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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lamento y refutación de la mediocridad

“Lo de Cataluña será verdaderamente un torbellino”, repetía Areilza; sobra medianía y falta política

Juan Cruz

José María de Areilza decía, en medio de las brumas de la Transición todavía hirviente, que este país iba a tener un dolor de cabeza más fuerte que el que entonces nos procuraban los sucesos de su tierra, Euskadi. “Lo de Cataluña será verdaderamente un torbellino”. Él daba detalles históricos, metáforas a las que era tan aficionado.

Repetía eso como un mantra: lo de Cataluña será una migraña. Nosotros, que éramos casi tan jóvenes como aquella ilusión del 78, pensábamos que el viejo diplomático buscaba asunto de conversación en lo imposible, pues entonces las regiones históricas se amparaban como si se hubieran subido a un alambre que se aflojó demasiado cuando el golpe. Ahora siempre se me viene a la memoria, y no sólo por el Euskobarómetro, lo que decía aquel hombre que sonreía como si ocultara un caramelo en la boca.

He recordado también otra cosa que repetía Areilza. Fue lo que le dijo, en una visita a Madrid, su amigo Giulio Andreotti, que ocultaba su campechanía mafiosa bajo un manto de inteligencia práctica que le hizo superviviente de todo. Le dijo Andreotti a Areilza que este país corría el riesgo de la mediocridad política porque a los que ejercían ese oficio les faltaba finura. “Manca finezza”. La frase se hizo célebre, y es posible que la oyeran otros o que la dijeran otros, incluso, pero era un retrato tan eficaz de lo que pasaba que nunca hubo otra definición de un extranjero que tuviera tanto recorrido en el espejo nacional.

Ahora se me juntan esas frases en la memoria, así como la reiterada profecía de Areilza: lo de Cataluña será un dolor de cabeza. Y todos lo sentimos tanto, incluso los que lo sienten de otro modo, aunque todavía no lo sepan. En el asunto, en el manejo del asunto, manca finezza, y en el lenguaje que se está utilizando, el verbal y el no verbal, se está arrojando leña al fuego. Una vez es el ministro del Interior acusando a Guardiola de haber jugado para su lucro con la enseña nacional, otra vez es Mas haciéndole muecas al Rey (en directo y en diferido), y ahora ese episodio tremendo en el que la alcaldesa de Barcelona arroja luz a la defenestración real de la imagen del anterior Rey al tiempo que el nuevo Rey va a visitar la capital de Cataluña. Vendrán los analistas a explicar que estamos en un momento abismal en el que todos tienen la culpa. Eso es así: siempre que pasa algo la culpa es de muy diverso recorrido, pero cada uno ha de aguantar el palo de su culpa, si quiere curársela. Lo de Colau es innecesario, por alevoso; lo del ministro es una muestra de una mediocridad que debe reprochársele también a un servidor público.

En medio de uno de esos rifirrafes que causan migraña, la migraña a la que aludía Areilza, el Rey ahora depuesto de su pedestal en Barcelona le dijo a Carod Rovira que hablando se entiende la gente. Ahora nadie entiende nada; acaso por eso, Ada Colau, que lo entiende a su manera, ha echado leña al fuego en forma de busto derrocado. No sólo manca finezza; sobra mediocridad y falta política. Si Areilza levantara aquella poderosa cabeza.

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