Los niños perdidos de Baga
El campo de refugiados de Dar Es Salam, en Chad, es un mar de arena y casetas de plástico que acoge a más de 7.000 personas que han huido de Boko Haram en el noreste de Nigeria
Hawa Haoudou, de 16 años, parece agotada. Sentada sobre una alfombra frente a la tienda 85 del bloque 4 del campo de refugiados de Dar Es Salam, siete niños la acompañan. El mayor tiene diez, la más pequeña cinco. No son sus hijos, pero ella es ahora su madre. Desde hace dos semanas viven juntos, protegidos del viento que a veces sopla con fuerza en esta estructura de madera envuelta de plástico. El interior está totalmente vacío. Nada, sólo arena bajo los pies. Cuando cientos de miembros de Boko Haram cayeron sobre su pueblo como animales enfurecidos, matando a todo el que saliera a su paso, Hawa salió corriendo llevándose a los niños. Tras un largo periplo de cinco meses, al fin ha encontrado refugio, aunque eso y su propia vida es lo único que tiene. Son los niños perdidos de Baga.
3 de enero. Seis de la mañana. Cientos de miembros de Boko Haram en moto, a pie o en pick-ups se abalanzan sobre la base militar que se encuentra a la entrada de Baga, en el noreste de Nigeria. Al escuchar los primeros disparos, los soldados, que llevaban días solicitando refuerzos sin éxito sabedores de la inminencia del ataque, se quitan los uniformes y emprenden la huida. La base cae con facilidad. Los miembros de Boko Haram, muchos de ellos jóvenes puestos hasta las cejas de una droga conocida como Tramol que en realidad es un narcótico para caballos, prosiguen su implacable avance hacia Baga. Con las balas silbando sobre sus cabezas, la gente corre en todas direcciones. La mayoría se dirigen a Doro, un pequeño pueblo situado a sólo 2,5 kilómetros, en la ribera del Lago Chad.
Allí, en Doro, los gritos despiertan a Hawa Haoudou, que pasaba la noche en casa de su hermana mayor, ocupada en la tarea de dar a luz otro hijo. Con ella están sus sobrinos Salisu, Hassia y Seydou, de ocho, siete y cinco años. Sólo tuvo tiempo de despertar a los niños y correr. “Nos disparaban una y otra vez, incluso con lanzagranadas, atropellaban a la gente con las pick-ups, no puedo imaginar nada peor”, recuerda. “Llegamos a la playa de Dam y me tiré al agua. Me puse a Seydou en la espalda, agarrado a mi cuello, mientras los otros dos se cogían cada uno de un brazo. Vi a un bebé muerto flotando en el agua entre muchos cadáveres, fue horrible”. Baga fue el peor ataque de Boko Haram en toda su historia, algunos testimonios hablan de 2.000 muertos.
Finalmente, Hawa pudo subir con sus tres sobrinos a una barca a motor en la que ya había unas 30 personas y huir a una isla del lago, Daba Ouanzam. Esa misma tarde, pensando que el peligro había pasado, decidieron regresar para buscar sus pertenencias. “Llegamos a Doro y los de Boko Haram seguían allí, estaban quemando las casas y volvieron a dispararnos”. Finalmente, logró entrar a la vivienda de sus padres, pero los terroristas entraron buscando mujeres adolescentes que raptar. Hawa se escondió debajo de la cama y, cuando salió, unas horas más tarde, Doro se había convertido en un pueblo fantasma poblado sólo de niños perdidos. Su marido había desaparecido, igual que sus padres, asesinados por Boko Haram. Vio a Hadja y a Fatimé, de diez y seis años, hijas de una vecina, y a Sadatu y Yamila, de diez y ocho, sus propias hermanas, y, con frialdad, les dijo: “Tenemos que irnos”. Y Hawa volvió a huir, esta vez por carretera, con siete niños siguiendo sus pasos, aprovechando cualquier vehículo que pasara.
Dar Es Salam acoge a un total de 174 niños que durante su huida del norte de Nigeria se separaron de sus padres o familiares y ahora no saben nada de ellos
Atemorizados, cruzando fronteras que no existen, hambrientos. Deambulando de acá para allá, intentando encontrar una cara conocida, una salida. Tras hacer una escala de varias semanas en Diffa (Níger) y otro alto en el camino en Kilbua, donde tuvo que mendigar para alimentar a los niños, Hawa decidió ir a Bagasola, pues allí, le dijeron, sería acogida en un campo de refugiados. “Me quedaban unas 20.000 nairas y con eso he podido sobrevivir, pero el dinero se me ha acabado”, explica. “Esa gente de Boko Haram me ha convertido en huérfana, madre adoptiva y posiblemente viuda, todo a la vez. Mis padres y mi hermana han sido asesinados y mi marido está desaparecido. Me quedaré en este campo hasta que todo se arregle”, dice.
