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Los otros retos de Nepal: luchar contra el feudalismo

Movimientos sociales y políticos indígenas luchan contra el sistema de terratenientes Buscan abandonar la pobreza y mejorar el joven sistema democrático

Una mujer 'santhal' sostiene a su hijo en brazos en medio de una plantación en Nepal.
Una mujer 'santhal' sostiene a su hijo en brazos en medio de una plantación en Nepal.Z. A.

Ha pasado más de medio siglo desde que Lakhan Sorien fue víctima del ataque que cambió su vida y lo convirtió en un héroe, pero todavía es incapaz de dormir tranquilo. De hecho, a sus 98 años ni siquiera descansa en la pequeña casa de adobe que construyó con sus propias manos. Prefiere dormir sobre un colchón raído bajo el que esconde las armas con las que mató a dos hombres en algún momento de la década de 1960: una lanza, un arco, y un juego de flechas. "Lo volvería a hacer", asegura con gesto decidido antes de explicar por qué: "Los brahmanes —la casta más alta en la sociedad nepalesa— contrataron a un numeroso grupo de personas para matarme. Vinieron de noche, y uno de ellos me lanzó un kukri —cuchillo tradicional curvado—. Afortunadamente, pude coger mis armas antes de escapar de casa". Sorien se escondió en el bosque y comenzó a disparar flechas. "A uno le di en el pecho y a otro en el costado. Los rematé con mi espada". Sorprendidos por la inesperada resistencia, los atacantes se batieron en retirada y él logró su objetivo: defender la tierra de los terratenientes que se la querían robar.

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El caso de Sorien, uno de los 120.000 miembros de la minoría étnica santhal que habitan en Nepal, encendió la mecha de una revolución que continúa en marcha todavía hoy, con el país convertido en una república democrática. Porque en pleno siglo XXI, los santhal siguen siendo esclavos en su propia tierra. "La gente como él luchó hace décadas por lo que le pertenecía, pero poco pudo hacer contra los emigrantes de la etnia mayoritaria que llegaron en tromba a su territorio y que, además, estuvieron protegidos por el Ejército. Fue parte de una estrategia del Gobierno para reducir la presión demográfica en las partes altas del país y para hacerse con el control de la zona más fértil —el terai—, en la que se estableció un sistema feudal brutal", explica Lukiran Hashda, presidente de una pequeña asociación de santhal que ha ganado fuerza desde la caída de la monarquía, en 2006.

La Federación Nepalesa de Grupos Indígenas (Nefin) indica que el de los santhal, considerado un grupo "muy marginado" —el siguiente escalón es el de en peligro de extinción—, no es un caso único. De hecho, sostiene que los 61 grupos étnicos del país, que suman un 37,2% de la población nepalesa, viven gravemente marginados. Es algo que corroboran sendos informes del Banco Mundial y de Naciones Unidas, en los que se concluye que los grupos indígenas son ciudadanos de segunda y en los que se reconoce que resulta extremadamente complicado cambiar su deplorable situación en una sociedad muy jerarquizada en la que la casta todavía es clave para entender cómo se ejerce tanto el poder económico como el político.

Por si fuese poco, las minorías étnicas se encuentran entre los grupos más afectados por el terremoto que sacudió Nepal el pasado día 25. Sobre todo en las zonas más remotas a las que más tarde ha llegado la ayuda a pesar de la gran devastación que han sufrido. Davinder Kumar, cooperante de la ONG Plan Internacional, cuenta cómo el seismo ha exacerbado el aislamiento de algunas de estas comunidades que para llevar una vida digna necesitan el dinero que remiten sus miembros más jóvenes desde la capital, Katmandú, el núcleo urbano en el que más muertes se han registrado. “La mayoría son agricultores que sobreviven gracias al pago diario por su trabajo o el de sus hijos. La pérdida de esos trabajos —sumada al daño que han sufrido cientos de miles de edificios—, solo incrementa el drama que viven”.

Hasta el 65% de la tierra que ha pertenecido históricamente a las minorías étnicas está ahora ocupada por la etnia mayoritaria, sobre todo por habitantes de las castas superiores, o destinada a parques naturales, según Nefin. Y precisamente, ahí radica el resto de la larga lista de males que sufren las etnias indígenas de Nepal, que son mayoría entre los nepaleses que se ven obligados a emigrar fuera del país y cuyas mujeres son especialmente vulnerables al tráfico de personas para la prostitución. La tasa de escolarización de estos grupos es también muy inferior a la media nacional, y en lo único que están por encima es en el porcentaje de población reclusa. Curiosamente, la pobreza que se ceba con las sociedades indígenas ha provocado un boom en el tráfico de órganos, sobre todo en el comercio de riñones.

Las mujeres toman las riendas económicas

Z. Aldama – Damak

"Ser mujer en Nepal es un castigo, pero ser mujer y pertenecer a una minoría étnica es una maldición de por vida". Sanat Kiskur está dispuesta a luchar por mejorar la situación de las mujeres en su comunidad mediante una cooperativa financiera que les concede microcréditos. "Una razón por la que se nos discrimina es porque los hombres consideran que no aportamos dinero a la familia. No importa que trabajemos duro en casa o en el campo, ellos reciben el salario. Por eso, la mejora de nuestro estatus tiene que estar relacionada con un aumento de nuestro poder económico".

