A Takashi Miike le dan miedo sus propias películas
Cazamos en el Festival de Sitges al director japonés de cine extremo más famoso en todo el mundo
Una pareja mantiene relaciones sexuales cuando, de pronto, caen en la cuenta de que no pueden separarse el uno del otro. El miembro del chico ha quedado atrapado ahí dentro. Arrastra a su pareja por toda la estancia, hasta que consigue zafarse para, inmediatamente después, presenciar el motivo del momentáneo cautiverio: la mano, el brazo, y después la cabeza de un hombre adulto asoman por la vagina de la joven. Una parte del público, repugnada, empieza a abandonar la sala antes de que aparezcan los créditos finales. “Esto fue en este mismo Festival, hará más de diez años, ¿no? Se habrían equivocado de película”, comenta Miike cuando le recordamos esta escena, vivida en la edición del año 2003 del Festival de Cine Fantástico de Sitges, durante la proyección de su película Gozu. “Esa gente no me importa lo más mínimo. La gente que me importa es la que se queda hasta el final, que son con los que luego puedo charlar y escuchar sus impresiones sobre mi obra”.
Si en los últimos años Takeshi Miike se ha convertido en uno de los directores japoneses con más proyección internacional, ha sido sin duda por haber bajado los niveles de provocación y hemoglobina que contenían sus primeros trabajos. Películas como 13 Asesinos o Crows Zero lo convirtieron en un director exportable, pero sus fans más integristas echaban de menos al Miike radical y transgresor de Fudoh o Visitor Q. Por fortuna para ellos, las dos películas con las que el autor vuelve al Festival de Sitges recuperan el espíritu de sus primeros títulos: “Cuando hacía cosas como Dead or Alive o Ichi the Killer, proyectos más míos, más personales, era porque no tenía muchos encargos y podía dedicarme únicamente a rodar el material que me interesaba. Estos dos últimos años han sido parecidos a la época de la que te hablo, y por eso he podido levantar películas como As the gods will o Apocalypse Yakuza. Aunque intente recuperar ese espíritu, sí que es cierto que, cada vez con más regularidad, me embarco en proyectos de una ambición mayor, si la comparamos con la de mis primeras obras. Antes podía rodar una película en dos semanas y estrenar seis títulos al año. Ahora, por el contrario, estoy varios meses a un mismo proyecto. Aunque el ritmo de trabajo, las horas que dedico al día a mis películas, sigue siendo la misma que cuando empecé”.
“Tengo que decirte que yo lo he pasado mal grabando incluso mis propias películas de miedo"
As the gods will y Apocalypse Yakuza, los dos títulos del autor que hemos podido ver estos días en Sitges, contienen yakuzas vampiros, juguetes asesinos y sangre a raudales. Para nuestra sorpresa, cuando le preguntamos por influencias en lo que a cine de terror se refiere, el director nos responde lo siguiente: “Tengo que decirte que yo lo he pasado mal grabando incluso mis propias películas de miedo. Lo pasé fatal rodando algunas escenas de Audition, lo reconozco. Pero es una forma de pasarlo mal muy extraña y diferente a cualquier otra: es un miedo divertido, con el que pasas un buen rato. Sobre el cine de terror que hacen otros, prefiero no consumirlo, porque me causan angustia ese tipo de películas. Las que hace Kiyoshi Kurosawa, por ejemplo, me aterrorizan. Prefiero ver una buena película de artes marciales. Las de Bruce Lee me encantan, desde pequeño; desde Operación Dragón. La fascinación que nos causaba a mí y a mis amigos esa película era inmensa. Bruce Lee, a día de hoy, sigue siendo como un Dios para mí”. Amén.
Más tarde, charlamos con Miike sobre los proyectos en los que ha participado fuera de sus fronteras, como su cameo en Hostel de Eli Roth, o Imprint, la película que realizó para la serie televisiva Masters of Horror: “Yo creía que Estados Unidos, en cuanto a libertad de expresión, era más abierto que Japón, pero con Imprint me di cuenta que no era así. Pensaba que me dejarían dar rienda suelta a cualquiera de mis ideas, siendo además Imprint una película pensada para emitirse en un canal de pago y en un horario destinado al público adulto. A los productores les inquietó mucho que hubiese una escena en la que moría un feto. Les sobrepasó y decidieron, por desgracia, no emitirla por televisión”.
“Yo creía que Estados Unidos, en cuanto a libertad de expresión, era más abierto que Japón, pero con Imprint me di cuenta que no era así"
Pero, ¿es todo hiperviolencia en la filmografía del director nipón? Para nada: también ha dirigido, de entre las casi cien piezas que forman su filmografía, musicales como For love’s sake, así como títulos destinados al público infantil, de Zebraman a La Gran Guerra Yokai. “Yo confío en la responsabilidad de padres y tutores para que ningún niño vea, por poner un ejemplo, Visitor Q, una película que incluye escenas de necrofilia, después de ver Zebraman, que es de lo más naif que he hecho. Los tutores de esos niños tienen que entender que cada obra, aunque nazca del mismo autor, puede ir destinada a diferentes públicos. Mis hijos, por ejemplo, tienen prohibido ver las películas violentas de su padre; mi mujer se encarga de que así sea. El problema es que ya no son bebés, ni muchísimo menos, y empiezan a sonarles algunos títulos, reconocen los pósters… Les puse La Gran Guerra Yokai, que es para todos los públicos. Y les gustó”.
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