Una alfombra roja sin emoción
Julianne Moore, vestida de Givenchy, dio una lección de sofisticación a una nueva generación de actrices obcecadas con el referente más manido del cine: los años dorados de Hollywood
Hace ya tiempo que lo que sucede sobre la alfombra roja tiene más que ver con el negocio que con la moda, entendida esta en un sentido creativo. No hay pasarela que alcance la misma repercusión mediática que una entrega de premios como los Globos de Oro. Por eso, como asegura Simon Collins –exdirector de la escuela neoyorquina de Diseño Parsons- estas ceremonias se han convertido en una herramienta de marketing “igual o más importante” que los desfiles para la industria del lujo. Las actrices que son imagen de una casa –como Keira Knightley para Chanel- o están en trámites de serlo visten indefectiblemente de la marca con la que han firmado un contrato. Se cuenta el número de nominadas que los relaciones públicas de cada diseñador han conseguido atraer como en un marcador deportivo. Y entre tanta estrategia publicitaria se pierde a veces la emoción y la espontaneidad. La alfombra roja no habla de tendencias, o solo de tendencias, sino del poder de las marcas.
La de los Globos de Oro cuenta que la casa que eligió Amal Alamuddin para su debut como esposa de George Clooney en unos galardones fue Dior, igual que Felicity Jones. Que Versace convenció a dos de las nominadas más deseadas, Jessica Chastain y Amy Adams, además de a Heidi Klum y a Jane Fonda, convirtiéndose en la firma con más presencia sobre esta alfombra. Y que Miu Miu vistió -en coherencia con los valores que le gusta transmitir- a las más arties: Sienna Miller, Kate Mara y Maggie Gyllenhaal.
También se confirmó anoche el dicho de que la experiencia es un grado. Fue una de las actrices más veteranas, Julianne Moore, quién dio una lección de sofisticación y dejó a la nueva generación de actrices a la altura de aprendices en lo que a decisiones estilísticas se refiere. Obcecadas en resultar glamurosas, volvieron a caer, un año más y una tras otra, en uno de los referentes más manidos y a la vez peligrosos del cine: los años dorados de Hollywood. Veronica Lake, Rita Hayworth, la onda en el pelo y el drapeado ligeramente vintage. Por este tópico transitaron, con mejor y peor suerte, desde Naomi Wats –enfundada en un Gucci amarillo y con un impresionante collar de Bulgari al cuello- hasta Lana del Rey, imposible con un vestido azul, que no tardó ni cinco minutos en convertirse en meme.
Versace vistió a Jessica Chastain, Amy Adams, Heidi Klum y Jane Fonda, convirtiéndose en la firma con más presencia sobre esta alfombra
Con su Givenchy, Moore desafiaba dos de los códigos más perniciosos de las alfombras rojas: iba cubierta de cuello a muñeca, y miraba hacia el futuro en vez de hacia un siglo atrás. Además, abanderaba una de las corrientes de la noche: el plateado. Dakota Johnson, de Chanel, y Resee Witherspoon, de Calvin Klein, también escogieron este color. Aunque ellas sucumbieron al palabra de honor, un tipo de escote tan recurrente en los premios cinematográficos que bien parece que dentro de esta industria fuese pecado cubrirse los hombros.
Mención aparte merecen Emma Stone y Rosemund Pike, aunque por razones diametralmente opuestas. La primera, consiguió con su Lanvin alta costura un logro nada desdeñable en esta suerte de escaparates mediáticos: destacar entre un océano de mujeres vestidas de princesas Disney recién graduadas. Sí, llevaba un cuerpo de pedrería palabra de honor. Pero en su caso lo acompañaba de unos pantalones con una larga cola. Puede que no fuera la más bella. Puede que gran parte de la audiencia no entienda su elección. Pero transmite un mensaje claro dentro y fuera del sector: tener personalidad.
Pike, por su parte, parecía asesorada por algún enemigo. Cualquier marca podría sentirse afortunada de vestir a una de las nominadas que más expectación despertaba. Pero a Vera Wang le salió el tiro por la culata. El traje blanco que escogió la protagonista de Perdida le quedaba grande, desencajado. Sobre la alfombra roja también existe la publicidad negativa.
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