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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La letanía del Kremlin

Putin no sacará a Rusia de la profunda crisis en la que está culpando a Occidente de sus males

En su ritual y multitudinaria conferencia de prensa anual, Vladímir Putin ha dado respuestas más que vagas sobre cómo piensa sacar a Rusia de su mayor crisis en 15 años. Lo que hizo el presidente ruso fue recitar de nuevo en Moscú su letanía de agravios y a mostrarse absolutamente desafiante ante Washington y la UE, volviendo a cargar la situación de Ucrania sobre las espaldas de un Occidente que intenta despojar de sus garras al oso ruso.

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Putin ha sugerido tibiamente un viraje hacia un modelo económico diferente de la mera explotación de recursos energéticos. Pero obviando una vez más que si Rusia se dirige a una recesión profunda es como consecuencia directa de sus políticas. En el caso de las sanciones occidentales, extendidas ahora a Crimea, por su aventurismo sin escrúpulos en Ucrania, donde el conflicto armado continúa pese a sucesivas treguas nominales. Tampoco el desplome del petróleo y el rublo tendría los efectos actuales si en sus 15 años de poder absoluto Putin hubiera diversificado la economía e impulsado un sistema transparente y competitivo, en vez de patrocinar una opaca cleptocracia de acólitos.

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Es poco probable que la crisis se cobre a corto plazo la cabeza de Putin, que goza todavía de gran popularidad interna. En la autocrática Rusia, la debilidad económica no suele transmutarse en crisis política. Otra cosa es predecir los acontecimientos si la recesión se enquista mucho más allá de los dos años de sufrimiento que el líder ruso acaba de anunciar a sus compatriotas.

Sacar a Rusia del pozo exige del Kremlin algún acomodo sobre Ucrania que permita a Europa y EE UU acabar con las sanciones; y no es mucho lo que Putin puede ceder sin socavar radicalmente su liderazgo, después de haber construido el reto de Ucrania sobre los cimientos de una campaña nacionalista y antioccidental sin precedentes. Pero, a más largo plazo, implica además un cambio improbable que impulse el imperio de la ley y sea absolutamente beligerante con la corrupción; es decir, que liquide la opresiva y monolítica actual estructura de poder.

El declive de Rusia no es bueno para los demás en un mundo progresivamente interdependiente. Si resulta peligroso el país neoimperial de Putin, impulsado por el dinero del petróleo y el revanchismo, también lo es un gigante empobrecido, manipulado para creer que todos sus males provienen de un Occidente que pretende mantenerle de rodillas.

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