La tarea de los socialistas
La unidad del PSOE es vital para que pueda ocupar un papel central
A medida que transcurren los días la mirada de las combinaciones políticas se ha ido dirigiendo con más insistencia hacia la opción por la que podría pasar cualquier solución de estabilidad para este país tras las elecciones generales del 20 de diciembre. Esa opción no es otra que el Partido Socialista Obrero Español, sin cuyo concurso parece imposible un Gobierno de cualquier signo a partir de los datos electorales y de los escaños conseguidos por cada una de las fuerzas que concurrieron a los comicios.
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Ya dijimos en su momento que no es al PSOE, sino al Partido Popular, el partido más votado, al que le corresponde primero intentar la formación de Gobierno, y que cualquier otra iniciativa debe de esperar primero a que el presidente en funciones, Mariano Rajoy certifique que no es capaz de encontrar una mayoría que le permita continuar en el poder, lo que no se puede descartar de entrada.
Nuestra insistencia en que se cumplan las etapas previstas en esta democracia, en que se avance paso a paso, tiene el propósito de dar mayor legitimidad a cualquier solución que finalmente se alcance. Toda precipitación en la formación de alianzas puede dejar una sensación de maniobra extrademocrática que debilite el Gobierno que surja. Dicho en otras palabras: nadie puede obligar al PSOE a dar ya sus votos al PP con la excusa de la necesaria estabilidad sin permitir que antes cada uno de los dos mayores grupos parlamentarios busque sus propias mayorías.
Precisado este contexto, es cierto que el PSOE es una pieza capital. Los socialistas se enfrentan a la realidad de no haber obtenido en absoluto un buen resultado en las urnas, lo cual ha destapado las tensiones internas aplazadas por causa de elecciones. Esto obliga a mirar con atención lo que sucede dentro de ese partido, que mañana afronta una delicada reunión de su comité federal tras un cruce de declaraciones críticas entre sus dirigentes.
Parece existir un grado de acuerdo muy elevado sobre el rechazo a apoyar la investidura de Rajoy, en primera y en segunda instancia, en coherencia con el compromiso electoral. También se han manifestado reticencias internas muy serias a cualquier intento de negociar con Podemos, al menos mientras Pablo Iglesias exija el referéndum que él defiende para Cataluña.
Pero la presidenta andaluza, Susana Díaz, y otros barones territoriales del PSOE se oponen a que Pedro Sánchez tenga margen para negociar ese asunto. Y el propio secretario general trata de reducir las tensiones al asegurar que jamás negociará algo que ponga en juego la unidad de España.
Los dirigentes socialistas no deberían propiciar una ruptura interna ni anticipar en exceso los pasos que deben recorrerse hasta las votaciones de investidura. Ni el secretario general tiene que actuar por medio de hechos consumados ni los dirigentes territoriales deben exacerbar las tensiones de modo que se comprometa la presencia del PSOE en el sistema político español. Hay que tener cuidado para no dar pasos en falso.
Es verdad que su situación es difícil a causa de los zarpazos electorales que Podemos y Ciudadanos han propinado al antiguo electorado socialista —sobre todo el primero de ellos—, lo cual plantea al PSOE una competencia inédita desde la recuperación de la democracia en España. De ahí la necesidad absoluta que tiene este partido de definir un proyecto autónomo, sin el cual tendrá mayores problemas para enfrentarse con éxito a sus potentes competidores en una eventual repetición de las elecciones, mande quien mande en el PSOE y cualquiera que fuese su candidato en esa circunstancia.
A los ciudadanos, en cualquier caso, les interesan menos las luchas por el poder interno que aclarar si el PSOE continúa siendo un partido esencial de Gobierno, y si colectivamente tiene verdadera voluntad de ocupar una posición central en los intentos de dar estabilidad política a este país.
Pedro Sánchez necesita contar con los dirigentes territoriales, y estos no ganan nada desestabilizando al secretario general como si estuvieran ya en la última casilla antes de la repetición de elecciones y de la celebración de un congreso en el que, ahí sí, habrá de dirimirse la batalla por el poder interno. Hace falta un PSOE fuerte y no dividido en luchas intestinas.
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