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Tentaciones

El fin del porno (como lo conocías)

Probamos el virtual real porn con gafas 3D y constatamos que incluso en este avance sexual para la humanidad se tira de topicazos

Ilustración: David Uzquiza
Ilustración: David Uzquiza

Sábado por la mañana, dos personas irrumpen en mi domicilio con una sospechosa maleta. No son testigos de Jehová. Tampoco vendedores de enciclopedias. Se trata de los relaciones públicas de una empresa que hace vídeos porno para realidad virtual. Son horas impropias para ver porno, incluso futurista. Acabo de bañarme y de tomar un zumito. El sol brilla en el cielo y desde ayer me siento sexualmente saciada, pero por no salir de casa hago lo que sea –cada vez soy más vaga, todo pornófilo lo es por definición, de ahí que la realidad virtual en el sexo sea equivalente en la vida al invento ese de la cama que se hace sola o el bebé-mopa–, incluso ver una película de sexo explícito delante de unos desconocidos.

Así que he puesto a buen recaudo a mi pequeña hija y he hecho pasar al par de simpáticos gafapastas, chico y chica, que acaban de llegar a Madrid desde Zaragoza, expresamente para hacerme una demostración de su producto. Ellos me corregirán: “No vas a ver porno, vas a follar”. Que una empresa zaragozana se dedique a la realidad virtual, aunque sea pornográfica, y que lo haga para el mundo (sus clientes son sobre todo adinerados asiáticos y norteamericanos de toda la vida) solo adquiere un significado para mí cuando me llaman “moza” al colocarme el casco Samsung GearVR. En un segundo abro los ojos y ya no estoy en mi salón, sentada sobre mi sofá agujereado, sino sobre una súpercama, entre sábanas de seda, en un pisaco de Barcelona con un modelo en pelotas que me mira a los ojos mostrándome que la tiene grande. Empaño las gafas 3D.

"Me di cuenta de que lo del porno me estaba quedando pequeño cuando empecé a masturbarme con dos pelis a la vez"

Pero rebobinemos. Me di cuenta de que lo del porno me estaba quedando pequeño cuando empecé a masturbarme con dos pelis a la vez: por lo general la del típico vídeo japo de un hombre poco dotado fingiendo forzar a una joven que chilla como un gato, y la de la MILF lesbiana vestida de madre superiora y corrompiendo a una novicia. También he probado a hacerlo con tres y hasta cuatro vídeos simultáneamente, como cuando vas a comprarte una tele de plasma a la FNAC. A todo volumen. Un coro arrullando mis placeres. ¿Porno multitarea? ¿Polimasturbación? Lo cierto es que mi extraño comportamiento demostraba una cosa: estaba lista para pasar al siguiente nivel.

Y pasé. Esto es lo siguiente. Estoy dentro. La realidad virtual es totalmente inmersiva, entras a otra dimensión. Los vídeos han sido filmados en 3D y con un grado de visión de 180o (actualmente trabajan una inmersión de 360o, cien por cien inmersiva), con lo cual, si muevo la cabeza, puedo ver en una mesa los restos de lo que los actores han desayunado antes de grabar. La película que ahora protagonizo se llama Amor andaluz y es un éxito entre las pocas mujeres (1%) que acceden al servicio de Virtual Real Porn, porque el actor les susurra al oído “corazón mío” y “mi alma”. Lo que veo a través del casco con gafas es el cuerpo de una mujer blanca y de vientre plano, sin cabeza –porque la cabeza es la mía–o sea que debo imaginar que esa soy yo —aunque yo no sea blanca ni tenga el vientre plano— y que un tío me lo está comiendo todo —aunque se lo esté comiendo a la mujer sin cabeza—. Me explico: los vídeos se graban en POV (point of view), o sea desde un punto de vista de chica o de chico. En este caso, es el de una chica. La cámara ha sido colocada a la altura de los ojos de la actriz a quien no vemos el rostro, o sea a la altura de mis gafas. Todo lo que se graba es lo que ella ve y vive, para que el suscriptor (yo) –hay que suscribirse para tener acceso a estos vídeos y contar con un casco y un móvil Samsung Galaxy Note 4, insertable– tenga su punto de vista y sienta que está ahí y que el cuerpo que ve es el suyo. Me da hasta pudor porque realmente parece que me mira, que está conmigo y que me habla a mí. ¿Ahora como haré para seguir masturbándome en 2D y que no me sepa a poco? El actor pega su perfecto y lustroso pene a mi cara/pantalla para que se lo chupe virtualmente y luego ocurre lo que ocurre en casi todas las pelis: que me la embarra de semen. Fin.

"¿Ahora como haré para seguir masturbándome en 2D y que no me sepa a poco?"

Decido cambiar de rol –me cuentan mis amigos zaragozanos que algunas parejas se vuelven usuarias para jugar con los roles de género y también para follar mientras llevan los cascos puestos, en una estupenda alegoría del sexo dentro del matrimonio: en la misma cama pero cada uno con su peli porno en la cabeza– y pido que me pongan alguna con el otro punto de vista. No se los digo, pero me aburre un montón el topicazo porno entre un stripper y una modelo que están como un tren y fingen desearse, aunque la mujer supuestamente sea yo. A mí me gusta el porno en el que se ven mujeres normalitas que se fingen dormidas y follan con otros en las camas de sus maridos mientras estos roncan; o videos japos en los cuales el protagonista tiene sexo prohibido con la mejor amiga, la madre, la hermana. Rollo “qué haces, no, por favor, nos van a pillar, pero no pares, sigue sigue”. ¿Alguna vez podrá haber virtual real porn inmersivo del que me a mí me gusta? “Hay gente que pide barbaridades que no podemos hacer, como humillación o embarazadas”, dicen los zaragozanos. Ups. “Los clientes solicitan cada vez cosas más raras, nosotros intentamos satisfacer sus peticiones —siguen los mozos—. Alguno ya ha pedido una película con un negro y se rodará pronto”. Vaya, qué raro. “Y pronto rodaremos una con temática de Star Wars”. Aún así, el futuro virtual aún está muy por detrás del aún mucho más diverso presente de andar por casa de webs como Apetube, vertedero de tendencias apenas confesables.

Cambiar de rol me ha gustado. Ahora una actriz española jovencita, con una cara preciosa me lame la nariz. “No vas a ver porno, vas a follar”. Y sí, me la estoy follando con mi pene virtual sobre una mesa y por detrás. Yo muevo la cabeza para sentir el 3D. Y luego, lo de antes pero al revés: me muestra la cara para que yo en un estallido le deje pringosas las pestañas. FIN. La realidad virtual funciona –todavía solo para algunos– pero cierto porno sigue siendo el mismo.

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