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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En las calles bulliciosas de Pío Baroja’

En ‘Los caprichos de la suerte’, una novela inédita hasta ahora, el escritor aborda la Guerra Civil

José Andrés Rojo
Pío Baroja.
Pío Baroja.

Hay nueva novela de Pío Baroja, Los caprichos de la suerte. La escribió entre 1949 y 1950 y es la tercera parte de una trilogía, Los saturnales, en la que aborda el cataclismo de la Guerra Civil. El golpe de Estado de los militares franquistas lo pilló en Itzea, su casona de Vera de Bidasoa (Navarra), que quedó en el lado de los sublevados. Lo detuvieron unos cuantos requetés, pudieron fusilarlo, lo dejaron marchar. Pasó la guerra fuera y, ya de regreso, trasladó buena parte de lo que vivió durante aquellos años a estas novelas. La primera, El cantor vagabundo, la publicó en 1950. La segunda, Miserias de la guerra, fue prohibida por la censura de la dictadura (y rescatada recién en 2006). Eso explica que la que cierra el ciclo permaneciera metida en un cajón, medio perdida. Hasta ahora.

Pío Baroja está en la biografía de cada uno. Las inquietudes de Shanti Andia, La busca, El árbol de la ciencia: son libros que hay que leer (o que había que leer). Con más o menos agrado, con más o menos provecho. Así que ha quedado ahí como parte del paisaje de la adolescencia, de la primera juventud. Había quienes preferían los versos de Machado o la serena profundidad de su Juan de Mairena, otros se inclinaban por la brevedad de Azorín, por las honduras desgarradas de Unamuno o, por citar sólo a algunos maestros del 98, por los esperpentos de Valle. Baroja seducía por su bullicio. Sus novelas están habitadas por muy diversas gentes a las que les pasa de todo. Van de un sitio a otro, se meten en líos, discuten de cualquier asunto, se enredan, se pelean, se matan. Y de su prosa se ha dicho que era desaliñada, que andaba atareada en contar demasiadas cosas como para andarse con el prurito de la elegancia.

Leer a Baroja significaba dar esa zancada a la que la vida obliga para pisar por primera vez el suelo del mundo, donde hay que tener opinión sobre las cosas, en las que toca defender una postura, donde se deben tomar rápidas decisiones para tirar hacia una u otra dirección. Baroja tiene algo de novelista a lo Stendhal: pone un espejo para reflejar un mundo y es un mundo que termina por interpelarte. Bueno, ¿y ahora qué? Dar una respuesta, aunque fuera de noche y leyendo a toda prisa para un examen, significaba empezar a hacerse mayor, tomar conciencia.

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Y tomar conciencia en el interior de unas calles donde había de todo: personajes distintos con maneras muy diferentes de actuar y de responder a los reclamos de la vida. La España de Baroja, las muchas Españas de Baroja: ¡qué absurdo sería ignorarlas como algo remoto y sin sentido! Sin echar raíces en el pasado y sin reinventarlo no hay futuro que valga. Desde hace tiempo, este país y otros tantos de Europa han comenzado una larga cruzada contra las humanidades (la filosofía, la historia, la literatura) para quitarles peso en la educación. Como si la modernidad consistiera en borrar toda huella para entregarse mejor a la mera instantaneidad de la tecnología más voraz. Pero ahí está Baroja de nuevo. Esta vez ausculta las heridas de la guerra. ¡Qué barbaridad! ¿Cómo fuimos capaces de abrir las puertas para que el fango lo anegara todo?

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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