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MIRADOR
Columna
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Cuando toca perder

La educación ha sufrido en las últimas décadas un desprecio útil por parte de la autoridad

David Trueba

Es fácil cargar contra la enseñanza pública. Basta una ojeada imprecisa a los informes Pisa o dejarse llevar por el elitismo de quien nunca se para a reflexionar sobre la cruel diferencia de oportunidades que aún pervive en nuestro país. Por eso el caso del suicidio de una alumna acosada en un instituto de Usera, al que tampoco conviene estigmatizar, provoca algo equivocado. En primer lugar, el suicidio siempre contiene una dosis de intimidad de tal calibre que conviene ser justos y precisos para no sumar más daño a un daño tan terrible. Las clases sociales, las barriadas desfavorecidas, no merecen ser elegidas como escenario tan solo del dolor y la carencia. En ese mismo centro, muchos chicos dan el primer paso para escalar hacia el mundo del conocimiento, de la igualdad, de la realización personal y profesional, y ese mérito es tan fotogénico como la muerte o el crimen.

Lo que ha roto las costuras de ese caso es encontrarte la masificación y la impotencia de una comunidad. Más allá de los recortes, la educación en la capital del país ha sufrido en las últimas décadas un desprecio útil por parte de la autoridad que nos va a tocar pagar con creces en los próximos años. Suprimir interinidades, carecer de recursos para cubrir bajas, reducir los programas de apoyo, degradar los servicios internos es exactamente lo contrario que una crisis económica precisaba. Salvar alumnos que se deslizan hacia el abandono es lo que hubiéramos necesitado, porque la crisis financiera no tiene solución más que en el circo financiero, pero sí el futuro social de una inmensa cantidad de jóvenes.

Lo que no se aprende en el colegio se aprende en el patio del colegio y ahí también habría que preguntarse por la criminalidad que encierra suprimir ligas deportivas, actividades extraescolares, acercamiento a fenómenos culturales que los chicos suplen con una intimidad hiperconectada pero de un individualismo radical y enfermizo. La potencia de la adicción a las redes sociales y sus subgéneros delincuenciales encuentra en España datos que nunca pondera un informe institucional. Juega un papel esencial en todo ello la soledad, el sedentarismo, la precarización del empleo paterno, el precio de la vivienda y el derrumbe social de barrios en favor de la desigualdad. Todo niño busca en la escuela un maestro que le abra la ventana. Encontrarlo es la mejor lotería, pero hemos reducido tanto los números que cada día es más difícil que les toque ganar.

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