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Zaatari: una tregua en el desierto

El segundo campo de refugiados más grande del mundo acoge a miles de personas que han huido de la guerra de Siria

Zaatari, campo de refugiados sirios en Jordania.
Zaatari, campo de refugiados sirios en Jordania.Pablo Tosco (Oxfam Intermón)

La mujer de Abu Omar se ríe cuando recuerda a su marido hace dos años, cuando todavía no había montado la tienda de bocadillos (falafel): “Estaba menos gordo”, dice Um Mohammad estallando en una carcajada. A Abu Omar el comentario no parece hacerle tanta gracia, pero no replica. A ambos se les ve satisfechos de haber conseguido salir adelante en Zaatari, el segundo campo de refugiados más grande del mundo, sólo superado por el de Dadaab, en Kenia. Zaatari era, hasta hace cuatro años, un trozo de desierto jordano. Ahora, es la cuarta ciudad de Jordania, habitada por más de 85.000 personas que han huido de la guerra de Siria, aunque en algunos momentos han llegado a ser más de 120.000. La mayoría de la población de Zaatari procede de Daraa, la ciudad al sur de Siria donde empezaron las manifestaciones que el régimen de Bashar Al- Asad reprimió duramente y que acabaron siendo el detonante de una guerra que cada vez se hace más compleja.

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Conocemos a la familia de Abu Omar en Zaatari, donde un equipo de Oxfam Intermón, acompañado por dos periodistas españoles, viajamos para entrevistar a personas que han escapado de Siria. A mediados de marzo, se cumplirá el cuarto aniversario de la guerra y queremos visibilizar lo que están viviendo las personas que se están llevando la peor parte en el conflicto.

Cuando llegamos a la vivienda de Abu Omar, una gran caravana metálica, que su mujer ha convertido en un acogedor espacio con cortinas, cojines, guirnaldas de flores y dibujos para que sus seis hijas y su hijo se sientan mejor, mi compañero y fotógrafo Pablo Tosco se queda mirando fijamente a Abu Omar: “Este tipo me suena”. Hace dos años, justamente, había fotografiado a ese mismo hombre en Zaatari, aunque entonces estaba mucho más delgado y tenía un semblante ojeroso y preocupado. Cuando recuperamos la foto, apreciamos que el cambio físico es evidente.

En dos años han pasado muchas cosas. El campo de refugiados, para empezar, dispone ahora de unos servicios que han mejorado sustancialmente la vida de muchas personas. Zaatari se ha convertido en una ciudad a la que numerosas agencias humanitarias, coordinadas por Naciones Unidas, han contribuido a dotar de suministros básicos: hospitales, escuelas, distribución de agua… Cada agencia tiene una especialidad. La de Oxfam Intermón, organización para la que trabajamos, es agua y saneamiento.

Pero más allá de las agencias humanitarias, la pasmosa capacidad humana para tirar hacia adelante a pesar de todo se concreta en algo tan inesperado en un campo de refugiados como dos calles repletas de pequeños negocios (se calcula que son más de 3.000) en los que se puede encontrar prácticamente de todo: ferreterías, barberías, tiendas de telefonía móvil, ropa, verdura, fruta… Es en una de esas calles donde encontramos el de Abu Omar, una pequeña tienda de venta de falafel que montó hace dos años con el dinero que sacó de vender su coche en Siria. Ahora puede mantener a su familia y dar trabajo a cinco personas más.

Más de 300 personas trabajan para el programa de agua y recogida de desechos de Oxfam Intermón

Abu Omar insiste: sí, les va bien, pero están en un campo de refugiados. Encerrados, pueden salir pero necesitan un permiso. Y eso está siempre presente. Cuando llegaron en diciembre de 2012 la situación en el campo era muy difícil, cada día llegaban miles de personas desesperadas y sin nada, todo era muy precario. La familia recibió de Naciones Unidas dos tiendas de campaña donde instalarse con sus hijas. “Los primeros días tenía la esperanza de volver. Pero a los seis meses me di cuenta de que no sería así”. El invierno de 2013 fue muy duro. El clima del desierto, extremo tanto en invierno como en verano, pone las cosas aún más difíciles. “Se nos inundó la tienda, hacía mucho frío”. En ese momento les dieron las dos caravanas metálicas donde viven ahora.

