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Migrados
Coordinado por Lola Hierro

El ébola no juega a la oca

Imagen de la serie Silenciosa Espera, finalista de los premios XVII Luis Valtueña de Fotografía Humanitaria de Médicos del Mundo/ Mingo Venero

Por CELIA ZAFRA

Mahmadou recorrió los 3.600 kilómetros que separan su Gambia natal de Melilla. Tardó dos años. Tenía un primo en Barcelona al que no le había ido mal: había abierto un locutorio en el Raval y podía sacar adelante a sus dos hijos. Su destino, como el de su primo, era Barcelona. La bombilla que se encendía para él en el mapa de Europa. Por delante, muchas fronteras y un muro: la valla entre Marruecos y Melilla. Cuando intentó saltarla, sufrió una fractura en el pie.

Emmanuel es de Camerún. En su trayecto hasta España topó con la violencia de la policía marroquí mientras caminaba en busca de comida. Sufrió cuatro fracturas en la cara, varias en la pierna izquierda y perdió mucha sangre. Salvó la vida de milagro.

Robos, amenazas, engaños, extorsiones, racismo, violaciones, secuestros, esclavitud, asesinatos… Son algunas de las opciones que se encuentran quienes emigran a España desde los países del África Occidental, o más allá. Es como las casillas del Juego de la Oca, donde se avanza sorteando pozos y cárceles. Pero aquí los peligros son reales, y pueden costarte la vida.

Ahora imaginemos que ese periplo, que dura varios meses en el mejor de los casos y hasta cinco años en las historias más largas y penosas, lo hace un protagonista enfermo. Con las llagas en los pies ya es difícil, pero supongamos que, además, tiene diabetes. O una afección respiratoria. O un cáncer. Ya lo estoy viendo caer en la casilla del engaño, tratando de conseguir que le vea un médico a medio camino. Le paga el poco dinero que le queda, y a cambio, recibe poco más que una aspirina o un remedio casero.

Y ahora vayamos un paso más allá e imaginemos que nuestro protagonista ha contraído el mal de moda. Tiene ébola. ¿Cuántos días de vida le damos a Abdoulaye, que salió de Guinea cuando se quemó su puesto en el mercado? ¿Y a Candace, que trabajaba junto a una mina en Sierra Leona hasta que se cansó de que la violaran? ¿Y a Charles, que se quedó sin familia en Liberia y se contagió mientras enterraba a su padre? Sabemos que, en la mayoría de los casos, los síntomas se presentan entre los días 8 y el 12 después de contraer la enfermedad, y que una vez con hemorragias y fiebre alta, el virus es capaz de matar en menos de dos días. Así que dependiendo de qué transportes consiguieran tomar, ¿adónde llegarían como muy lejos? Sobrevivir a ese trayecto una semana sería una proeza; culminarlo, un milagro.

Ningún análisis serio ha demostrado que existan posibilidades reales de que el ébola llegue a Europa a través de la inmigración irregular, en patera o a través de la frontera sur. Pero los especialistas en alarmas saben que el miedo es poderoso, que el miedo hace ganar y perder elecciones, que azuza a las masas, que hace dudar a los razonables... Es fácil transmitir la imagen del ébola saltando la valla y provocando contagios masivos a este lado, el nuestro, el que hay que proteger. Y a organizaciones como Médicos del Mundo no nos queda más remedio que combatir los rumores, con medios mucho más frágiles que el poder del terror colectivo.

Porque el miedo es libre y se riega fácilmente. Somos una sociedad que genera histerias colectivas y es capaz de hundir las cuentas de las peluquerías de todo el norte de Madrid por si alguna la pisó alguna vez Teresa Romero, pero que no se inmuta ante los contagios que ocurren fuera, los que se duplican cada dos semanas.

NOTA: las historias de este texto son historias migratorias reales con nombres supuestos. Pero situaciones como estas están muy bien documentadas por fotógrafos como Mingo Venero, finalista en la XVII edición del Premio de Fotografía Luis Valtueña de Médicos del Mundo, que ha fotografiado en Marruecos la cara B de la inmigración africana a Europa, y se refleja en esta galería de imágenes publicada en Planeta Futuro. Debajo de todo, la pobreza y el motor de la vida: la ilusión por ser, al menos, un poco felices.

Celia Zafra Cebrián es responsable de Comunicación de Médicos del Mundo

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