Líbano, el refugio sirio
El país acoge un millón y medio de desplazados por la guerra Más de la mitad son niños
A escasos kilómetros de la frontera con Siria, un avión sobrevuela el cielo de Líbano. Los niños que jugaban entre las tiendas del asentamiento de refugiados de Fayda corren a esconderse de manera instintiva. "Los bombardeos, atentados y combates diarios de la guerra de Siria han dejado su particular cicatriz en estos niños", comenta Diana Siam, psicóloga jordana del programa de Apoyo Emocional que la ONG Acción Contra el Hambre desarrolla con poblaciones de refugiados diseminadas por todo el país. "Muchos de ellos llevan ya cuatro años aquí. Les han arrebatado la infancia y sus pocos recuerdos se limitan a un escenario de violencia". Los niños son siempre los más vulnerables ante este tipo de situaciones bélicas. "Por lo general tienen problemas de agresividad, han perdido la capacidad de hablar o padecen insomnio debido a las pesadillas", abunda Diana. Las madres, en muchas ocasiones viudas, también requieren de este tipo de apoyos al ser victimas de abusos, violaciones o discriminación. "Las circunstancias son a veces tan extremas que nos sentimos desbordados", reconoce la psicóloga.
Hundiendo sus orígenes en 2011 como un levantamiento más de la llamada Primavera Árabe, la situación en Siria ha tornado en la mayor crisis de refugiados y desplazados de nuestro tiempo, tal y como ha afirmado el Secretario General de la ONU en la reciente Conferencia Internacional de Donantes celebrada en Kuwait. Uno de tantos caídos en el conflicto sirio fue el marido de Warde, refugiada de 35 años que lucha por salir adelante en un asentamiento cercano a la localidad libanesa de Zahle. "Vivía en Alepo cuando mataron a mi marido al comienzo de la guerra y tuve que dejar mi casa. Me fui con mis tres hijos a vivir de alquiler un año y medio pero tuve que huir otra vez. Finalmente me refugié en un colegio pero lo bombardearon, así que cogí el poco dinero que tenía para venir a Líbano. Ahora mis hijos tienen ocho, nueve y diez años y por ellos aún tengo fuerzas. Les insisto mucho en que estudien francés e inglés para que puedan salir de aquí cuanto antes, porque ningún niño se merece esta vida", se lamenta tras disculparse por no tener nada que ofrecer. “Si estuviéramos en Siria mataría un cordero para invitaros a comer".
De todos los que han tenido que dejar su hogar a causa de la guerra, 3,9 millones de personas han buscado refugio fuera de Siria. Más de un millón lo ha encontrado en Líbano, un país de poco más de cuatro millones de habitantes y unas dimensiones equivalentes a la provincia de Navarra. Uno de ellos es Ahmed Abdul Al Aziz, joven de 27 años que vive con su numerosa familia en una plantación de sandías y plátanos a las afueras de Tiro. “Llevamos casi dos años aquí. Somos siete hermanos. Mis tres hermanas son viudas de combatientes y solo dos estamos casados. Con ocho hijos entre todos, sumamos 17 personas viviendo un esta casa sin luz ni agua potable. En Alepo tuvimos que dejar a nuestros padres y la última noticia que tuvimos de ellos fue hace un año”.
Ahmed agacha la cabeza, toma aire y prosigue su relato: “Primero vine con mi hermano mayor para buscar un sitio donde poder instalarnos y luego pudimos traernos al resto. Aquí solo puedo trabajar en estas plantaciones que nos rodean a cambio de que el alquiler no sea muy alto, pero el dueño no hace más que subirlo. Al llegar, pagábamos 100 dólares pero ahora nos pide 200. Aún no me lo puedo creer, éramos personas de clase media, ¿sabes? Yo estaba estudiando Derecho y mi hermano Ciencias Sociales. Ahora estamos aprendiendo a cultivar la tierra. Menuda casualidad, pensar que mi padre era agricultor”.
El shawish
Shawish es como se denomina en el dialecto sirio del árabe al jefe de los asentamientos. Antes del conflicto, Líbano era el gran huerto de la región donde numerosos sirios iban a trabajar como temporeros. El shawish era el intermediario encargado de gestionar la contratación de los trabajadores, su estancia o los transportes. Cuando en Siria la situación se tornó insoportable, estos volvieron a Líbano, pero con toda su familia y dispuestos a no regresar a su país. El shawish se convirtió así en la persona de referencia en Líbano para poder emprender una nueva vida.