Pasar de una tienda de lona a una caravana es un salto cualitativo gigantesco en un campo de refugiados: aíslan mejor, pueden tener un baño dentro, los niños están en un espacio más contenido y no corretean por la calle. Abu Omar insiste en que su situación no refleja la de la mayoría: “Aquí hay mucha necesidad”. Con dar una vuelta por el campo, el comentario se hace evidente. Miles de personas continúan viviendo en tiendas de lona, no tienen trabajo ni posibilidad de tenerlo a menos que consigan algo dentro del recinto, en uno de los negocios de los propios refugiados o haciendo tareas remuneradas para alguna organización humanitaria. Oxfam ofrece, por ejemplo, la posibilidad de cobrar un pequeño salario a cambio de realizar trabajos como control de la calidad del agua o recogida de deshechos. Más de 300 personas trabajan para este programa de la organización. Fuera del campo, los refugiados sirios no tienen permiso oficial de trabajo del Gobierno jordano. Para que Zaatari no esté tan masificado, Jordania ha abierto otros campamentos. Porque los refugiados siguen llegando. Y la mayoría no están en campos de refugiados si no que viven en Ammán, en pisos de alquiler y subsistiendo con dificultades en las llamadas comunidades de acogida.

En total, sólo en este país hay 660.000 refugiados sirios, según cifras oficiales. Jordania, con unos recursos naturales limitados, está llegando a su tope. Desde septiembre ha dejado de dar cobertura sanitaria gratuita a los refugiados sirios, lo cual tiene consecuencias dramáticas sobre esta población, en particular sobre los más vulnerables. Esta medida, sumada a las restricciones de entrada en la frontera por el aumento de la inseguridad en la región, es un golpe más para las personas que siguen escapando de una Siria devastada que sigue desangrándose. El caso del Líbano, otro de los generosos países de acogida, es aún más preocupante. Totalmente colapsado, ha puesto estrictas restricciones en sus fronteras porque con 1,2 millones de personas refugiadas ya no puede asumir más y no tiene capacidad para dar sanidad ni educación ni hogar a las personas que siguen huyendo.

La guerra de Siria ya se ha llevado más de 200.000 vidas, ha provocado cuatro millones de refugiados y se calcula que hay alrededor de 7,5 millones de desplazados

La guerra de Siria ya se ha llevado más de 200.000 vidas, ha provocado cuatro millones de refugiados y se calcula que hay alrededor de 7,5 millones de desplazados: la mitad de un país obligada a moverse de casa. La de los refugiados es una de las caras más ocultas del drama sirio. La atención mediática está centrada en los horrores de Estado Islámico y la población civil sigue recibiendo la peor parte. Precisamente, muchos de los refugiados que cruzan las fronteras de países como Turquía, Líbano o Jordania, están llegando ahora de las zonas ocupadas por los yihadistas. Aun así, otras muchas personas están regresando a Siria porque las condiciones en los países de acogida se están poniendo cada vez más difíciles.

Para Abu Omar el regreso es improbable. “Si regresáramos no estaríamos protegidos”. En Zaatari, ahora, hay servicios que funcionan y aunque se siente encerrado en el espacio cercado en medio del desierto, la familia se siente segura. Tener trabajo es clave: “En Siria trabajábamos, éramos productivos. No puedes vivir sólo de la ayuda humanitaria. Tienes tu dignidad: necesitas sentirte útil”.

Eva Moure, periodista, trabaja en Oxfam Intermón

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