Mono alfa
Lo más probable es que el final del reinado del Hombre sobre la Tierra se deba a un mosquito, a una pulga, a una bacteria
Para que la raza humana desaparezca del planeta no hay que esperar miles de millones de años a que el Sol se convierta en una supernova, de forma que su bola de fuego llegue hasta el pie de nuestro lecho o a que la Luna, cuando se aleje un poco más de la Tierra, rompa su equilibrio y se levanten los mares por encima del Himalaya. Para que la Tierra se convierta de nuevo en un planeta de monos tampoco será necesario que se produzca una guerra atómica. El Hombre se ha coronado a sí mismo rey de la creación y la megalomanía le lleva a creer que se merece una lluvia de estrellas a la manera de un gran musical como remate de su existencia, pero este sueño apocalíptico es una prueba más de un orgullo vano. Lo más probable es que el final del reinado del Hombre sobre la Tierra no se deba a un fracaso del universo ni siquiera a un aguacero de misiles nucleares, sino a un mosquito, a una pulga, a una bacteria, o a algo mucho más indigno, a que el Hombre por sí mismo decida volver al mono, como predijo Schopenhauer. La pulga que trajeron las ratas a Venecia por la ruta de la seda produjo la peste bubónica y se llevó por delante a un tercio de la población europea del siglo XIV. La mal llamada gripe española en 1918 generó cuatro veces más muertos que la Primera Guerra Mundial. Cientos de miles de personas mueren de malaria cada año. Pero como en los bombardeos masivos sobre ciudades abiertas de cualquier guerra, también en las epidemias bacteriológicas siempre son los más inocentes y los más pobres los que más mueren. Puede que sea un virus muy humilde, aún desconocido, el encargado de poner de nuevo a un mono alfa en su trono como rey absoluto del planeta. Este y no otro será el que toque las trompetas del Juicio Final.
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