Uno de ellos es Mohamed Hussein Ashua, de 47 años. Vive en un asentamiento que acoge a 40 familias en Tiro junto a una de las playas más frecuentadas por turistas libaneses. Vive con su mujer y sus siete hijos bajo un techo de plástico y cuatro paredes de madera. Es de Rakka y solía desplazarse a Líbano para trabajar como temporero antes del conflicto.
"Cuando comenzó la guerra no lo dudé y me traje a mi familia. Volvía a Siria periódicamente para recibir tratamiento médico y tener noticias de los parientes, pero ahora que Líbano ha endurecido el tránsito por la frontera, no sé que voy a hacer" comenta mientras sirve un té. “Soy de los que más tiempo llevo aquí. He visto como paulatinamente iban llegando más compatriotas que dejaban todo atrás. Me produce muchísima tristeza porque me doy cuenta de que esto no tiene fin. Les ayudo en lo que puedo, conseguir los materiales, informarles de las ayudas, tenemos que ayudarnos como sea". El discurso de Mohamed se entrecorta y no puede evitar mostrar su tristeza por la situación de su país.
Otro caso es el de Mohamed Al Haman Basher, de 32 años, que vive junto con otras seis familias en el asentamiento de Bablieh, cerca de Saida, al sur de Líbano. Llegó procedente de Alepo hace dos años. Tiene gesto bonachón, mirada triste y unas manos enormes y curtidas. "Fui el primero en llegar a esta zona y hablé con el dueño de las tierras para ayudar a las otras familias que llegaron después. No nos conocíamos de nada hasta que coincidimos aquí, pero nos ayudamos y respetamos todo lo que podemos. Trabajamos por el 25% de las ganancias de los tomates y lechugas que cultivamos en estas tierras”.
Interrumpe Mohamed la charla para agacharse y matar una serpiente como si nada. “Venir aquí fue una decisión muy dura pero no podía ver a mis hijos vivir con ese miedo. Me preocupa mucho el futuro al que puedan aspirar e intento que vayan al colegio, pero debo pagar el transporte de cada uno de ellos y no nos llega para tanto". Ante la pregunta de si tiene alguna esperanza puesta en el futuro, responde como casi todos los entrevistados: "sólo Dios sabe qué lo que vendrá".
La hospitalidad libanesa, al límite
Una guerra civil que duró 15 años, la situación de 400.000 refugiados palestinos acogidos en su territorio, escenario de las tensiones constantes entre Hezbolá e Israel, el Estado Islámico a las puertas, una diversidad política y religiosa difícil de equilibrar… Desde la época fenicia, la historia de Líbano es una de las más convulsas de una región ya de por sí extremadamente volátil. Como bien resumía Ahmed, taxista beirutí, "Líbano es el tablero de ajedrez donde nuestros vecinos juegan a la guerra".
En estos cuatro últimos años de guerra en Siria, los libaneses han mostrado una gran generosidad pero el impacto de esta crisis está pasando factura a sus infraestructuras y servicios públicos. Ahora, con la sombra del Estado Islámico acechando la frontera, el país acaba de estrechar el flujo de refugiados, imposibilitando la huida a miles de sirios que quedan atrapados.
Líbano, por otro lado, intenta evitar cualquier carácter de permanencia de los desplazados sirios dentro de sus fronteras. Sin otorgarles el estatuto de refugiados y sin autorización para trabajar, los mantiene en un limbo donde las únicas opciones que tienen son la ayuda humanitaria y, lógicamente, trabajar informalmente con salarios muy por debajo del de los libaneses. Esta competencia laboral junto con el desbordamiento de los recursos y las infraestructuras del país que los acoge, sitúa a los refugiados sirios en una posición muy delicada que crea tensiones con la población libanesa, que empieza a mostrar signos de agotamiento.
La cohesión social y la preocupación por la población vulnerable de Líbano se ha convertido en uno de los principales objetivos de la organización humanitaria Acción Contra el Hambre, que desarrolla proyectos de cash for work. Este programa consiste en crear trabajos en la comunidad acordados con las municipalidades para poder generar ingresos y favorecer la integración y, lo que resulta clave, mejorar la autoestima de personas que de la noche a la mañana, una noche que comenzó hace ya cuatro años, se han visto sin oficio, beneficio, tierra ni identidad.
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