Dicho y hecho. Las socias de la cooperativa aportan mensualmente 20 rupias (0,2 euros) a un fondo. "Muchas no necesitan ningún crédito, pero ponen dinero en la hucha por solidaridad y en previsión de que algún día lo necesiten", cuenta Kisku. Además, cuentan con 49.000 rupias (490 euros) aportadas por la ONG Action Aid Nepal —hermana de la española Ayuda en Acción— . Quienes necesitan capital pueden pedir entre 2.000 y 5.000 rupias (20-50 euros) y devolverlo en un máximo de seis meses con un 2% de interés. "La mayor parte de los créditos van destinados a la compra de ganado, nuevos negocios, o tratamiento de problemas de salud", cuenta la presidenta. "Desde que nos establecimos en abril de 2009 no ha habido ningún impago, y la calidad de vida de nuestras asociadas ha mejorado ostensiblemente", asegura Kisku.

Cada vez hay más mujeres interesadas en participar en el proyecto. Las nuevas socias tienen que aportar un capital inicial equivalente al que haya aportado el resto desde el comienzo. Si no hacen uso de él, también ganan, porque participan de los beneficios que reportan los intereses. "Los maridos están contentos y las mujeres han ganado peso en las decisiones familiares".

Marang Mui, por ejemplo, pidió 1.200 rupias para comprar un par de crías de cabra y 1.500 rupias para un cerdo. Todavía está pagando el crédito, pero espera que el negocio le salga muy rentable. “Me voy a quedar las cabras, pero venderé los cabritillos que tengan. El cerdo lo venderé por unas 8.000 o 9.000 rupias (80-90 euros) cuando haya engordado". Hasta entonces, Mui, su marido, y sus dos hijos, viven con las 150 rupias que ganan cultivando la tierra de un terrateniente. Es la primera vez que ella se involucra en un asunto de dinero, y espera que mejore la vida de la familia. "Antes no podía tener mis propios animales, así que ganaba unas pocas rupias cuidando los de otros. Ahora soy propietaria", cuenta con una sonrisa de oreja a oreja.

"Nuestro principal problema ahora sigue siendo la falta de tierra en propiedad", añade Hashda. "Nos la robaron a mediados del siglo XX aquellos emigrantes de las castas altas con la connivencia del Estado. Los santhal estaban amedrentados y la mayoría tuvo que escapar abandonando sus terrenos. Cuando las luchas remitieron y decidieron regresar, las familias brahmanes se habían erigido en propietarias de esas tierras, que habían registrado a su nombre. Al no conocer el nepalés ni saber de leyes, los santhal se vieron forzados a trabajar el campo de sus antepasados en un régimen feudal que no ha cambiado mucho".

Pocos se enfrentaron a los colonizadores como lo hizo Sorien, pero su valentía logró avances que sentaron las bases para continuar la lucha en el ámbito legal. "Después del ataque me llevaron a la ciudad de Biratnagar para juzgarme", recuerda el anciano. "Le expliqué al juez lo sucedido, y juré que solo utilicé la violencia en defensa propia". Sorien aprovechó también el revuelo que provocó su procesamiento para hacer un alegato a favor de la causa de los santhal. "Conté cómo cada vez más personas procedentes de las montañas estaban llegando a nuestro pueblo, y cómo los poderosos terratenientes querían apoderarse de nuestras tierras a la fuerza. Si teníamos un búfalo, lo mataban; si teníamos arroz, nos lo robaban; si teníamos mujer, la violaban. Eran tantos que no los podíamos frenar".

Finalmente Sorien quedó libre e incluso consiguió que 25 de los hombres que le atacaron aquella noche fuesen condenados a recibir decenas de latigazos. Su ejemplo marcó un punto de inflexión: los santhal, hasta entonces dóciles frente a una avalancha que les superaba, comenzaron a hacer frente a los ataques. Y el propio rey Mahendra, que reinó entre 1955 y 1972, autorizó el uso de fuerza letal para la defensa de su territorio. "Afortunadamente, desde el final de la guerra civil con los maoístas y tras el establecimiento de la democracia, ahora se abre un camino de esperanza para las minorías étnicas, que hemos estado históricamente pisoteadas", afirma Hashda. "Pero, de momento, la situación no mejora. Seguimos condenados a la pobreza y supeditados a los brahmanes", añade con un gesto de impotencia.

