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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los desafíos de Ucrania

Con una economía arruinada, Kiev depende para sobrevivir de la UE y el Fondo Monetario, pero el precio de la ayuda es una cirugía radical

Las recientes elecciones parlamentarias de Ucrania han colocado a la exrepública soviética ante el reto de aprovechar la incontestable mayoría proeuropea y prodemocrática para salir del foso que ha caracterizado su historia como Estado independiente. El triunfo reformista ha arrinconado a los travestidos partidarios del depuesto Yanukóvich. Pero el voto prooccidental se ha dividido entre el bloque del presidente, Poroshenko, más contemporizador con Moscú, y el partido del primer ministro, Yatseniuk, mucho más beligerante. Esa circunstancia hace inaplazable su entendimiento; nada sería peor para Ucrania que la reedición de la desastrosa experiencia de la revolución naranja,arruinada por el egocentrismo de sus dirigentes.

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Ucrania tiene abiertos dos frentes decisivos, además de una corrupción endémica: el separatismo de sus regiones orientales y la amenaza que para su integridad representa Vladímir Putin. Es una nación dividida, donde la lucha continúa pese a la tregua alcanzada en septiembre. Poroshenko se ha consolidado, pero ha perdido el control sobre el este del país, donde los rebeldes prorrusos celebran hoy su mascarada electoral, que Kiev, la UE y EE UU consideran ilegal y nula, pero que Moscú se apresta a reconocer porque apuntala al bando que sostiene en Donetsk y Lugansk. Nada sugiere que Putin vaya a aminorar su envite sobre Ucrania, menos tras su vitriólico discurso antioccidental en Sochi.

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El futuro de Ucrania está erizado de obstáculos. Con una economía arruinada, Kiev depende para sobrevivir de la UE y el Fondo Monetario. Pero el precio de esa ayuda —que acaba de asegurar el suministro de gas ruso este invierno, previo pago de más de 1.500 millones de dólares y otros 3.000 diferidos— es cirugía radical. Que no solo exigirá subir el gas o el recorte drástico del gasto gubernamental, sino, sobre todo, una guerra sin cuartel contra la corrupción en un país cuyo Parlamento ha venido siendo el mercado político de sus oligarcas.

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