción diversa de las identidades y la convivencia.

Es necesario replantear el modelo de ciudadanía y de ejercicio del poder, lo cual supone por tanto revisar el “contrato social” que ha servido de fundamento a unos sistemas constitucionales que política y jurídicamente se construyeron sobre tres presupuestos: 1º) la división entre lo público y lo privado; 2º) la identificación de lo masculino con lo universal y con el ejercicio del poder; 3º) la reclusión de las mujeres en lo privado con un estatuto de subordinación. Estos elementos han contribuido a mantener los vínculos jerárquicos que supone la masculinidad.

Hay que impugnar pues el binomio masculinidad/ciudadanía, superar los esquemas androcéntricos y liquidar la violencia estructural y simbólica que tiene como principales víctimas a las mujeres. Todo ello habrá de conducir además a una nueva manera de relacionarnos con los “otros”, a un abandono progresivo de la racionalidad entendida en términos masculinos y a una profundización progresiva en el principio de igualdad.

Este proceso, que habrá de modificar los patrones de un sistema jurídico hecho a imagen y semejanza del varón, y que efectivamente ha sufrido una evolución en el siglo XX para incorporar a las mujeres como sujetos de derechos, ha de incidir de manera especial en el orden cultural que sigue alimentado el patriarcado. Es decir, un orden cultural que sigue reproduciendo roles y estereotipos, que sigue mostrando la diferenciación jerárquica entre hombres y mujeres, que continúa apostando por una masculinidad hegemónica y que, en gran medida, continúa siendo deudor del binomio hombre activo, sujeto y productor/ mujer pasiva, objeto y reproductora. O lo que es lo mismo, un orden cultural que sigue marcado por el sistema sexo/género y que se refleja, por ejemplo, en los diversos instrumentos que nos socializan. Pensemos en como los medios de comunicación, la publicidad, las nuevas tecnologías, continúan siendo todavía hoy deudoras de unos esquemas patriarcales que reproducen y por lo tanto alimentan. Ello, obviamente, provoca un efecto perverso en las nuevas generaciones, las cuales, por una parte, a través de la educación formalizada son educadas en y para la igualdad, aunque no siempre de manera completa y satisfactoria, pero por otra no dejan de recibir mensajes que los/as alientan a continuar siendo los hombres y las mujeres de siempre. Incluso en ocasiones parece que asistiéramos a un recrudecimiento de dichos mensajes, como sucede con la permanente y agresiva sexualización del cuerpo de las mujeres en ámbitos como la publicidad.

Debemos pues mirar con ojos críticos, con las “gafas violetas” del feminismo, la cultura en la que estamos inmersos, no solo para detectar en ella los obstáculos que debemos superar sino también para hallar pautas que nos indiquen los nuevos caminos a seguir. En esta tarea, el cine puede sernos de gran utilidad en cuanto que ha sido siempre un escenario privilegiado para la recreación de tipos humanos, espejo mediante el que nos hemos visto a nosotros mismos y ventana por la que hemos mirado a los demás. Por tanto, también en la pantalla encontramos permanentes referencias a las subjetividades masculina y femenina, a las relaciones entre ambas y, en definitiva, a los patrones de género que nos socializan y con frecuencia nos esclavizan. Constituye el cine pues una herramienta socializadora de primera magnitud, en cuanto testimonio de una cultura pero también en cuanto pretexto para los debates que se proponen superarla. De ahí que sea un aliado esencial en la propuesta urgente de revisar la masculinidad patriarcal.

En La igualdad en rodaje: Masculinidades, género y cine me propongo, usando como referencia el cine, analizar críticamente la construcción político-cultural de lo masculino y buscar el rastro de alternativas y disidencias. No pretendo hacer un repaso exhaustivo de la historia del cine ni agotar por supuesto todo lo que el siglo XX nos ofreció en las pantallas desde una perspectiva de género. Mi objetivo es mucho más modesto. Se trata de seleccionar algunas películas, la mayoría de ellas recientes, que nos plantean otras referencias masculinas, que muestran la crisis de la tradicional y hegemónica y que pueden, en definitiva, servir de pretexto para someter a crítica las cláusulas de un contrato sobre el que edificamos nuestros sistemas constitucionales y las democracias contemporáneas.

Como toda elección, la mía es subjetiva y por tanto discutible. Es decir, las películas elegidas para ilustrar este texto son aquellas que al autor le han hecho reflexionar sobre sí mismo, sobre la construcción de su identidad y sobre sus relaciones con los demás hombres y con las mujeres. Y muy especialmente están todas las que ha traspasado el filtro meramente racional y han puesto en alerta esos nervios que suponen las emociones. Otras muchas, sin duda, podrían ilustrar, incluso mejor, los temas que planteo. Queda abierta pues la puerta a que estas páginas sean completadas con otras en las que el foco sea puesto en más películas, historias y personajes con los que sea posible establecer un diálogo desde la perspectiva del género. Unas películas cuyo visionado y posterior reflexión con dicha perspectiva nos puede servir para cuestionar los roles que el cine, y la vida, nos ha impuesto.

Me planteo este recorrido desde el reconocimiento de la doble función que entiendo cumple el cine. De una parte, es el espejo de la realidad y del orden cultural y simbólico que habitamos. De otra, dada su proyección socializadora, es un magnífico instrumento para someter a crítica y revisión los parámetros en función de los cuales seguimos haciéndonos hombres y mujeres, es decir, para interpelarnos. Esta doble función, en relación al tema que nos ocupa, debe partir necesariamente del carácter todavía fuertemente masculinizado de la industria cinematográfica y de la continuidad en la pantalla de unos roles y estereotipos que subrayan lo masculino y devalúan lo femenino.

Por lo tanto, espero que las películas propuestas y los comentarios que las acompañan puedan servir al lector o lectora para, en primer lugar, ver reflejado un orden cultural, pero también, y principalmente, como palanca mediante la cual hacer saltar los engranajes de un universo simbólico y político hecho a imagen y semejanza de solo una mitad de la Humanidad. Con ese ánimo provocador, y emancipador, inicio este viaje al que invito a lectores/as y espectadores/as a que se coloquen sus gafas violetas para que, como si en una sesión de cine en tres dimensiones se tratara, veamos las películas con una mirada de género, es decir, con una mirada que tenga en cuenta tres dimensiones:1ª) la construcción cultural de lo masculino como mitad universalizada, 2ª) la de lo femenino como mita subordinada, 3ª) y la de las relaciones de poder que durante siglos se han prorrogado entre una y otra.

Este texto es una selección del capítulo 'Unas gafas violetas para ver cine en tres dimensiones', del libro La igualdad en rodaje. Masculinidades, género y cine de Octavio Salazar Benítez. Tirant lo Blanch, Valencia, 2015.

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