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Qué mueve a… Darío Aranda

“Al conocer el sufrimiento, es difícil no sentir necesidad de contarlo”

Este periodista argentino publica un libro sobre la explotación de recursos naturales 'Tierra arrasada' da voz a campesinos, indígenas y asambleas populares

Alejandro Rebossio
Dario Aranda, periodista argentino.
Dario Aranda, periodista argentino.Ricardo Ceppi

Daría Aranda es, quizás, el periodista argentino que con más intensidad cubre los conflictos sociales y ambientales provocados a raíz de la producción de materias primas en su país. De 37 años y vecino de Longchamps, en la periferia sur de Buenos Aires, publicó este marzo su segundo libro, Tierra arrasada. Petróleo, soja, pasteras y megaminería. Radiografía de la Argentina del siglo XXI (Sudamericana). Son los temas que cubre desde hace 17 años y sobre los que publica en los diarios Página/12 de Buenos Aires, o La Jornada de México, en medios alternativos como lavaca.org, la revista Sudestada, el Observatorio de Derechos Humanos de Pueblos Indígenas o el periódico de la Central de Trabajadores de Argentina (CTA), o donde encuentre hueco.

Pregunta. ¿Por qué comenzó a escribir de estos temas?

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Respuesta. Fue una casualidad. Yo estudiaba periodismo en la Universidad de Lomas de Zamora [periferia de Buenos Aires]. Ahí está la Agencia Universitaria de Noticias y Opinión y para un 12 de octubre me llegó una información de unas comunidades mapuches de [la provincia patagónica de] Chubut. Entonces llamé al tipo. Yo estaba por escribir una nota romántica sobre cómo eran los pueblos indígenas. El referente mapuche me dijo que me iba a mandar más información. A los 15 días me llegó un sobre y empecé a leer sobre las demandas históricas, el presente, la postura política, la ideología, las recuperaciones de tierra y la cultura sobre lo que es el territorio. Fue como un despertar, fue decir: “Esto es otra cosa de lo que conocía”.

P. ¿Cuántos años tenía?

R. Tendría 20. También me vincularon al tema dos viajes. Uno fue a [a la provincia norteña de] Santiago del Estero, a una pequeña localidad llamada El Charco, donde había una escuela rural muy empobrecida. Iba de la mano de una multinacional que llevaba periodistas para ver cómo hacía responsabilidad social. Yo tenía una mirada romántica. Decía: “¡Uy, qué bueno lo que esta gente lleva!”. Era Unilever y le había dado el piso de las dos habitaciones que eran la escuela y yo hablé con los maestros y las familias. Me dijeron que lo que ellos necesitaban era agua y vehículos para ir a buscar a los chicos. Yo trabajaba entonces en la revista de una ONG llamada Tercer Sector. Me dio la bronca la manipulación empresaria de sacar las fotos a los pibes pobres con los mocos que se les caían. Fue un viaje iniciático: ver la injusticia, el rol empresario y el olvido del Estado, que quedaron plasmados en la nota.

El periodismo no comienza ni termina en los grandes medios. Escribo donde se pueda

Después hubo otro viaje que fue el quiebre: fue a El Impenetrable [bosque del norte de Argentina]. Era 2003 y yo era pasante en Página/12. Llegó en diciembre una invitación de la Iglesia para ir a [la provincia de] Chaco para ver el tema indígena y el desmonte [deforestación]. En la sección Sociedad éramos 12 personas y nadie quería ir por el calor del verano. Yo fui e hice una nota que se llamó El apartheid de El Impenetrable que mostraba el racismo explícito que había y que aún hay sobre los indígenas. Recuerdo que en la sala de primeros auxilios había una cola para atender a los criollos [mestizos y blancos], que iba más rápido, y otra para los indígenas. Ibas a la carnicería y había una carne común para los criollos y otra oscura para los indígenas. Eso fue un despertar para mí.

Después de esa nota comencé a tener más vínculo con organizaciones campesinas, indígenas, ambientales... y a viajar mucho. Y así se cerró un círculo: mi viejo es de [la provincia norteña de] Corrientes y mi vieja, de Chaco. Fueron laburantes [trabajadores] del campo. No me dediqué al tema por mi familia, pero de casualidad apareció un compromiso con los laburos que ellos hacían. Al conocer el sufrimiento de la gente, es difícil no sentir una necesidad de contarlo. Los medios de Buenos Aires, como los de otras capitales provinciales o del mundo, se centran en lo que pasa en esas ciudades. En Página/12 me dijeron muchas veces: "Este es un diario porteño". Entonces había que buscar la grieta para meter estos temas.

