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SEMANA DE LA MODA DE PARÍS

París en flor

Dior construye una montaña artificial en mitad del Louvre para presentar su colección y Loewe pone a dialogar plástico y piel

Carmen Mañana
Desfile de Christian Dior en la Semana de la moda de Paris.
Desfile de Christian Dior en la Semana de la moda de Paris.Getty Images

En la sede parisina de la Unesco, donde se celebró este viernes el desfile de Loewe, el termómetro marcaba siete grados y mientras la temperatura (corporal) de los asistentes iba bajando, la de la colección para la próxima temporada primavera-verano aumentaba progresivamente. J. W. Anderson decidió abrir su presentación con una suerte de pantalones de celofán y un cuerpo de ante. Esta impactante combinación sintetizaba a la perfección el leitmotiv de su propuesta femenina, la tercera que entrega como director creativo de la marca fundada en Madrid en 1846 y propiedad desde 1996 del conglomerado de empresas del lujo Louis Vuitton Moët Henessy. “Nuestra intención era insuflar energía a lo orgánico. Y establecer un diálogo entre la piel y el plástico”, argumentó tras el desfile. Tratándose de una firma famosa por su marroquinería artesanal, mentar siquiera el PVC resulta toda una osadía. Pero Anderson ya anunció hace tres años –cuando tomó las riendas de la marca- que su objetivo era situar a Loewe en la primera línea del lujo global yendo más allá de su centenario legado. Así, según se iban sucediendo los vestidos con incrustaciones de cristal, las gabardinas de cuero y los monos de rafia, el trabajo del irlandés iba ganando en coherencia y solidez al tiempo que mantenía un estimulante nivel de riesgo.

Pasarela de Loewe, en la Semana de la Moda de París.
Pasarela de Loewe, en la Semana de la Moda de París.AFP

“Me siento muy orgulloso del trabajo que hemos hecho con la piel y las texturas de los tejidos. España puede ser un líder mundial en este campo. Tenemos las mejores fábricas y una tecnología increíble. El desafío consiste en sacarles el máximo partido. En eso estamos”, explicaba el diseñador.

Mención aparte merece la metamorfosis sufrida por el logo de Loewe a manos de Anderson. La primera decisión que tomó el irlandés cuando llegó a la casa fue rediseñarlo. Y ayer optó por subvertir este símbolo una vez más. En este caso, en clave kitch y sobre vestidos, bombers e incluso estampando el bolso Amazona, el modelo más legendario de la firma.

“El reto consiste, por un lado, en que los complementos no sean un elemento secundario con respecto a la ropa, sino que formen parte de un todo; y por otro, en transmitir la energía española. Las mujeres quieren divertirse, no tienen barreras y ese espíritu debe reflejarse en la ropa”. Quizá por eso, Anderson decidió rematar el estilismo de sus modelos con unos collares que parecían un trofeo de pesca aplicado al cuello.

Lanvin todo lo abarca

La colección de Alber Elbaz para la próxima temporada primavera-verano resultó tan profusa -70 modelos- como difusa. En su propuesta cupo prácticamente cualquier tendencia que el diseñador de Lanvin haya tanteado en el último lustro: desde una reinterpretación demasiado literal del vestido con un volante por hombro que tanto éxito cosechara en su momento hasta esmóquines femeninos, pasando por abrigos de leopardo. También lazos, perlas, encaje, estampados pop, tops minimalistas, chaquetas de tweed… Prendas prácticas y otras imposibles.

Hubo momentos álgidos, como la serie de vestidos y abrigos de lentejuelas bordadas sobre gasa transparente y corte años veinte. Tan delicados como descarados. Y, por supuesto, piezas llamadas a desaparecer de la memoria inmediatamente. Son las dos caras de una colección tan variada. Resulta casi imposible no encontrar una opción que satisfaga el gusto personal, sea cual sea este, pero si, como el propio Elbaz declaraba a WWD, su trabajo ya "no es el de diseñador, sino el de creador de imagen", no queda muy claro cuál le distingue a él.

