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Cómo Alec Baldwin se convirtió en Alec Baldwin

El éxito de 'Torrente 5' trae a España a uno de los actores más veteranos y raros de Hollywood. Nos cuenta su increíble pasado de taquillazos, fracasos y muchos tabloides

Tom C. Avendaño
Baldwin viste chaqueta Pal Zileri, jersey Emidio Tucci y pantalón Ermenegildo Zegna
Baldwin viste chaqueta Pal Zileri, jersey Emidio Tucci y pantalón Ermenegildo ZegnaPablo Estévez & Javier Belloso

"Nunca veré a mi hija cumplir la edad que tengo ahora. Es imposible. Estaré muerto”. Es un soleado mediodía en Madrid y Alec Baldwin, un existencialista de 56 años que se ha hecho mundialmente famoso interpretando a personajes menos interesantes que él, está explicándonos por qué, por fin, es feliz. “Es uno de esos razonamientos que te hacen pensar. Y piensas y piensas porque no esperas que la respuesta sea simple. Tienes que pasar años recorriendo el desierto hasta dejarte de tonterías y aceptar que es así de simple. Que lo más importante del mundo es pasar tiempo con tu hija. Con la gente que amas. Ahora tengo la edad en la que murió mi padre y veo que todo es tan simple...”. Tiene los ojos increíblemente abiertos, esos ojos de azul penetrante que saben reflejar cincuenta sombras de tristeza con un pestañeo hasta en una comedia. Y su dicción, ese susurro áspero que tiene por voz y por el cual ha estado interpretando a sádicos desde Glengarry Glen Ross en 1992 hasta Blue Jasmine en 2013, se ha ralentizado. Es la postura de un iluminado.

En los 70, si querías un cambio social, te presentabas a un cargo público. Era el único camino. El más importante. Te presentabas al Congreso, al Senado y a la Casa Blanca. Ahora es la forma menos eficaz lograr el cambio pero entonces era lo que había Sobre la vez que intentó ser presidente de Estados Unidos a los 20 años

Tiene algo de truco, la pose, porque le permite al actor dominar la situación, y si algo hace Alexander Rae Baldwin III, un raudal de energía cinética de metro ochenta y tres, es dominar situaciones. Hace un rato escaso estaba llegando a la suite del hotel Ritz que aparece en este reportaje y, tras abrirse hueco entre los trabajadores que llevaban horas trabajando para este momento, anunció cómo iban a ser las cosas: “En esta habitación hace mucho calor y voy a sudar así que vamos a abrir una ventana. Preparaos para pasar frío”. “Le gusta dirigir: se adueña de toda habitación en la que entra. Es curioso porque no diría que es alguien que se impone. Ya te digo que de estrella no va”, confirma Nacho Charrabe, su asistente durante los meses que ha pasado en España rodando Torrente 5: Operación Eurovegas, donde Baldwin interpreta, una vez más, a un hombre trajeado que disfruta ejerciendo el poder. Es más, antes de probarse una sola prenda, ha puesto su huella en la sesión entera con solo tres frases: “No voy a ponerme un traje. Cada vez que me apunta una cámara, llevo uno. Azul, negro o gris... querría cambiar de imagen”, ha informado a nuestro estilista segundos antes de que sacara la media docena de trajes que tenía preparados para él. Lograr hacer estas cosas sin parecer un tirano es algo que solo él logra. Irradia esa clase tan rara de entusiasmo, la que hace que esto que te está diciendo ahora mismo es lo más importante y conveniente para todo el mundo. Es la diferencia entre un déspota y un líder.

Alec Baldwin, fotografiado en Madrid para ICON, viste chaqueta y camisa Pal Zileri
Alec Baldwin, fotografiado en Madrid para ICON, viste chaqueta y camisa Pal ZileriPablo Estévez & Javier Belloso

