Se convocan elecciones en Villa Miserias
Pepitas de Calabaza publica 'La Suma de los Ceros', mastodóntico ejercicio de política ficción amarga que supone el debut del mejicano Eduardo Rabasa
Si, como dice uno de los personajes de La Suma de los Ceros, la medida de todo hombre consiste en la dosis de verdad que pueda soportar, mi talla fue puesta a prueba en la charla que mantuve con Rabasa tras leer su primera novela: “Siento mucha simpatía por la renovación política que parece haber en vuestro país, entiendo la euforia y la esperanza que generan, pero soy escéptico sobre los efectos reales de ese cambio, ya que el margen de acción va a ser muy limitado y eso puede desembocar posteriormente en un desencanto. Me recuerda a esa teoría del filósofo Morris Berman de que los radicales, en este momento, necesitan teoría” me dice, mientras clavo mis ojos en su pulsera del Primavera Sound, y ya no pone Primavera Sound, pone No Podéis, y no hay cerca ningún sobre de azúcar que pueda llevarme a la boca. La medida de todo hombre consiste en la cantidad de glucosa de la que puede prescindir, y cero más cero no son siete; quién nos lo iba a decir.
La Suma de los Ceros se abre con la letra de A wolf at the door de Radiohead, pero la canción –y, por ende, la anhedonia- no cesa en ninguna de sus casi cuatrocientas páginas; en las primeras cien, el foco despega del asfalto de Villa Miserias, desagradable y reconocible escenario ficticio donde se desarrolla la historia, hasta convertirse en un satélite: con la precisión de un David Simon de telescopio latino, Rabasa cartografía la ciudad y los agentes sociales de ésta, desde los encargados de la limpieza a los narcotraficantes, la clase política o los encargados de la educación de sus conciudadanos. “De manera inevitable, el universo del libro entronca mucho con la realidad mejicana y latinoamericana, pero mis referencias eran más temporales que geográficas: quería reflejar una época, que La Suma de los Ceros se pudieses extrapolar a muchas realidades occidentales, donde el régimen sea una democracia liberal que se muestra igualitaria sin serlo realmente”.
Las comparaciones con 1984 son inevitables, más aún cuando Rabasa dedicó su trabajo final de carrera al concepto de poder en la obra del creador de Rebelión en la granja: “Conceptos como la obediencia, el saber por qué nos plegamos ante ciertas órdenes, me interesaban mucho cuando estudiaba ciencias políticas. No sólo leí en profundidad la obra de Orwell, sino también ensayos como el Discurso de la servidumbre voluntaria, donde se plantea que ni el ejército más poderoso del mundo podría tener a una población subyugada todo el tiempo sin que ésta tenga una predisposición voluntaria de servir al que tiene arriba para, a su vez, ser cruel y despótica con el de abajo”. Sin embargo, La Suma de los Ceros está más cerca de Un Mundo Feliz que de la distopía orwelliana y, además, el autor coincide con otros como Miguel Ibáñez (pOp cOntrOl) al señalar que nuestros tiempos se asemejan más a los fantaseados por Huxley que a la cohesión hiperviolenta que auguraba Orwell: "En Madrid presentó La Suma de los Ceros César Rendueles (Sociofobia) y me explicaba que sus estudiantes estaban completamente anestesiados, no les emociona nada, tienen un desencanto crónico. Están como embriagados por la pantalla del ordenador y las redes sociales. La utopía digital y el activismo online a generado justo lo contrario a lo que pretendía: ciudadanos cínicos, apáticos y sedados”. Chupitos de soma para todos, que invita Aldous.
El (anti)antihéroe que protagoniza el primer libro de Eduardo Rabasa nos recuerda a una creación desapasionada del mismísimo Stan Lee (idénticas iniciales en nombre y apellido, deidades liberando las tripas sobre su existencia, y relaciones sentimentales en pleno loop de montaña rusa): Max Michels decide presentarse como candidato a las elecciones de Villa Miserias con un programa electoral basado en desgañitarse por señalar la desnudez del emperador, pero sin interés alguno por proporcionarle nuevo fondo de armario. Con un diálogo interno a coro, el protagonista de La Suma de los Ceros hace que Holden Caulfield parezca un peluche hecho de brócoli: “Me interesa mucho cuando alguien está escindido entre su mente y su cuerpo, librando una lucha interna; cuando hay imágenes irreconocibles que están inherentes en el propio individuo. La sensación de desajuste con el entorno y con la propia mente fueron lo que, casi de una manera biológica, me impulsaron a ponerme a escribir La Suma de los Ceros”.
La Suma de los Ceros es como el pesado yunque que cae sobre los dibujos animados: escuchas un silbido lento, su sombra te cubre y te convierte en papel de pared una vez llegas a la última página, que ni mucho menos funciona como salida de emergencia. Un lúcido tweet, que rezaba algo como “The Margaret Tatcher Museum? Look around you. You’re f***ing living in it” ("¿Un museo para Thatcher? Mira a tu alerededor, ya vives en él) y la lectura de La Suma de los Ceros van en una línea parecida. Los que han querido ver devaneos futuristas en el debut del autor mejicano no pueden estar más en lo cierto: el futuro, como dice la canción, parece una peli barata; parece cine (en) español. Las puertas de seguridad tanto a ello como a nuestro encuentro, según Rabasa, pasan por la abstención activa: “Las manifestaciones y huelgas han dejado de tener efectividad, sólo consiguen aceitar más el sistema que ponerlo en entredicho. Creo en el derecho a expresarse de la gente que no quiere formar parte de todo ese baile asimilado si, a cambio, propone y participa en otro tipo de acciones”.
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