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Tribuna
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El ‘método Rajoy’

Si en el último Comité Ejecutivo, tras llevar perdidas unas cuantas elecciones, nadie se atreve a preguntar nada, es que algo pasa.

Muy harto debe de estar de esa leyenda urbana cuando la otra noche en Antena 3 TV, a la pregunta del parroquiano de un bar de Chamberí, el presidente se saltó a Gloria Lomana, encaramada en unos vertiginosos Blahnik: “Se me acusa de ser don Tancredo (DT). Pues sí, fui DT cuando me negué al rescate, gracias a lo cual hemos recuperado nuestra economía. Y podía no haberlo sido y haber aceptado el referéndum del señor Mas. En ese caso, a lo mejor no sería DT pero sí un irresponsable de tomo y lomo. Y eso es, desde luego, lo que no puede ser -de ninguna manera- el presidente del Gobierno de un país como España”.

Por primera vez se abría de capa, al quite de esta sobada denuncia y, al contraataque, ajustaba cuentas con los arteros de fuera y del propio partido ¿Tiene eso que ver con las malas notas de las encuestas del CIS o es que la opinión pública lo juzga con dureza?

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La humorada no puede banalizar lo nuclear, lo que podríamos llamar el método Rajoy’ (MR), como forma de gobernar de este registrador alérgico al riesgo, escéptico, realista, desconfiado, y con la parsimonia como procedimiento.

Gallego de Santiago, vivió hasta los veintitantos en Pontevedra, pequeña capital de provincias, con puesta de largo en el casino y sin equipo en Primera, paradigma de una sociedad acostumbrada a que su mundo no cambie, fiel reflejo de una forma de vivir anclada en el conservadurismo.

El escepticismo denota inteligencia y el método de la duda y la suspensión del juicio -hasta llegar a estar seguro de las cosas, para decidir sobre ellas- es, además, un rasgo de prudencia, deseable en quien maneja la cosa pública. Pero siempre que no se instale en ella, demorando la acción y alargando el proceso, con las consecuencias inevitables de que la gente se ponga nerviosa, la situación se pudra y se envalentone el contrario.

Porque la desconfianza es pariente de la inseguridad y la política, que va de "contar, medir y pesar", exige continuas explicaciones. Si en el último Comité Ejecutivo, tras llevar perdidas unas cuantas elecciones, nadie se atreve a preguntar nada, es que algo pasa. Y es que tras el descalabro de UCD y el recordado "el que se mueva no sale en la foto", los partidos se fueron al silencio. Nadie se atreve a discrepar, y menos con elecciones a la vista. Lo malo es que la crisis del líder siempre termina arrastrando al partido cuartel.

Cuando uno lleva treinta y tantos años en la vida pública puede tener oxidadas algunas claves de la civil, en que la urgencia de decidir y el vértigo del riesgo dejan poco espacio a la duda como método. Se puede entender el celo en no dejar que le toquen a uno su autonomía pero la lata de desayunar, comer y cenar todos los santos días con desconocidos o, lo que es peor, con conocidos -que reclaman, exigen, pretenden- casi siempre en beneficio propio o de su tribu, es tarea esencial en ese palacio de fantasía de la Cuesta de las Perdices.

La sensación de arrastrar los pies en el tiempo y en la toma de decisiones, puede desvanecer un realismo, cierto, que no se le puede negar

La sensación de arrastrar los pies en el tiempo y en la toma de decisiones, puede desvanecer un realismo, cierto, que no se le puede negar. Y en ese titubeo, pesa mucho nuestra historia reciente como para considerar, una y otra vez, los riesgos de destruir lo conseguido en las últimas décadas de convivencia pacífica y democrática.

La práctica del ciclismo -su deporte favorito- recuerda, en la dureza y soledad de los momentos decisivos, a la puñetera vida del jefe del Gobierno quien podría parecerse más, por su forma de correr, a Induráin, pedaleo constante, desgaste frío -día a día- al adversario, para derrotarlo en la contrarreloj, que al carismático Eddy Caníbal Merck, brillante y explosivo o a Perico Delgado, que cuando demarraba en el Tourmalet ardía el plasma.

Y cómo obviar el modo de trabajo que también ayuda a descifrar el MR: “Cuando un registrador tiene que inscribir algo complejo, lo estudia detenidamente, agotando el plazo para calificar. Ante todo, salvaguarda su responsabilidad, por lo que si existe el más mínimo riesgo deniega la inscripción, olvidando las consecuencias que puedan derivarse de ello”, advierte un sagaz notario, sin miedo a que lo acusen de estar disparando desde la otra azotea gremial.

"Disfraza su tibieza como sensatez, cuando de lo que se trata es de un burladero de autodefensa"

En su forma de gobernar ¿es firme o irresoluto? Las opiniones se dividen pues no le tembló la mano, en un frío viernes de diciembre, para subir siete puntos el IRPF porque se le caía el estaribel. Dice Gracián que la irresolución, muchas veces, es no saber qué hacer. Y ser presidente es tomar decisiones, lo que exige resolución. Cuando Truman decidió lanzar la bomba atómica, tenía un cartel en su despacho: “El problema acaba aquí”, y no había a quién traspasar la responsabilidad.

Una parte de su caladero electoral, que se va arrimando a Ciudadanos, afina la critica: “No admite opciones en su método de optimización ni trata de entender otras perspectivas; va un paso por detrás de la realidad, tiene alergia a los cambios y es desesperadamente lento”. Estos apóstatas concluyen con irritación: “Confunde la moderación con la falta de audacia y el centrismo con la idea extendida de que lo mejor para resolver un problema es no arriesgar en las soluciones. Disfraza su tibieza como sensatez, cuando de lo que se trata es de un burladero de autodefensa”.

Los incondicionales reconvienen: “Desde la creencia de que la ley es una sabia articulación de la convivencia y a partir de un sentido íntimo del cumplimiento del deber, para el presidente, en España no hay sitio para el fatalismo, el ilusionismo o la utopía, que además de una estafa al elector, es una deshonestidad intelectual”.

Y a partir de una distancia brechtiana de la realidad, el MR se acuna en la acronía, diagnosticando a priori que “la independencia es un imposible jurídico, económico, político y social y que, por tanto, el tren descarrilará solo”.

 De ahí que con estar valga.

Luis Sánchez-Merlo ha sido Secretario General de la Presidencia del Gobierno (1981-1982)

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