Pero aunque el rictus de Baldwin al compartir el secreto de su felicidad tenga ese algo de truco, tiene mucho más de sinceridad. El bienestar es una situación nueva para él. “No sabía que había un lugar más allá de la angustia”, confiesa, como si cada palabra fuera una frase en sí misma. “A los 40 empiezas a plantearte su existencia. A. Los. 55. Es. Una. Realidad”. Y este hombre, este aprensivo al que todavía nadie ha convencido de que es buen actor, entiende de angustia. Pasó poco tiempo en los pósters de los blockbusters de Hollywood a principios de los noventa y mucho en los tabloides que narraron su virulento divorcio de Kim Basinger la década pasada. Pero ahora su carrera ha renacido, gracias a que se le convenciera, en 2008, para descender a la televisión y rodar Rockefeller plaza, la aplaudida sitcom recientemente terminada que le ha llevado al olimpo de la popularidad. Y su vida sentimental está ahora a salvo a manos de Hilaria Baldwin, la profesora de yoga de 30 años con la que se casó en 2012 y con la que ha tenido una hija y un impresionante rejuvenecimiento espiritual. “Ahora quiero cosas diferentes”, anuncia. “Antes, en mi vida, todo era trabajo, trabajo, trabajo. Y dinero, dinero, dinero. No para gastármelo, sino para tener seguridad. Pero ahora solo quiero estar con mi familia. Quiero sentirme orgulloso. He sufrido mucho en el pasado. Mucho. Y ahora quiero tener lo opuesto a todo eso”.

Esta épica le pega. Ha pasado décadas cruzando muy públicamente lo desiertos que le han traído hasta esta paz personal que profesa. En el camino se ha convertido en una de las caras más universalmente reconocibles del planeta. Fetiche de Martin Scorsese, Woody Allen y las revistas del corazón. El personaje pop más complejo de su edad. Alec Baldwin está en el fin del camino que empezó cuando intentó ser presidente de Estados Unidos.

Ese era mi padre

Mi padre murió. El dinero se convirtió en algo esencial en mi familia. La gente dependía de mí y yo… estaba actuando en telenovelas y empecé a trabajar por dinero. Era fácil. Pero al poco, pasó algo. Empecé a pensar que actuar no era tan fácil como yo pensaba Sobre sus primeros años en Hollywood

Alec Baldwin se crió en Massapequa, un pueblo al sur de Long Island, con sus otros tres hermanos que también tuvieron sus 15 minutos de fama. Alec era el primogénito e idolatraba a su padre, un hombre duro, cultivado y exigente que se llamaba como él. Como muchos primogénitos, no empezó a despuntar hasta que se mudó de casa en 1976. Fue a la Universidad George Washington a estudiar Derecho y, de ahí, pensaba, iría a la Casa Blanca. “Hay mucha gente con conciencia social en Estados Unidos, y se expresan de mil y una maneras. Te puedes apuntar a la causa de los derechos gais, la reforma electoral, el medio ambiente, la protección de animales. Hay cientos de ideas”, cuenta. “Pero en aquella época, si querías un cambio social, te presentabas a un cargo público. Era el único camino. El más importante. Te presentabas al Congreso, al Senado y a la Casa Blanca. Era la única forma de implementar el cambio. Ahora es la forma menos efectiva de implementar el cambio, pero entonces era lo que había”.

En una suite del hotel Ritz de Madrid, el actor viste chaqueta, pantalón y chaleco Hackett y camisa Dolce & Gabbana
En una suite del hotel Ritz de Madrid, el actor viste chaqueta, pantalón y chaleco Hackett y camisa Dolce & GabbanaPablo Estévez & Javier Belloso

El plan no llegó muy lejos. Tras perder una novia y unas elecciones escolares en el mismo año, lo dejó todo. “De todas formas, a finales de los setenta había demasiados estudiantes de derecho”, gruñe. “Era la moda de la década. América se estaba haciendo cada vez más compleja, legalmente hablando. Me propuse darme un año, irme a Nueva York y centrarme en una beca de interpretación”. Pocas profesiones podrían haber sacado mayor partido a su intensidad terminal, sus ojos azules y su pelo en pecho. Al año siguiente tenía trabajo estable en una telenovela. En 1983, estaba viviendo en Los Ángeles, pasando de serie en serie, protagonizando películas terribles y empeorando su humor. Entonces se murió su padre y él se sintió en la obligación de reemplazarlo. “El dinero se convirtió en algo esencial en mi familia. La gente dependía de mí y yo… trabajaba por dinero”, revindica hoy, golpeando la mesa al final de la frase. “Mi padre tenía 55 años, como yo ahora”, repite. “Al poco, pasó algo. Empecé a cambiar. Empecé a pensar que actuar no era tan fácil como yo pensaba. Que para que mereciera la pena, iba a tener que dedicarle mucho más tiempo de lo que yo pensaba”. Esta conclusión le llegó en el peor momento posible para alguien que medra en la adversidad: acababa de triunfar comercialmente.

