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Tentaciones
LO QUE HAY QUE VER

Hollywood vuelve a blanquear la historia

‘Stonewall’, adaptación de un momento clave del colectivo LGBT, es el último ejemplo de cómo la industria del cine estadounidense cambia casi siempre el foco hacia el hombre blanco

Imagen de 'Stonewall', película de Roland Emmerich
Imagen de 'Stonewall', película de Roland Emmerich

El 28 de junio de 1969, tuvo lugar en Nueva York uno de los acontecimientos más notorios y decisivos para el movimiento LGBT moderno. La respuesta visceral y violenta de la comunidad gay al asedio policial de uno de los pocos santuarios y refugios a su alcance en una ciudad (un mundo, realmente), para ellos, abiertamente hostil: el Stonewall Inn.

En este movimiento colectivo en el que participaron cientos de personas, implicadas directas y aliadas, hubo cuatro nombres decisivos sobre los que recae gran parte del peso de la historia: Marsha P. Johnson, mujer negra transgénero, Sylvia Rivera, latina y transgénero, Miss Major Griffin-Gracy, también mujer transgénero y Stormé Delarverie, lesbiana y drag king.

Aunque, si nos tuviéramos que guiar por Stonewall, la adaptación cinematográfica de los hechos dirigida por Roland Emmerich, llegaríamos a la conclusión de que el mundo LGBT, como el resto de la historia de la humanidad, cambió de la mano, casi exclusivamente, de un hombre joven, blanco y cisgénero.

Danny Winters (interpretado por Jeremy Irvine) toma el peso de una historia que no le pertenece. Y no es porque Jon Robin Baltz, el guionista de la película, no se preocupara siquiera de leer la página de Wikipedia sobre el tema a tratar. La historia que ahora cuenta el director de El día de mañana o 2012 no es más que otro ejemplo de la metódica tendencia de Hollywood a blanquear la historia. De representar el pasado protagonizado por minorías apuntándole el tanto al hombre blanco. O, en el peor y más insultante de los casos, de utilizar actores blancos caracterizados de la etnia pertinente.

Cuando Ridley Scott presentó Exodus: dioses y reyes, su versión pasada por lejía de la historia de Moisés, Christian Bale, su protagonista y líder de un elenco casi por completo formado por blancos, defendía su participación en el proyecto alegando que el hecho de haber nacido en Gales y sufrir una piel que no puede soportar el sol no debiera descalificarle para interpretar a Moisés.

Y Hollywood, que si tuviera que ser personificado, se nos aparecería en forma de un hombre de avanzada edad blanco, le da la razón. Porque lo lleva haciendo desde los albores de su historia. Una y otra vez (y otra, y otra), nos han repetido por activa y por pasiva, que un actor blanco siempre es la mejor opción.

En la nueva revisión de la historia de Peter Pan: Pan (viaje a nunca jamás), Lily Tiger, un personaje originalmente nativo americano, pasa a ser interpretado por la caucásica Rooney Mara. La razón, según los responsables del film: Era la mejor actriz para el papel.

Y qué casualidad, que el intérprete blanco sea en la aplastante mayoría de los casos, la mejor opción disponible. Porque según el informe de 2015 sobre la diversidad en Hollywood emitido por el Centro de Estudios Africano Americanos Ralph J. Bunche, las minorías, a pesar de representar prácticamente el 40% ya de la población de Estados Unidos, apenas han protagonizado un 15% de sus historias cinematográficas de los últimos cuatro años.

No es de extrañar, si ni siquiera se les deja representarse a sí mismos.

Marlon Brando en 'La casa de té de la luna de agosto'
Marlon Brando en 'La casa de té de la luna de agosto'

Hollywood (recuerden, ese hombre maduro y blanco), nos dice: ¿Qué le vamos a hacer? Es una mera cuestión de talento. Se selecciona el mejor intérprete para cada papel. Sin más.

Porque Katherine Hepburn, con un poco de cinta para estirar los ojos y unas cejas pintadas en ascendente, era la mejor opción posible para interpretar a una mujer japonesa en Estirpe de dragón (1944). Burt Lancaster afligido por la tanorexia en Apache (1954), John Wayne como Genghis Khan con bigote maligno en El conquistador de Mongolia (1956) y Marlon Brando achinando los ojos para parecer oriundo de Okinawa en La casa de té de la luna de agosto eran, indudablemente, la mejor opción.

Los tiempos han cambiado desde que Mickey Rooney hiciera de asiático chistoso en Desayuno con diamantes (1961), y ya en la época los críticos cinematográficos se mostraron atónitos al contemplar a Laurence Olivier como protagonistas de Otelo (1965) gracias a la magia del betún cual Mago Baltasar de cabalgata. Pero no han cambiado lo suficiente. Porque en Cloud atlas (2012), sufrimos boquiabiertos la coreanización de Jim Sturgess maquillaje mediante, y unos años antes, en 2007, Angelina Jolie sentaba las bases de la futura transformación de Rachel Dolezal luciendo permanente y sesión extra de rayos uva para interpretar a una mujer de orígenes africano americanos en Un corazón invencible.

Y cuando no nos intentan convencer de que Johnny Depp era el mejor actor posible para interpretar un personaje nativo americano en El llanero solitario (2013), Hollywood opta, directamente, por pasar sus historias por un programa de lavado aparentemente estancado en la opción blanqueado.

La Katniss Everdeen que en la versión literaria de Los juegos del hambre es descrita como no blanca, pasa al celuloide interpretada por Jennifer Lawrence. Tony Mendez, el hispano agente de la CIA que protagonizó los hechos reales plasmados en Argo (2012), tiene para el séptimo arte el rostro de Ben Affleck. Irene, la vecina originalmente latina de Drive (2011) tiene el rostro de Carey Mulligan… Y así podríamos, lamentablemente, estar citando ejemplos hasta cansarnos.

La postura de Hollywood al respecto de las minorías y su representación, queda perfectamente explicada en el monólogo del 2012 del cómico Wyatt Cenac donde narra la audición real de una mujer que quería hacer de figuración en la reciente versión de El hobbit: “Cuando filmaban El hobbit, necesitaban figuración e hicieron un casting al que se presentó una mujer india. Y los del casting la rechazaron. Le dijeron: ‘no, no puedes salir en la película, porque eres demasiado oscura para interpretar un hobbit’. Os lo voy a repetir. Alguien le dijo a una mujer real, que su piel era demasiado oscura para interpretar a una criatura imaginaria. Porque, básicamente, en todo el mundo ficticio de El señor de los anillos y El hobbit, donde hay dragones, y troles, y árboles parlantes… donde marcas el límite, donde la imaginación termina, es en un hobbit de piel oscura”.

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