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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Caza y conservación, ¿compatibles?

Los cazadores de trofeos matan cada año en África a 105.000 animales, entre ellos 3.800 búfalos, 800 leopardos, 640 elefantes y 600 leones

Fotograma del vídeo 'Los reyes del Serengeti, en el El Viajero el pasado abril, por Paco Nadal.
Fotograma del vídeo 'Los reyes del Serengeti, en el El Viajero el pasado abril, por Paco Nadal.

La muerte de Cecil el león a manos de un dentista norteamericano, cazador compulsivo que gusta de colgar las cabezas de sus víctimas en las paredes de su hogar, ha encendido la polémica sobre la práctica de la caza mayor en África conocida como caza de trofeos y la que aquellos que la practican la llaman deporte.

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Como fotógrafo de vida salvaje y miembro de la ONG Serengeti Watch dedicada a la preservación del Serengeti, he pasado incontables días en los bosques y llanuras del continente africano observando la maravilla faunística que albergan, disparando repetidas veces contra un animal, pero con mi cámara, al igual que muchos otros han venido haciendo antes y después, hasta que un día un cazador ha disparado una vez, o dos, dependiendo de su pericia en el manejo de las armas, y se acabó.

¿Qué es lo que empuja a un cazador a tener y satisfacer sus ansias de matar? No estamos hablando de cazadores que cazan porque necesitan comer, estamos hablando de gente que caza para... ¿para qué? No lo sé, no lo entiendo, a menos que sufran algún tipo de disfunción en su capacidad de razonamiento, alguna carencia de tipo afectivo-emocional, una especial tendencia al goce violento de la sangre. Solo hay que leer las declaraciones de un representante del colectivo de cazadores de trofeos español diciendo: “Nos gustan los animales y no nos gusta matarlos, pero sí cazarlos, porque ello implica involucrarse en la naturaleza, ser un elemento más”. Ante tamaño aserto, juzguen ustedes mismos.

Las redes sociales están llenas de cazadores compulsivos, hombres y mujeres, que exponen con orgullo sus “grandes hazañas” y que cuentan con numerosos adoradores que aplauden esas fotografías del sujeto junto a su trofeo en una clara muestra de su profundo ego exhibicionista de mal gusto. ¿Se han fijado en sus rostros? ¿No denotan cierta afición sádica? En todo caso, muestran su regocijo tras haber acabado con la vida de un ser vivo por un único motivo, gozar matando.

Algunos de ellos se justifican que se trata de vencer un reto al enfrentarse a la bestia, y yo les digo: ¡Poneros el reto de subir a la cima del Kilimanjaro! La mayoría de ellos no hacen más que apostarse en un lugar más o menos seguro, esperando que el equipo de caza les acerque la presa utilizando un cebo, como fue el caso en el asesinato de Cecil el león.

Otros añaden que la carne del animal cazado alimenta a los pobres lugareños que así pueden comer proteínas de vez en cuando. Los mismos apuntan que la caza aporta beneficios económicos a la población cercana a los cotos. No serán tantos esos beneficios cuando los lugareños solo pueden permitirse probar un pedazo de carne cuando el magnánimo cazador ha abatido una presa. El turismo de safari fotográfico aporta muchísimos más puestos de trabajo y muchísimo más dinero que los safaris de caza. Doy unas cifras sobre Tanzania, el país que mejor conozco y en el que centro mi actividad conservacionista. Según el viceministro de finanzas, Tanzania ingresó unos 16,4 millones de euros de los safaris de caza entre las temporadas 2009/10 y 2013/14, o sea, un promedio anual de 3,3 millones de euros. Solo en 2014 el país ingresó 2.450 millones de euros del turismo cuya actividad sostiene 1,2 millones de puestos de trabajo.

También dicen que la caza de trofeos es campeona en conservación. Matar para conservar, menuda contradicción. Está demostrado que en las áreas de caza es dónde más declive ha sufrido la población de fauna salvaje. Pero sí, debo admitir que aunque siento un profundo desprecio por dicha actividad, existen algunas zonas remotas, concesiones de caza, que sin ellas, la fauna salvaje y sus bosques habrían desaparecido completamente hace tiempo, arrasadas por los furtivos, taladas y quemadas. Son zonas alejadas, de difícil acceso, infestadas de moscas tsé-tsé, que nunca podrán albergar al turismo de safari fotográfico y de observación de fauna. También debo admitir que hay cazadores millonarios americanos que no dudan en dar sumas de cientos de miles de dólares –sé de uno en concreto que ha donado varios millones– para financiar proyectos concretos de conservación y de lucha contra el furtivismo en África. Pero, si aman a la naturaleza y a los animales como dicen, ¿no podrían hacer las mismas donaciones y dejar de cazar?

