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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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La decoración apropiada

Debemos sentar en el sofá rojo del discurso de Navidad del Rey a doña Letizia, y con otro discurso en sus manos. Eso sí que sería un gran gesto de cambio

Boris Izaguirre
Imagen de Felipe VI durante su primer discurso navideño.
Imagen de Felipe VI durante su primer discurso navideño. casa de s. m. el rey

Todo el mundo ha emitido su opinión sobre el primer discurso de Navidad del Rey. Pero pocos han querido reconocer abiertamente qué sintieron al observar su decoración. ¿No parecía algo acorralado el Monarca en esa silla además pequeña para su estatura y tan cerca de la ventana? Y ese moderno árbol de Navidad detrás de su cabeza distraía de sus solemnes palabras y parecía crear un discurso alternativo. Más te fijabas en las vueltas que daban las luces que lo adornaban, más creías que eran una alegoría de las ideas que sobrevolaban por la cabeza de Felipe VI. Nervios ante el estreno y quizás un terco pensamiento retorciéndose entre las ramas del pino: QuedigosobremihermanaCristinalodigoonolodigoCristinaCristina…

No olvidemos esa amenazante flor de Pascua, cuyas hojas parecían crecer mientras se desarrollaba el discurso. Parecía el monstruo de la corrupción o un dispositivo para ocultar al Pequeño Nicolás. Las cortinas tan blancas y tiesas que daban la sensación de haber regresado dos horas antes de un viaje exprés al tinte. Y en el centro, el Monarca sentado. Siendo tan joven y apuesto, habríamos preferido disfrutarlo de pie, como hizo su colega holandés.

Sí, la decoración es muy importante, pero en la del discurso real, quizá por exceso de querer hacerla más familiar, se acabó cayendo en decisiones demasiado enfáticas. Tal vez la habitación parecía prestada, como una de esas estancias de todas las casas grandes a la que nunca se le ha encontrado un uso. Resultaba para muchos como si los muebles acabaran de ponerse. La alfombra tenía buen aspecto, sólida, patrimonial, como de buena familia, pero todas las superficies de mesas y de sillas brillaban como si alguien tuviera miedo de que fueran a hacer la prueba del algodón en directo. Hasta los marcos de las fotos parecían bruñidos unas horas antes. Es cierto que debe ser complicado encontrar un marco adecuado para el primer discurso navideño de un monarca nuevo. Delante de un tapiz de Patrimonio, demasiada ostentación. En un despacho dieciochesco, demasiada pompa. Pero seguramente existe, entre tantas, alguna habitación en La Zarzuela que tenga buen rollo, aquella sala donde sus padres se relajaban cuando era joven, por ejemplo. Y hubiera quedado más real o un poco menos calculado.

Algunas de las frases habrían resultado menos intensas si no hubieran estado acompañadas de esos gestos, a veces teatrales, del Monarca. Acompañando en silencio, el otro verdadero protagonista del discurso fue el sofá rojo vacío donde miles de españoles por un momento creímos ver sentadas a la reina Letizia y sus hijas junto con Soraya Sáenz de Santamaría con su ipad. Seguro que tuvieron acceso al borrador y aportaron sus buenas ideas. Es inevitable que en este primer discurso navideño el Rey haya preferido aceptar las sugerencias del partido de gobierno, que siempre necesita un empujoncito real. En futuros discursos ya lo hará con otras formaciones políticas. ¡Pero hay que hacer algo con ese sofá rojo! Provoca indignación y desencanto verlo sin nadie. Debemos cortar de raíz y sin contemplaciones con esa idea de que el sofá siga así de vacío, y de presente, igual que nos ha pedido el Rey que hagamos con la corrupción. Debemos sentar allí y con otro discurso en sus manos a la reina Letizia. Eso sería un gran gesto de cambio. De regeneración democrática. Y resolvería el principal problema de esa decoración, su falta de personalidad. Su vacío. Y acabaría con ese incómodo fantasma que es la no presencia de la Reina.

El discurso, ¡cómo no!, lo vimos en familia, entre gambas y langostinos. Pero la gran familia catódica hizo todo lo posible por acompañar al Monarca con el máximo despliegue de sus figuras estelares. Los Simpson, a punto de cumplir 25 años, acompañados de toda una generación Simpson, animaron desde Antena 3. Ana Obregón y Ramón García volvieron a intentarlo en TVE, y en Telecinco, la Pechotes, esa amiga entrañable del Pequeño Nicolás. Un mosaico, un repertorio perfecto de las primeras Navidades del reinado de Felipe VI. El tapiz que la Real Fábrica debería tejer para usar como decorado para próximos e ilusionantes discursos.

“Para que no se empañe nuestro prestigio y buena imagen en el mundo”, habría que producir un documental con los grandes escándalos del año, que será recordado por su capacidad de asombrarnos cada semana con un nuevo, jugoso y aplastante escandalete. Las tarjetas black de Bankia y las declaraciones exculpatorias de sus más importantes portadores. La familia Pujol enredada entre malos hábitos heredados de padres a hijos. La crisis del ébola, con la rueda de prensa en la que Ana Mato parecía ida, la enfermera Teresa luchando por su vida y su pobre perro sacrificado ante el estupor de miles de españoles. La entrada a la cárcel de Isabel Pantoja, como si estuviera a punto de cantar sobre el escenario del Teatro Real. La aparición del Pequeño Nicolás en nuestras vidas y su brillante colada en la recepción de los nuevos monarcas. Los ERE que no cesan de dar curvas. Pero, sobre todo, la abdicación, que es por donde todo empieza y que vino a suceder justamente cuando el discurso de Navidad de Juan Carlos I al fin había conseguido su decoración más apropiada.

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