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MIRADOR
Columna
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Emoticonos

Mis preferidos son el delfín, la surfera rubia, la ballena con chorrito, el caballo de carreras y el imbécil que sale con un gorrito de Papá Noel

Manuel Jabois

Yo no quiero ponerme profundo, pero llevo unas semanas utilizando emoticonos. Primero con un círculo reducido de amigos que empezaron interpretándolo, en su soberbia, de modo autoparódico, como cuando escribes con una falta de ortografía llamativa y no consigues que nadie se la crea (gracias a esta práctica conozco carreras literarias de gente que escribe ‘mi bida’ en serio mientras los correctores piensan que es un cachondo). Al final he terminado usando los emoticonos para todo, también con gente que no conozco, y puedo tardar veinte minutos en su selección minuciosa. Mis preferidos son el delfín, la surfera rubia, la ballena con chorrito, el caballo de carreras y el imbécil que sale con un gorrito de Papá Noel. Por supuesto los pongo sin sentido: al final hay una reputación. Por culpa de esto alguna correspondencia la llevo con retraso: tengo en el diario una carta de cinco folios de la Fundación Franco en la que se me pone de vuelta y media mientras se me reivindica (¡con números!) la dictadura; al final nos van a vender el franquismo como algoritmo. Todas las noches dedico diez minutos a buscar un emoticono que reúna la ternura que me levantó la carta y pintarlo en un folio como respuesta, de momento sin éxito.

Esta manía ha tenido algo de crisis prematura de los 40, una inseguridad que empuja a los hombres al gimnasio y al descapotable de segunda mano. Tanto que tengo emoticonos de amigos como Edu Galán, al que guardo fotografiado con todo tipo de emociones para expresar a través de esa subcontrata mis estados de ánimo. He sabido que Monedero tiene una colección de emoticonos con sus fotos más famosas, esas poses sobre la moto o con el dedo en los labios que ejecuta primorosamente dependiendo del WhatsApp. Este uso mío de emoticonos en alguien ya a salvo se inscribe en un patrón de conducta, el mismo que me llevó a empezar a beber cerveza a los 27 y a fumar a los 29. Toda mi vida ha consistido en escuchar un “si no lo ha hecho ya, no va a empezar ahora” y decepcionar de forma inmediata. Los emoticonos me sirven para despojar de dramatismo el mensaje y convivir con la idea secreta de añadirlos en los artículos a modo de señales de tráfico. Veo las portadas de los periódicos y traduzco de forma automática los titulares en emoticonos, casi siempre la folclórica y el coche de policía, y quizás algún partido en campaña se atreva a presentarse con el monito de ojos tapados o el perrito de lanas, o el mismo Monedero sentado en una silla mientras levanta la mano como si recitase a Shakespeare. Lo que sea con tal de que las emociones se nos sugieran, no se nos impongan.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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