Desde el corazón
Entre Cataluña y España es evitable la dinámica desafección-castigo-ruptura
Son inevitables todos los pasos hacia la fragmentación intraespañola, e intracatalana, que se auguran para la convocatoria electoral del 27 de septiembre lanzada por Artur Mas? ¿Resulta obvio que los ciudadanos catalanes deban votar ese día, y voten, a favor de la secesión? ¿Y que la respuesta única sea, sin matiz posible, la puesta en cuarentena de la autonomía de la Generalitat y por consiguiente una monumental crisis de Estado, del Estado autonómico tal y como lo conocemos desde 1978?
Evidentemente, no, aunque las fuerzas centrífugas, asidas a los dos polos extremos de la secesión y del uniformismo central, así lo puedan pretender. Es cierto que el camino recorrido hacia el desastre es ya largo, y que resulta difícil cambiar la lógica del enfrentamiento por una dinámica de diálogo, negociación y pacto.
Es difícil; pero es lo más aconsejable, lo más conveniente y lo más rentable. Sobre todo porque las relaciones de los catalanes con el resto de los españoles, o si se quiere, la de Cataluña con el conjunto de España (y a la inversa), nunca han sido producto de un mero cálculo de interés, ya fiscal, ya comercial, ya estratégico o militar. Han sido generadas, a veces con tensiones, enfrentamientos e incluso episodios violentos, por la convicción general de que no se trataba de pergeñar una construcción de suma cero, sino una operación ganadora para todos: en la que todos ganen, y ganando se multipliquen.
Así, el déficit fiscal de Cataluña, o su contrapartida, el superávit comercial; su riqueza lingüística, y su necesidad de tamaño y complementariedad; su carácter de vanguardia industrial-tecnológica, y su urgencia de mercado y acompañamiento, constituyen sendas caras de la misma moneda. Nunca España fue relevante teniendo a Cataluña de rémora. Nunca Cataluña ha sido plena sin una España democrática y cómplice. Por eso se dice con acierto que España es, más que un Estado, una nación de naciones. Y que el mejor encaje de Cataluña es en una España que la asuma como es: completa y no partida exactamente por la mitad, como algunos de sus falsos patriotas la pretenden.
En esta hora en que se extienden los cortoplacismos tácticos, el preelectoralismo rancio y las falsas verdades absolutas, convendría parar un instante el reloj que conduce a unos y a otros (o sea, a todos) hacia el precipicio. Parar el reloj para poner por encima de los números, las competencias y los desencuentros de la vida oficial, los afectos, las vinculaciones y las querencias familiares, amicales, económicas, culturales, sociales, ciudadanas.
Pero todo ello debe encontrar campo concreto de aplicación, superando el mero recurso (inexcusable, pero insuficiente) del respeto de la ley. Urge una gran operación de reconocimiento de la Cataluña plural y de su singularidad nacional, lingüística y cultural, por la España plural. Urge la ampliación a todos los partidos (y al Gobierno) de la convicción de que es necesaria una reforma constitucional en un sentido incluyente, de perfil federal, para contribuir a disipar la desafección. Urge que, antes de que voten, todos los catalanes sepan que están en el corazón de todos los españoles. Y que voten luego en la máxima libertad. Sabiamente.
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