Las cifras más o menos oficiales que se manejan indican, en un informe publicado en 2009, por la Unión Internacional por la Conservación de la Naturaleza (IUCN) que los cazadores de trofeos matan cada año en África a 105.000 animales, entre ellos 3.800 búfalos, 800 leopardos, 640 elefantes y 600 leones. Los cazadores dicen que practican una caza sostenible, pero si nos fijamos en los datos de los leones, con una población estimada de entre 20.000 y 30.000, de los cuales unos 3.000 son machos (los cazadores de trofeos solo cazan leones machos), ¿se puede decir que cazar 600 leones anuales es sostenible?

Rara vez se respetan las cuotas de caza de animales salvajes establecidas por los países

Hablemos de dichas cifras. ¿De dónde salen? Cada año, las autoridades de los países establecen las cuotas de caza por cada especie animal y proceden a emitir los correspondientes permisos que son comercializados por las compañías de safaris. El problema es que rara vez se respetan ya que muchas de estas compañías no las cumplen, al tiempo que utilizan malas prácticas como el uso de cebos para atraer a animales de parques adyacentes donde la actividad cinegética está prohibida. O sea, actúan furtivamente. Justo hace un año entrevistaba en Zambia a un cazador profesional arrepentido que trabajaba para una de estas compañías. Me contó que tuvo que dejarlo, ya no aguantaba más, que aquello no era caza, era exterminio, que se permitía a los clientes matar a cuantos animales quisieran mientras pagaran el precio fijado por el propietario de la empresa, incluso a una cría de león o de elefante si ese era el deseo del matarife de turno.

¿Hay que prohibir de golpe toda la caza de trofeos en África?

Mi respuesta, basada en mi conocimiento sobre el terreno, es que no. Detener de golpe la mal llamada caza deportiva sería contraproducente. Hay que analizar zona por zona, caso por caso, y tomar la decisión más acertada en cada una de ellas. Y sí, en algunas de ellas hay que prohibir ya la caza de determinadas especies. Hay que eliminar todas las manzanas podridas, esas compañías de safaris de caza sin escrúpulos; una ardua tarea dada la corrupción existente entre quienes debieran hacerlo. Pero en Tanzania, por poner un ejemplo, ya han empezado. Hay que identificar las concesiones de caza que pueden reconvertirse en licencias para la oferta de safaris fotográficos y observación de fauna, establecer un plan de viabilidad y empezar a ponerlo en marcha, y solo entonces puede prohibirse la caza en dichas concesiones. No es nada nuevo, ya se ha llevado a cabo con buenos resultados en algunas zonas.

Pero aún hay más, hay que hacer frente a la creciente e incesante caza furtiva que está diezmando las poblaciones de elefantes y rinocerontes, con unos 35.000 y 1.300 abatidos cada año respectivamente. Pero también hay que hacer frente a la pérdida progresiva de su hábitat natural por la ocupación paulatina del territorio por parte del hombre y el desarrollo de sus actividades agrícolas, ganaderas y mineras.

Los asentamientos humanos al lado del territorio de los leones provocan continuos conflictos hombre - animales salvajes, en los que la mayor parte de las veces acaban perdiendo los segundos. En este caso, el león. Estos felinos son abatidos por las comunidades pastoralistas como venganza cuando uno ataca a su ganado, pero en los últimos años estamos asistiendo a un incremento de las matanzas preventivas realizadas en muchos casos mediante envenenamiento, matando a otras especies al mismo tiempo. O sea, las comunidades locales empiezan a limpiar de leones las áreas adyacentes a sus asentamientos y aquellas en las que llevan a pastar a sus rebaños. La invasión de las áreas protegidas y de los parques nacionales por parte de los pastores con su ganado es lo habitual. Se estima que en el Maasai Mara de Kenia cada noche se introducen unas 20.000 cabezas de ganado. Amboseli, Meru y otros parques tienen el mismo problema. En la parte este del Serengeti hay unas 300 familias maasai establecidas y las matanzas de leones se suceden, así como en los alrededores del parque del Tarangire, también en Tanzania.

Xavier Surinyach Mateu es miembro de Serengeti Watch.

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