Como Hawa y sus pequeños, el mar de arena de Dar Es Salam acoge a un total de 174 niños que durante su huida del norte de Nigeria se separaron de sus padres o familiares y ahora no saben nada de ellos. Ibrahim Adama, huérfano de 12 años que ha sido criado por su abuela, estaba en Doro cuando Boko Haram atacó Baga. “Vi a todos corriendo y yo hice lo mismo”, asegura con una sonrisa tímida mientras, nervioso, se mira las manos. “Al llegar a la playa había una vecina en una barca y me dijo que subiera con ella”. Ahora, cuando dibuja su periplo en el aula montada por Unicef en el campo de refugiados, Ibrahim solo pinta balas y piraguas, fusiles y sangre.
Al llegar a la isla de Nbougua, en el lado chadiano, se quedó con una amiga de la familia, pero Boko Haram también llegó hasta allí. Era el mes de febrero y el pequeño Ibrahim decidió seguir su camino por su cuenta hasta el campo de Dar Es Salam. “Entró solo, buscando a la vecina que la había invitado a subir a la barca, Hawa Ibrahim, que es mi mujer”, asegura Adam Yahya, quien se ha convertido en tutor del chico. “Lo hemos acogido como un hijo más, ¿qué podemos hacer? Es un buen chaval que no tiene a nadie”. La última vez que hubo noticias de su abuela es que estaba en manos de Boko Haram. Ahora nadie sabe dónde está.
Sobre una superficie de 60 hectáreas, las tiendas se reparten por bloques del 1 al 12, cada uno de ellos con 100 tiendas para unas cinco personas
En la escuela Esperanza A del campo de Dar Es Salam, Mahamadou Hassan, de 14 años, aprende por primera vez en su vida a leer y escribir con materiales donados por Unicef. “En Baga trabajaba en el campo, con mi padre. Pero una noche llegaron los rebeldes y tuve que salir corriendo. Ahora no sé dónde está mi familia”, explica. Como casi todos, Mahamadou se subió a una barca y, tras cuatro días de navegación y una pequeña parada en Kangalam, cruzó al lado chadiano, donde se encontró con un amigo de la familia. “Me gustaría volver, encontrar a mis padres”, dice. Alto, de pelo rizado, sus días transcurren entre la escuela, un poco de fútbol y echar una mano en la tienda, ir a buscar agua o a comprar alguna cosa en el improvisado mercado que ha surgido en el campo.
El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) se encarga de intentar las reagrupaciones familiares. Sin embargo, no es fácil. Muchos de los padres han muerto y otros se encuentran desplazados en el interior de Nigeria. Podrían estar en cualquier lado, viviendo con amigos, parientes o en campos de desplazados. Además, la inseguridad se mantiene y volver al norte de Nigeria no es una opción en este momento. Boko Haram sigue ahí.
En Dar Es Salam están acogidas unas 7.200 personas, casi todas refugiadas procedentes de Nigeria. Sin embargo, el flujo no se detiene y ya se preparan para recibir nuevas oleadas. “En las próximas semanas iremos a buscar a la gente que vive en las islas de Kaiga o Kinderia, en el lago, donde se han quedado aislados unos 3.000 refugiados y tenemos órdenes de evacuarlos y traerlos aquí”, asegura Mahamat Talur, responsable de la Comisión Nacional de Acogida y Reinserción de Refugiados y Repatriados en esta zona. La capacidad del campo, en el que trabajan codo con codo el Gobierno chadiano, agencias de Naciones Unidas como el Acnur, Unicef, el Programa Mundial de Alimentos y distintas ONG, Médicos sin Fronteras o el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), es de hasta 15.000 refugiados.
Sobre una superficie de 60 hectáreas, las tiendas se reparten por bloques del 1 al 12, cada uno de ellos con 100 tiendas para unas cinco personas. En el centro de salud, el doctor Gano está al mando. Dos médicos y 16 enfermeras hacen lo que pueden para atender las patologías más frecuentes, infecciones respiratorias y malaria. Desde su puesta en funcionamiento a mediados de enero, Dar Es Salam ha tenido 80 nacimientos, a una media de tres o cuatro por semana. Si no hay complicaciones, en la propia Maternidad; si la cosa apunta a cesárea o surge algún problema, directas al hospital de Bagasola, a unos 15 minutos de allí.
Este reportaje ha sido posible gracias a la colaboración y soporte de Unicef.
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