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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Jubilen a Mas

La CUP humilla a Convergència, que debería reaccionar soltando su lastre

Miembros de la CUP, durante la votación de ayer.
Miembros de la CUP, durante la votación de ayer.JOSEP LAGO (AFP)

La antisistema Candidatura de Unidad Popular (CUP) se mostró ayer incapaz, juntamente con sus asociados, de reentronizar o descabalgar al presidente en funciones de la Generalitat, el conservador Artur Mas, de su carrera a encabezar de nuevo y por tercera vez la institución del autogobierno catalán. Partidarios y detractores empataron en una votación de infarto.

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Lo hicieron de manera muy significativa: en una larguísima asamblea con aproximadamente 3.000 asistentes (la asistencia fue variando); en la jornada en que se cumplían tres meses desde las elecciones autonómicas del 27-S; y cosechando un resultado imposible.

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La decisión fue triplemente simbólica. Primero, por el inusual método asambleario empleado, que visualizaba la dependencia del aspirante —por propia voluntad expresada en una detallada oferta programática— no tanto de unas elecciones representativas con millones de votantes cuanto de la opción de varios centenares de personas. Al cabo, la votación constituyó una inapelable metáfora de la ineficacia del asambleísmo frente a la democracia representativa.

Segundo, por el transcurso de un tiempo récord de falta de gobierno en Cataluña, aunque en este caso su incomparecencia ante los problemas urgentes apenas añadió sino gravedad a la ineficacia del Gobierno precedente, y en funciones.

Y tercero, porque el cuasi empate de la votación demuestra que bajo el mandato de Artur Mas la regla de la división, la fractura, la fragmentación y el encono practicadas por el presidente y su equipo han conseguido difundirse hasta imponerse en prácticamente todos los partidos e instituciones.

El tragicómico espectáculo que representa un político del área liberal-conservadora sometiéndose de forma genuflexa, incoherente y atrabiliaria a los deseos (e imposiciones programáticas) de una formación radical anticapitalista dice muy poco de aquél, bastante de la habilidad táctica de ésta y todo de la inanidad en sus procedimientos de toma de decisiones: la decisión final la tomarán ahora unos cuantos dirigentes de la CUP en un Consejo Político escasamente regulado y de funcionamiento tan convencional como los de la política clásica.

De momento se han dilapidado tres meses y el juego ha quedado suspendido unos días por un resultado sorprendente y mordaz. Pero ya casi nada debería sorprender de lo que venga relacionado con el personaje de trayectoria más nimia, irresponsable y frívola de cuantos se han producido en Cataluña desde al menos la Transición. Para sacarla del embrollo, la parálisis y el creciente desprestigio acumulados en su etapa se necesitarán nuevas elecciones. En realidad, casi es indiferente que se produzcan en marzo, si la CUP acaba rechazando a Mas, como unos meses después, cuando se revele imposible un Gobierno —de los suyos con los antisistema— que sería incapaz incluso de redactar un presupuesto.

A los ciudadanos quizá no les perjudique ninguna de ambas salidas. A quien acabará arruinando cualquier prórroga es al futuro del nacionalismo antes moderado. Sería coherente que fuese este quien cuanto antes jubilase a Mas.

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