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Tribuna
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Por una Europa solidaria

Los Estados no deben romper los valores de la Unión ante la gravedad del desafío migratorio

Ana Palacio

Asistimos al desarrollo de una tragedia humana en el Mediterráneo, donde cientos de miles de refugiados arriesgan —y a menudo pierden— la vida por buscar cobijo en Europa. La respuesta de la Unión Europea a esta crisis marcará el futuro y le va mucho en ello. No solo por razones humanitarias, sino por el bien del proyecto europeo en sí.

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En Europa no escasean los retos. A lo largo de los últimos cinco años, el continente se ha enfrentado a múltiples desafíos, desde la crisis financiera de la eurozona, hasta la invasión de Ucrania por Rusia, pasando por el miedo recurrente al impago de Grecia o a la salida de Reino Unido de la UE. Pero ninguno suscita tantas dudas sobre aspectos fundamentales de la UE como el debate migratorio.

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La UE reaccionó rápido en abril tras un episodio especialmente trágico en el que se ahogaron más de 1.000 personas: triplicó el presupuesto y amplió la extensión territorial de sus operaciones marítimas de vigilancia. Este planteamiento está ya dando frutos y el pasado mes de mayo se alcanzaron cifras récord en salvamentos.

La propuesta estrella de la Comisión —un sistema europeo de reparto de la carga frente a la avalancha actual y previsible de demandantes de asilo— se inspira en un principio fundacional de la UE: el de solidaridad. Sin embargo, al limitado alcance del plan se suma la respuesta de los Estados. Algunos han optado por quedarse fuera del programa, otros han mostrado su oposición al sistema de establecimiento de cuotas, e incluso alguno ha puesto el grito en el cielo por el simple hecho de que la UE las proponga. Entretanto, se han difuminado las diferencias existentes entre los buscadores de asilo y los migrantes económicos (no amparados por los convenios vinculantes de derecho internacional humanitario).

La mera existencia de estas desavenencias, frente al innegable sufrimiento humano a gran escala, pone en riesgo los valores básicos de la UE, entre otros su compromiso con el orden jurídico internacional. Y reflejan una preocupante constante en la UE: los intereses romos de los Estados priman sobre la unidad y la cooperación.

El esfuerzo debe centrarse en contribuir a la creación de oportunidades en estos países caracterizados por la juventud de su población y el desempleo

El problema estriba en que muchos europeos, y lo que es más grave, muchos Gobiernos, ven a la UE ya sea como dispensador de beneficios, origen de todos los males o rémoras, pero en ningún caso como un proyecto que les pertenece. La eternización de la crisis económica y las recriminaciones entre los Estados miembros han debilitado el sentido comunitario sobre el que reposan las bases de la UE y, en este contexto, el desafío migratorio ha hecho aflorar una división peligrosa. En lugar de reforzar sus cimientos de solidaridad, la Unión se fractura en tomas de posición cortoplacistas.

Sin embargo, este no es asunto del momento. La crisis solo puede empeorar mientras países de África y Oriente Próximo se enfrenten a una violencia que se perpetúa, a la pobreza y a la crisis de gobernanza. Se estima que solo en Libia entre 500.000 y un millón de inmigrantes más esperan su momento para saltar a Europa. Además, el envejecimiento acelerado de la población es una realidad inapelable que aboga, desde planteamientos económicos, por una política distinta.

Los líderes de la Unión deben comprometerse con claridad a hacer cuanto sea necesario para encarar esta crisis de refugiados, aun al precio de adoptar medidas controvertidas o impopulares, como flexibilizar las condiciones para la entrada regular en la UE. A fin de facilitar su puesta en marcha, la UE y los Estados miembros deberían lanzar una campaña para informar al público sobre los beneficios de un régimen migratorio más realista.

Y cualquier respuesta eficaz pasa por una política perseverante que aborde la raíz de esta afluencia masiva, lo que implica una redefinición de la Política Europea de Vecindad. El esfuerzo debe centrarse en contribuir a la creación de oportunidades económicas en estos países caracterizados por la juventud de su población y el desempleo. Jugarse la vida para alcanzar Europa no puede ser la única opción de futuro.

La Unión necesita, así, encontrar un compromiso sostenido y sostenible, cimentado en la consciencia de un objetivo común. Si los europeos no actúan unidos ante este reto, un sinnúmero de seres humanos continuará pereciendo en el Mediterráneo y el proyecto europeo acabará desintegrándose. Así de simple.

Ana Palacio, exministra de Asuntos Exteriores y exvicepresidenta primera del Banco Mundial, es miembro del Consejo de Estado de España.

© Project Syndicate, 2015.

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