En el extremo opuesto al irlandés se situaba Raf Simons, director creativo de Dior. Ya lo advertía en la nota de prensa: “Puede haber cierta simplicidad en su apariencia, pero esta colección resulta técnicamente muy compleja”. Su protagonista absoluto fue el little white dress o pequeño vestido blanco. Una pieza ciertamente básica que el belga reinterpretó en clave más arquitectónica que romántica y que decidió acompañar con tops cortos de punto grueso y chaquetas Bar rematadas en plisados victorianos. Su objetivo: “Simplificar para expresar la idea de feminidad, fragilidad y sensibilidad sin sacrificar la fuerza y el impacto”. Con este fin, Simons fundió la silueta femenina con la sastrería masculina en una serie de trajes de tres piezas que, como viene siendo habitual en el diseñador desde hace unas temporadas, toma elementos históricos para proponer “fragmentos de lo que está por venir”.

El resultado, en sus propias palabras, es una versión “más naturalista y alienígena” de la mujer flor que Christian Dior definió en los años cincuenta, gracias entre otras a la falda corolle (corola). El escenario escogido por Simons para enmarcar semejante concepto no pudo ser más congruente: una inmensa montaña artificial poblada por delphiniums (una flor de color lila), que brotaba en mitad del Cour Carrée del museo del Louvre como por arte de magia. El espectacular jardín era de tales dimensiones que escondía en su interior pasarela, invitados y diseñador. Una creación obscena o prodigiosa, según quién la mire, pero efímera a ojos de todos. Pues tan rápido como se ha levantando (un día), será desmontada.

Una modelo en el desfile de Isabel Marant en la Semana de la Moda de París.
Una modelo en el desfile de Isabel Marant en la Semana de la Moda de París.Getty Images

Isabel Marant exprimió su discurso étnico una temporada más. Estampados indios, flecos, cordones y todas las derivaciones posibles de estos elementos. Una propuesta que no por esperable deja de ser esperada. Solo los shorts de lentejuelas y los monos dorados conseguían salirse de lo que con el paso de los años se ha convertido en su sello personal. Las sandalias de cuerdas confirmaron de nuevo que la francesa posee un talento especial para posicionar sus complementos entre los más deseados por prescriptores y clientes. Ella fue la mujer que puso de moda las botas con tacón triangular y la responsable de que medio mundo anduviese encaramado a unas deportivas con cuña. Ahora su oráculo predice que el próximo verano llevaremos los pies atados. Si no, al tiempo.

Adiós a Alexander Wang

C.M.
Alexander Wang (San Francisco, 1983) presentó ayer su última colección para Balenciaga. Lo hizo en una antigua iglesia parisina con una enorme piscina en forma de cruz en el centro. Se despidió alegre y dando, literalmete, saltos con una propuesta compuesta por vestidos lenceros, abrigos guateados y pantalones de pijama. Todo en blanco, puro y libre de pecados.
El pasado julio, Kering, el conglomerado del lujo al que pertenece la casa francesa, confirmaba la salida del californiano tres años después de que fuera elegido para suceder a Nicolas Ghesquiere al frente de la marca. En un comunicado de prensa, la presidenta de la firma, Isabel Guichot, reconocía que “el crecimiento de la marca durante los últimos años era testimonio de su exitoso trabajo”. Pero esto no ha resultado suficiente para mantener la relación a flote.
Cerrada definitivamente su etapa en Balenciaga se aviva, por inminente, el debate sobre su sucesión. Unos aseguran que la casa elegirá a otro joven talento como Juliene Dossena, actual director creativo de Nina Ricca, y otros apuestan a que decantará por un miembro de su equipo de diseño siguiendo el exitoso ejemplo de Gucci, que promocionó a Alessandro Michele tras la salida de Frida Giannini.

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