P. ¿Cómo es eso de buscar la grieta?

R. Ante la polarización que se ha dado en los medios en los últimos años, estos temas son incómodos. Para algunos medios, por la vinculación empresarial. Para otros, porque están vinculados al Gobierno [de Cristina Fernández de Kirchner]. Pero el periodismo no comienza ni termina en los grandes medios. Escribo donde se pueda. Hay espacios con menos repercusión que en un diario pero donde nadie me toca una coma. Cada nota que escribo es porque elijo escribirla. Ahora escribí una nota sobre cómo se aprueban los transgénicos en Argentina: se la ofrecí a Página/12 y no la quiso publicar; y entonces la publiqué en lavaca, no me la iba a guardar. Si trabajara en otro lugar y obedeciera otras reglas, estaría más tranquilo a finales de mes…

P. ¿Y por qué lo hace?

R. Primero porque el periodismo es contar lo que pasa. Y esto está pasando. Lamentablemente, para muchos medios o colegas, es más fácil llamarse a silencio. La otra vez hubo una represión en (la comunidad indígena qom) La Primavera y yo conocía a muchos de los que estaban en la primera fila. No somos amigos, pero los conozco, conozco sus caras de dolor. La otra vez cubrí una audiencia en el Congreso sobre escuelas fumigadas (por agroquímicos) y hablaron madres y maestros. Yo pensaba en mi hija, que va a la primaria… Si un tractor estuviese fumigando su escuela, me volvería loco. Me parece muy loco cómo medimos distinto el sufrimiento ajeno. Si hoy en Buenos Aires le hacen algo a un niño rubio de un colegio privado en (los barrios de) Palermo o Recoleta, va a ser portada de los medios. Pero si un niño qom o campesino empobrecido es fumigado y tiene consecuencias, es un coste del desarrollo, un precio que hay que pagar.

Los gobernantes, que llegan al poder mediante el voto popular, no quieren que la gente decida

P. ¿Por qué escribió su nuevo libro?

R. Lo que hace el libro es reunir en un solo material cuatro temas: petróleo, minería, actividades pasteras y forestales y soja. Yo los trabajaba de manera separada, pero en realidad tienen que ver con un modelo, el latinoamericano, el argentino, de exportación de naturaleza. Tienen muchos puntos en común: son modelos impulsados desde el Norte y aplicados por el Sur, en general, en los que hay transnacionales y tienen consecuencias sociales, sanitarias y ambientales claras. Desde los agroquímicos hasta el agotamiento de fuentes de agua, la contaminación petrolera, el monocultivo forestal, que es exactamente igual que el de la soja, o el destierro de campesinos.

El otro día me preguntaron si es un libro de ecología. Y yo digo que no. Tiene cosas de ecología, pero también de política, economía, problemas sociales. Los testimonios que recoge de boca de campesinos, indígenas y asambleas cuestionan la democracia actual porque todos plantean por qué desde un escritorio de Puerto Madero (barrio lujoso de oficinas de Buenos Aires) se va a decidir qué futuro le toca a mi pueblo. En los últimos 20 años hubo cuatro plebiscitos sobre el modelo extractivo y en los cuatro ganó la decisión de las comunidades de que no les cambiaran la forma de vida. Fueron contra dos represas en [la provincia norteña de] Misiones y contra dos yacimientos mineros de Chubut y Neuquén [en el sur argentino]. Hubo otra infinidad de casos en los que quisieron votar y no los dejaron. Es curioso que los gobernantes nacionales, provinciales o municipales, que llegan al poder mediante el voto popular, no quieren que la gente decida.

P. Seguramente muchos critiquen su trabajo por escuchar poco la voz de gobiernos y empresas…

R. Sí, a veces. Yo intento entrevistar a ambos lados, pero muchas veces no me dan las entrevistas. Por ejemplo, yo escribí ahora una nota sobre cómo se aprueba los transgénicos en Argentina. Más de la mitad de los que forman la comisión que los aprueba son empleados de alto rango de las empresas, Monsanto, Syngenta, Dow, Don Mario, o científicos vinculados, porque tienen investigaciones financiadas por ellas… De 47 miembros de la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Aplicada (Conabia), suman 27. Yo intenté hablar con ellos. No escribo notas objetivas, pero sí honestas intelectualmente, no tergiverso la realidad para contar lo que pasa.

P. También le preguntarán cómo se sostiene el actual estándar de vida sin lo que producen esas actividades extractivas…

No escribo notas objetivas, pero sí honestas intelectualmente, no tergiverso la realidad

R. A mí me dijeron muchas veces en charlas: “Vos te oponés al progreso”. Yo respondo: “¿Progreso para quién?”. El modelo agrícola seguramente fue un progreso para [Gustavo] Grobocopatel [uno de los principales empresarios de la soja en Argentina] o Monsanto. Pero vayamos a buscar a Sofía Gatica, madre de Ituzaingó [barrio de la ciudad argentina de Córdoba], cuya hija nació con malformaciones y murió a los tres días de vida por las fumigaciones.

P. Pero también gracias a la recaudación impositiva de esas actividades se financia el mayor gasto social…

R. Lo que no se debate es qué entendemos por desarrollo y crecimiento. Es bastante injusto que no se escuche a los que viven en esos territorios. Es algo demasiado importante para dejarlo en manos de algunos que son votados cada cuatro años, cualquiera sea su signo político. Es un debate que está atravesando a toda Latinoamérica, a la derecha, el centro y la izquierda. Evo Morales no tiene empacho para reprimir indígenas para hacer una autopista para exportar recursos naturales.

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