Hophna Murmun, de 70 años, es buen ejemplo de ello. En pleno siglo XXI labra la tierra de sus antepasados para que el terrateniente que se apoderó de ella hace tres décadas se lleve la mitad de la cosecha. "En aquel momento teníamos casi 20 acres, pero perdimos la mitad con las inundaciones y la otra mitad nos la arrebataron con amenazas y palizas", recuerda Murmun. "Sobrevivíamos haciendo pequeños trabajos, chapuzas en la construcción y en el campo, hasta que nos dimos cuenta de que lo mejor era regresar y pagar por trabajar nuestro terreno". Están convencidos de que no tienen alternativa, y no son los únicos. La historia de Kubiaj Hemranj tiene muchos puntos en común con la de los Murmun. "La gente de las montañas comenzó a llegar al pueblo y a construir sus viviendas en nuestras parcelas. La policía los protegía y siempre lamentaré no haber tenido el coraje suficiente para enfrentarme a ellos y haberlos matado, como hizo Sorien. Ahora, muchos de los que nos robaron están en el Gobierno, están bien formados, han hecho desaparecer las pruebas, y escriben las leyes. Así que ¿a quién podemos pedir ayuda?", se pregunta Hemranj. "Es muy dolorosa esta impotencia, y, por eso, aunque solo gano entre 100 y 150 rupias (1-1,5 euros) al día trabajando la tierra, nunca he escatimado en la educación de mis hijos. Ellos están alfabetizados y estudian Derecho para reclamar lo que les corresponde".

Indiferencia política

En pleno siglo XXI, los santhal siguen siendo esclavos en su propia tierra

Desafortunadamente, la falta de voluntad política dificulta la mejora de esta situación. "La palabra indígena no aparece en ninguna de las cinco constituciones de Nepal y, aunque existen fiestas nacionales en nombre del perro, la vaca, e incluso el cuervo, ninguna de las celebraciones tradicionales indígenas está oficialmente reconocida", apunta Hashda para mostrar la indiferencia existente en las esferas del poder. Nefin va más allá y denuncia que la desigualdad se aplica incluso con la ley: mientras miembros de algunos grupos étnicos para los que el vacuno no es sagrado son encarcelados hasta 12 años por matar vacas para comer, empresarios de las castas altas sirven ternera en sus restaurantes de alto copete sin problema alguno.

Por si fuera poco, la organización pro derechos de los indígenas también asegura que las culturas minoritarias que forman el espectacular mosaico nepalés están en peligro de extinción por las políticas del Gobierno, que destina 200 millones de rupias (unos dos millones de euros) a la preservación de la lengua muerta del sánscrito pero no destina presupuesto alguno para la publicación de libros en las diferentes lenguas de las minorías étnicas. Y, por supuesto, no se enseñan en la escuela, donde los santhal denuncian que se lleva a cabo una asimilación cultural. No en vano, la mayoría de la población nepalesa considera que las prácticas sociales de estos grupos deberían ser abolidas porque son retrógradas.

Los 61 grupos étnicos de Nepal que suman un 37,2% de la población, viven gravemente marginados

"Es cierto que los santhal nos regimos por un sistema propio y ancestral recogido en el libro Hapram Puthi, en el que se desarrollan las bases del Majhi Pargana, que regulan nuestra sociedad", apunta Hashda. Cada pueblo tiene un comité formado por siete personas que vela por el buen funcionamiento del sistema, liderado por el Majhi Haran, un jefe que tiene poder absoluto. "Esta estructuración política está reconocida en India, pero no en Nepal", apostilla el activista, cuyo objetivo final es el reconocimiento en la Constitución de los derechos de las minorías étnicas. No obstante, en una república federal como la nepalesa, que acaba de abrazar la democracia y el Estado de Derecho, el hecho de que un hombre al que nadie ha elegido concentre el poder político y judicial no se ve como algo precisamente justo.

"La nueva etapa política que se abre ahora es muy positiva para toda la población, pero hay que dar tiempo a que se asiente. Y también es necesario que los grupos étnicos reconsideren sus sistemas políticos y sociales para que no sean discordantes con los valores de la nueva Constitución", opina Rajendra Prasat Chowdury, representante del Partido Marxista-Leninista Unido CPN UML en la región de Damak. El político tiene claro que "la discriminación debe acabar y se ha de poner fin también al sistema feudal que perdura en muchas zonas del país", pero advierte de que no es algo que se vaya a lograr en poco tiempo. "Abogamos porque las diferentes naciones tengan cabida en el nuevo estado federal, por la erradicación de la corrupción y la igualdad de oportunidades para todos los grupos. Pero no se le puede dar la espalda a la realidad, y ahora la prioridad debería ser conseguir un desarrollo económico que permita llevar a cabo todas las reformas. No queremos un sistema chino, ni el indio, sino la suma de los mejores elementos de ambos", expone Chowdury.

Para la mayoría de los santhal, el discurso de Prasat Chowdury es completamente ininteligible. "Los políticos nos dicen todos lo mismo para ganar nuestros votos, pero se olvidan de que necesitamos dos cosas básicas: comer y alfabetizarnos", denuncia Hashda. "Están en connivencia con los terratenientes y sirven a sus intereses. En una ocasión, la Policía incluso prestó uniformes a unos matones a sueldo de un propietario de tierras para que se cebasen con los santhal que se manifestaban por sus derechos. En otro momento, el Ejército estableció una base en un cementerio sagrado santhal. Es necesario que los grupos minoritarios consigan representación política, primero en el nivel más bajo y finalmente incluso en el Parlamento. Y vamos a continuar luchando porque así sea", advierte.

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