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DON DE GENTES
Columna
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Hay que ver la tele

Para opinar con conocimiento hay que abonarse a los debates del viernes y del sábado y tuitear los momentos más agresivos

Elvira Lindo

Si quisiera usted ofender a uno de esos ciudadanos que por una razón u otra se han marchado de España, dígale en medio de esa conversación airada que más tarde o más temprano mantenemos los españoles sobre nuestro país: “¡Tú no puedes opinar porque estás fuera y no sabes calibrar cómo están aquí las cosas!”. Seguro que nuestros emigrantes, voluntarios o no, reconocerán una frase que a menudo trata de invalidar la opinión de quien no vive en España; a buen seguro la han escuchado más de una vez, incluso en boca de su propia familia, más aún en boca de la familia, que por esos extraños caminos del amor no permite que un hijo pródigo vuelva a casa por Navidad con ideas exportadas de cómo se arreglan aquí las cosas.

 Al que se fue le entristece que de vuelta al hogar se le ningunee un poco, por considerarle desarraigado y también alguien que vive más feliz en su ignorancia, más libre que los se quedan aquí como espectadores diarios de un show lamentable que parece ya no tener fin, ni conclusión, ni mejora. Yo pensaba, ligeramente paranoica, que sólo a mí me trataban de callar de esta manera, por considerar que vivo parte del año en una ciudad que muchos imaginan inmersa en el lujo y entregada a la coctelería, pero no, se da la circunstancia de que investigadores, profesores o artistas de cualquier pelaje también se enfrentan a la misma frasecita que actúa como rayo paralizador. Y es que en España, para considerarte con derecho a opinar sobre esta tragicomedia, tienes que haber fichado todos los días del año, como si fueras un funcionario de la patria.

La ex caja tonta,

Y molesta, molesta bastante, porque no he visto a ciudadanos más tozudamente interesados en lo que nos ocurre que a los que están fuera, informados a menudo de una manera menos rígida puesto que llevan años accediendo a las noticias a través de la red y por tanto van haciendo un barrido diario de lo que publican los de un signo y los de otro. Bien es cierto que se pierde la música de la calle, el estado de ánimo que se palpa en las conversaciones diarias, pero en mi experiencia, una parte esencial de lo que uno sabe del país propio procede de aquellos que lo miran con ojos algo ajenos, sin todos los prejuicios sobre lo español que arrastramos de por vida los que no nos hemos movido de aquí.

Desde 2004, seis meses al año, observo a mi país separada de él por un océano. Inevitablemente, la distancia me conduce a comparar estilos de vida pero jamás me siento ajena a lo que he dejado atrás. Cuando estoy fuera, leo a diario tanto lo afín como aquello que detesto, y apelo al Skype para sentir la voz de los míos. El mundo, quién puede negarlo, se ha achicado. Pero confieso que hay algo que a muchos de los que pasamos tiempo fuera nos ha pillado por sorpresa. Desde hacía años, Internet había desplazado a la televisión, de tal forma que el expatriado recibía el mismo tipo de información que el que seguía en casa, pero desde hace un tiempo la tele, la ex caja tonta a la que ahora los políticos hoy se han rendido, ha vuelto a reinar en el universo de la opinión pública y eso es algo que a algunos nos ha pillado fuera de juego. Resulta que hoy más que nunca hay que ver la tele. Hay que ver la tele para saber a quién votar; hay que ver la tele para conocer a un futuro alcalde de tu ciudad; hay que ver la tele para conocer a las jóvenes promesas o a los viejos zorros que, ironías de la vida, han vuelto a impartir doctrina. Para opinar hay que ver los debates, hay que saber quién es un tal Marhuenda, ese tipo que hace brillar a los jóvenes podemistas. Para entender este proceso habría que haber visto en su momento cómo en la ultraconservadora Intereconomía tuvieron la feliz idea de invitar, por divertirse un rato con un ratón, a un joven que tenía un programa llamado La Tuerka, y han acabado alucinando al contemplar cómo el ratón terminó burlando al gato. Resulta que para opinar con conocimiento hay que abonarse a los debates del viernes y del sábado e ir tuiteando y retuiteando opiniones al dente de los momentos más agresivos de la noche.

Para estar en la onda hay que entender este romance inesperado de los políticos con la televisión, una pasión tan desatada que una teme que llegue un día en que acaben por darle cerrojazo al Parlamento para pasarse de la mañana a la noche en tertulias de los mismos contra los mismos. Las teles, a su vez, hacen caja con el asunto, aunque venden, cómo no, la idea de que se han constituido en plazas públicas comprometidas y necesarias. Los analistas políticos se han transformado en expertos de la tele y analizan cómo las nuevas figuras han sabido redescubrir un medio que se estaba quedando viejuno y los cronistas de la tele escriben a su vez sobre la política televisada que lo inunda todo. Esto se ha convertido en una tremenda albóndiga. Hace medio año servidora no sabía nada de tan fascinante realidad, pero después de tres meses sometida al dictado de la tele lo sé todo. ¡Lo sé todo! Ahora me pregunto, ¿qué pasará cuando lleve un tiempo fuera?, ¿Me quedaré sin ideología, sin líderes, sin contertulios, sin chascarrillos?, ¿Perderé mi nacionalidad? Cuando vuelva tendrán ustedes el derecho a callarme la boca, porque sin ver la tele hoy en día un español como que no es nadie.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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