Cavilaciones de un novato en Japón
Japón era uno de esos países clásicos de todo viajero que sin embargo seguía siendo un espacio en blanco en mi currículo. Así que nada, decidí que ya era hora de rellenar ese hueco. Y hoy os escribo desde Shimane, al sur de la isla principal, la prefectura con menos habitantes de este país superpoblado.
Japón es uno de esos destinos al que, como decía el gran Julio Camba, llegas con ideas prefijadas basadas en cientos de lecturas anteriores. Y es cierto. Japón es un país tan especial que parece que toda singularidad o atributo haya sido ya cantada, loada y ensalzada por miles de viajeros antes que tú.
Así que... ¿qué puede añadir a todo esto un novato en Japón como yo? Poco de momento, aparte de confirmar que los clichés son ciertos... ¡pero no todos!:
-Los transportes públicos son eficientísimos
-Toda la comida japonesa no es sushi
-Los japoneses no se pasan el día leyendo manga
-Todos los japoneses no son bajitos
-Fuera de las grandes ciudades, ni Dios habla otra cosa que no sea japonés
-Los japoneses son amables y serviciales hasta extremos insospechados. ¡Con decir que en los museos y atracciones públicas, los japoneses pagan el doble por la entrada que los extranjeros! En España, hasta hace poco, hacíamos lo mismo…¡pero al revés!
Soy novato en Japón, lo confieso. Y aún no he visto casi nada de este país como para sacar conclusiones. Pero lo que llevo visto me está encantando. Un país que pese al problema de la lengua y a tener una cultura marciana con respecto a la occidental es amable para el viajero, fácil de recorrer y – desde la devaluación de yen- no tan desorbitadamente caro como era antes.
Como decía, estoy recorriendo una parte muy poco turística: la costa suroriental de la isla Honshu, la principal; a través de las prefecturas (provincias) de Tottori, Shimane y Yamaguchi. Si venís por aquí uno de los hitos a tener en cuenta es el castillo de Matsue (el de la foto), uno de los 12 únicos que quedan en todo el país con su estructura original de madera. Y el segundo más grande.
La fortaleza fue construida en 1611 y aún hoy se eleva impresionante sobre la ciudad moderna, con sus tejados negros de cumbrera sekishu gawara, sus aleros curvos y sus cinco pisos de vigas de madera. Merece la pena subir hasta arriba y disfrutar de la panorámica de las montañas cubiertas de bosques y la costa suroriental de la isla Honshu.
Tras el castillo está el santuario sintoísta de Jozan Inari, tan pequeño como coqueto. En tiempos estuvo dedicado al dios (o dioses, vaya usted a saber; porque en japonés no existe el plural) de las buenas cosechas. Por eso los fieles siguen dejando como ofrendas pequeñas figuritas de cerámica blanca en forma de zorro: un animal que elimina roedores y rastreros y por eso se le asocia con la protección de los campos.
Japón es así de sencillo y de complejo a la vez.
(En el próximo post os cuento más razones de las que me han traído a Japón, y que tienen que ver con la temporada del año en que estamos).
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