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Esto es lo que se aprende sobre comida estudiando solo su lenguaje

¿Qué significa que se pueda deconstruir 'birra' pero 'castaña' no? Responder a esas preguntas es la nueva fijación de los divulgadores

Una mujer presenta el libro de familia en un supermercado inglés para acceder a sus raciones de comida.
Una mujer presenta el libro de familia en un supermercado inglés para acceder a sus raciones de comida.Fox Photos (Getty Images)

No entendemos gran medida de cómo funciona la comida pero sí entendemos cómo funcionan las palabras. Y de esta circunstancia ha nacido la última gran moda del mundo editorial anglisajón: la filología alimentaria. Una lucha por derrotar al marketing que le ha puesto nombre a muchos de nuestros alimentos y volver a sus raíces más puras en busca de algo de claridad sobre lo que metemos en el cuerpo.

Por como suena su nombre, la salsa 'puttanesca' parece “relativo, o característico, de una prostituta”. Algunos dicen que es porque esta salsa se cocina de forma apresurada (con el reloj en la mano) y también que su olor seduce a los que pasean por la calle

Así, se nota últimamente la proliferación de varios volúmenes o artículos empeñados en buscar la trazabilidad o historia de un alimento a través de la lingüística. Uno especialmente hilarante publicado recientemente por la web Slate revela los orígenes de la salsa puttanesca, tan habitual en los restaurantes italianos. Sobre todo los ingleses: el Oxford English Dictionary define el término como “relativo, o característico, de una prostituta”. Desde ese punto de partida, algunos dicen que la palabra se refiere a que esta salsa cocina de forma apresurada (con el reloj en la mano) y también que su olor seduce a los clientes que pasean por la calle. Sin embargo, según el historiador Jeremy Parzen, tiene más que ver con el uso de la palabra puttanesca en italiano que con su definición literal. Ellos emplean puttana (y derivados) casi como sinónimo de “mierda”, algo que también solemos hacer los hispanohablantes. De ahí que la puttanesca podría ser esa salsa “donde metes todo tipo de mierda”. Muchos ingredientes aparentemente inconexos y con un fuerte (y excitante) sabor, además: ajo, aceitunas, anchoas, pimienta…

También existen libros como The Language of Food. A linguist reads the menu (El lenguaje de la comida: un lingüista lee el menú) donde se explica que el ketchup no tiene orígenes estadounidenses, sino que en realidad viene de ke-, que significa pescado conservado en Hokkien, lengua de algunas zonas de Taiwán, y -tchup, salsa en algunos dialectos chinos. Viene de cuando, hace siglos, algunas regiones chinas conservaban el pescado en arroz hervido con otras especias. Cuando llegó a Occidente, la receta se fue modificando hasta ser lo que es hoy.

Se pueden deconstruir palabras como birra –que viene del latin biber y que significa una bebida de cualquier tipo y no sólo un zumo de cebada– o salmón o manzana pero no uvas ni castañas. Con lo cual, podemos imaginar cómo era el territorio (y la dieta) de los que hablaban alguna protolengua indoeuropea

The Guardian llevaba hace unos días esta práctica un paso más allá. Hablando del furor británico por la dieta paleolítica, empeñada en que comamos como nuestros antepasados, usaba el lenguaje como instrumento para la precisión. Si los primeros ejemplos de escritura datan de hace 5.000 años, la única forma hasta el momento de conocer la dieta de nuestros ancestros era a través de sus artefactos (los morteros, las obsidianas pulimentadas que podría cortar un chuletón, etcétera) o de los restos biológicos.

Pero últimamente algunos estudios han insistido en acceder a ese tipo de información mediante la reconstrucción de sonidos y palabras en determinados protolenguajes. Porque, por ejemplo, se pueden deconstruir ciertas palabras como birra –que viene del latin biber y que significa una bebida de cualquier tipo y no sólo un zumo de cebada– o salmón o manzana pero no uvas ni castañas. Con lo cual, podemos imaginar, por ejemplo, cómo era el territorio (y la vida y la dieta) de los que hablaban alguna protolengua indoeuropea en el Neolítico. Vaya por delante que muchos estudiosos objetan que esta táctica es igualmente miope y confusa (por ejemplo, sin remontarnos tan lejos,  ).

Escribió Wittgenstein, defensor del giro lingüístico, que “los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo”. Hasta ahora se decía que muchos comen como conversan (elegantes, duros, rústicos o sofisticados), pero ahora parece que son los nombres de los alimentos los que verdaderamente nos hablan de su pasado (y del nuestro). Un supermercado puede ser un libro abierto.

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