La educación que no queremos
El mundo se ha transformado y con él debe cambiar el paradigma educativo
Cuando nació mi madre, hace casi 75 años, solo se podían hacer tres llamadas telefónicas a la vez en una misma ciudad, y se inventaron cosas tan esenciales como el velcro o el ordenador. Y la escuela era el lugar donde te formabas como ciudadano para, al final de tus estudios, saber hacer algo muy bien. Pues te dedicarías a ello el resto de tu vida. Cuando nací yo, hace 35 años, se inventó el primer teléfono móvil y el fax. Para informarte sobre algo tenías que acudir a la Enciclopedia Británica y para escribir tu opinión en un medio de comunicación tenías que ser periodista. Y la escuela, como en tiempos de mi madre, era el lugar donde te formabas como ciudadano para, al final de tus estudios, saber hacer algo muy bien. Había que memorizar, acumular sabiduría y aprender y respetar las normas. Lo más probable era que a lo largo de tu vida tuvieras 2 o 3 trabajos, en una organización con jerarquías claras, con el poder en manos de unos pocos, y con tus funciones definidas y estables.
Mi hija Lola ha nacido en 2015, en una sociedad donde se hacen 34.000 llamadas telefónicas cada segundo, y donde cada día se generan 2,5 trillones de bytes de información. Donde la definición de las cosas es la que acuerdan los ciudadanos a través de Wikipedia y donde cualquiera, desde su sofá, puede dar su opinión en Twitter y ser escuchado por millones de personas. Y muy probablemente la escuela a la que ella irá, si las cosas no cambian, será un lugar donde aprenderá a memorizar, a acumular sabiduría y a respetar las normas. Y aquí es donde está el error. Donde está el crimen. No puede ser que ante mundos tan radicalmente distintos, las tres recibamos una educación tan parecida. Yo no quiero que mi hija, ni los 400.000 alumnos de su generación, pase 15 años en el colegio para aprender a memorizar, ni a acumular datos. Porque en su caso, tendrá una media de 15 trabajos a lo largo de su vida y con un 65% de probabilidad se dedicará a una profesión que hoy todavía ni siquiera existe. Porque en su mundo no habrá jerarquías, ni jefes al uso, y los diez empleos más demandados en 2013, no existían aún en 2004.
Hace falta un cambio de paradigma. Del mismo modo que hace 100 años se decidió que todas las personas debían saber leer y escribir, y si no se quedarían atrás, hoy tenemos que decidir y exigir que todo niño aprenda en el colegio a ser una persona creativa, con iniciativa, con capacidad de innovar, de crear respuestas a nuevos problemas, de tener empatía y de saber trabajar en equipo. Si no, se quedarán atrás.
Un cambio de paradigma es algo que revoluciona completamente la forma en la que vemos las cosas respecto a cómo las veíamos antes. Descubrir que la tierra era redonda o la declaración de los derechos humanos supusieron cambios de paradigma relativamente recientes, que cambiaron radicalmente la forma de ver y de actuar en la sociedad. Hay colegios, muchos, en el mundo y en España, que gracias a un equipo empático y valiente de directores y profesores han entendido en qué consiste este nuevo mundo y que han dado un salto mortal a sus métodos y sus contenidos.
Colegios como el Amara Berri, una escuela pública (cuyo modelo ha sido replicado en otros 19 centros de España) donde las matemáticas son un simulacro de un día en el mercado, o de cómo “pedir un préstamo” en el banco. O Escuela Sadako, que rompió literalmente sus muros para que los espacios de su centro fueran abiertos, cooperativos y más unidos. También está la pequeña escuela rural O Pelouro, en Galicia, en la que todas las mañanas se organiza una asamblea donde los niños deciden lo que quieren aprender ese día, y donde el 15% de sus alumnos son niños con trastornos del espectro autista o con diferentes capacidades. O el Padre Piquer, donde no se estudia por asignatura, sino por “ámbito” y cuyo objetivo es lograr que sus alumnos sean agentes de cambio: changemakers. A través de un riguroso proceso de selección, Ashoka lleva seleccionadas 154 Escuelas Changemaker en 26 países, y estas primeras cuatro en España. Pero no basta con unas pocas. El salto lo tienen que dar el sistema educativo en general. Para logarlo, los directores, profesores y colegios que ya están en ello juegan un papel esencial, como ejemplos vivos de que las cosas se pueden cambiar. También los políticos, los periodistas y los líderes de opinión.
Ashoka creó el concepto de emprendimiento social. Llevamos 34 años seleccionando y apoyando a personas con ideas revolucionarias resolviendo problemas de la sociedad. A día de hoy nuestra red cuenta con más de 3.000 Emprendedores Sociales en 87 países, como el propio Jimmy Wales, fundador de Wikipedia, o Kaylash Satyarthi, Nobel de la paz en 2014. Todos ellos, más y menos conocidos, trabajando en países ricos y en países pobres… tienen en común cinco habilidades que les hacen diferentes a los demás, que marcan la diferencia: empatía, creatividad, trabajo en equipo, liderazgo compartido y capacidad de cambiar las cosas. Pero no queremos que sean los únicos con estas habilidades. Por eso nos lanzamos al mundo de la educación. Queremos que, igual que pasó con los emprendedores sociales, el ejemplo de estas escuelas sirva y contagie a muchos otros colegios, familias, directores, gobiernos, periodistas... para ver que el cambio es posible.
El objetivo es ambicioso. Nos proponemos que, para septiembre de 2018, ese cambio de mentalidad en el mundo educativo esté extendido en la gran mayoría de los colegios de este país. Septiembre de 2018. Casualmente la fecha en que mi hija Lola, y otros cuatrocientos mil niños más en España, empezarán a ir a la escuela.
Ana Sáenz de Miera es Directora de Ashoka en España y Portugal.
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