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Columna
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La vía constituyente

Impera la sensación de que se le ha perdido el pulso al país y que es difícil saber adónde va

Josep Ramoneda

La imagen del presidente Rajoy en la tribuna del Parlamento, con el rostro desencajado diciéndole a Pedro Sánchez que “no vuelva aquí a hacer ni decir nada” y calificándole de “patético”, puede quedar como icono del final del ciclo bipartidista. Rajoy, el hombre tranquilo, el que sus aduladores dicen que nunca se altera, perdiendo los nervios ante un debutante. ¿Qué le pasa al presidente? Algunos interpretan que Rajoy tiene atravesado en su conciencia el caso Bárcenas y cuando se le toca esta fibra pierde el control. Pero creo que su reacción es un síntoma de la gran confusión reinante. Impera la sensación, no sólo en medios políticos sino también económicos y mediáticos, de que se le ha perdido el pulso al país y que es muy difícil saber hacia dónde va. Lo advierten los profesionales de las encuestas: hay ciertamente una pulsión de cambio, pero mucha volatilidad en la opinión, mucho fenómeno nuevo cuya consistencia es difícil de determinar, y una ciudadanía más politizada y exigente de lo que se pensaba, menos fácil de manejar.

El bipartidismo imperfecto era un sistema de referencias claras, en que se conocían perfectamente los límites de lo posible y los parámetros de los debates. Los dos grandes sabían de antemano cuándo se agotaba su tiempo y llegaba la hora del relevo. PP y PSOE se acomodaron, no anticiparon el descontento ciudadano y se resisten a perder privilegios. Hay que aprender a pensar la política y vivir en ella de otra manera, con más actores, con menos sobreentendidos, con más dificultad para controlarlo todo. Romper con el bipartidismo es entrar en un espacio desconocido. Y esto es lo que desconcierta a Rajoy: fallan las claves para entender dónde está la ciudadanía, aparecen nuevos interlocutores que no se acomodan a la cultura compartida por los viejos compadres. Ante la duda, el presidente acentúa su pulsión conservadora, parapetándose en la economía de las cifras, tan alejada de la percepción de las personas.

Tenemos un año electoral por delante. En vez de fiarlo todo a la confrontación a cara de perro, sobre la base del discurso del miedo, ¿no sería más razonable asumir la dinámica del cambio? La mejor defensa para PP y PSOE es hacer suya la bandera de la renovación. Evidentemente, ambos tienen un problema de credibilidad. Para superarlo, el PP choca con el intocable Rajoy, último superviviente de la vieja guardia bipartidista. El PSOE necesita resolver sus cuitas internas y recuperar la autoestima. Pero la democracia española ganaría calidad y dinamismo si se encarara este periodo electoral con un objetivo: que el Parlamento que surja de las próximas elecciones generales tenga un carácter constituyente, en el sentido amplio de la palabra: reforma de la Constitución pero también renovación de la cultura política, de los procedimientos, de los modos y de las maneras de actuar. Sería una gran oportunidad para que la política recuperara su prestigio y los ciudadanos no se sintieran tratados como un estorbo.

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