La fama o la vida

En 1990 se estrenó La caza del octubre rojo, un thriller de submarinos que recaudó 200 millones de dólares en taquilla. Un bombazo. La protagonizaba Baldwin, en la piel de un tal Jack Ryan, y entró en ese periodo de gracia de actor prometedor que, de conseguir otro éxito, pasaría a ser estrella. Nunca conseguiría ese segundo éxito. El día que se le ofreció una secuela en la que interpretar a Jack Ryan de nuevo fue también el día en el que se le ofreció encarnar al Stanley Kowalski de Un tranvía llamado deseo en Broadway. El consiguiente dilema entre la aprobación de otros y la realización personal le torturó de una forma casi baldwiniana. “Aún no estoy seguro de la decisión que tomé. Por un lado, al estudio no le importa quién protagoniza las películas. ¿Cuántos actores han hecho ya de Jack Ryan?”. [Respuesta: tres. Harrison Ford, en dos cintas de los noventa; Ben Affleck la década pasada y Chris Pine este año] “Te lo juro: a Paramount no le importa quién interpreta a Jack Ryan con tal de que sea alguien que esté de moda. Pero Un tranvía llamado deseo… Eso tenía toda la pinta de ser difícil. Las películas iban a hacerme rico y famoso, pero Un tranvía sería difícil”.

¿Cuántos actores han hecho ya de Jack Ryan?”. [Respuesta: tres. Harrison Ford, Ben Affleck y Chris Pine] “Te lo juro: a Paramount no le importa quién interpreta a Jack Ryan con tal de que sea alguien que esté de moda Sobre su decisión de no continuar la saga de La caza del octubre rojo, que le hubiera asegurado fama mundial y estatus de estrella

Eligió el teatro, por fortuna o por desgracia, y luego quemó su popularidad hollywoodiense respondiendo a diferentes presiones con películas olvidables de las que generalmente se arrepiente. Al menos su papel en Ella dice sí le presentó a Kim Basinger y su cuarto de hora en Glengarry Glen Ross, su primer psicópata capitalista, le permitió escupir proclamas legendarias como: “El tercer premio es tu despido”. Pero el resto de su trabajo, títulos que van de Coacción a un jurado o Hechizo de un beso a Malicia y Fantasmas del pasado, se compuso de fracasos o traspiés. Los noventa se acababan y con ellos, su oportunidad de ser una estrella tradicional. Eso sí, Frank Rich, el crítico teatral de The New York Times, dejó escrito para la posteridad que su Stanley Kowalski fue “el único que no te hace echar de menos a Marlon Brando”.

Que viva España

Chaqueta y camisa de Pal Zileri. Estilismo: Nono Vázquez / Asistente de estilismo: María José Vilaire / Maquillaje y peluquería: Ricardo Calero @ Talents para Chanel y Bumble & Bumble
Chaqueta y camisa de Pal Zileri. Estilismo: Nono Vázquez / Asistente de estilismo: María José Vilaire / Maquillaje y peluquería: Ricardo Calero @ Talents para Chanel y Bumble & BumblePablo Estévez & Javier Belloso

Se pueden extraer tres conclusiones viendo a Alec Baldwin pedir té durante minutos enteros en la cafetería del Ritz. Primero, que a este actor le gusta el té de una forma espectacularmente concreta que supera las barreras lingüísticas. Segundo, que sus modales son intachables. Y tercero, que está acostumbrado a este tipo de conversaciones macarrónicas. “Cuando viajas a un país extranjero y no hablas el idioma, siempre pareces más estúpido de lo que eres”, se lamenta mientras la camarera se aleja con la nota tomada en dos páginas. “Pero me encanta España. Es más, me da mucha pena volver a Nueva York. No quiero volver a casa. Me sorprende cuánto me gusta este país. Me encanta. Me encanta”.

No hace falta que lo repita una tercera vez. Lleva toda la conversación intercalando palabras españolas en su discurso en inglés. Grasias. Mas. Uno otro mas. Su mujer, Hilaria Thomas, nació en Mallorca y se crió en Boston. Y ese mismo entusiasmo que él muestra por su matrimonio lo muestra también por todo lo relacionado con este país. Durante la sesión, se le pidió que volviera a posar delante de la cortina que habitualmente sirve de fondo para las portadas de ICON y él, que ya daba por conseguido el plano, claudicó fascinado. “Esto solo pasa en Europa porque aquí hacéis Bellas Artes. En Estados Unidos nunca ha hecho Bellas Artes, nunca”, reflexionó. “Hacemos cultura y la hacemos rápido. Tenemos ya la portada entonces, ¿no?”.

Cuando viajas al extranjero y no hablas el idioma, siempre pareces más estúpido de lo que eres. Pero me sorprende cuánto me gusta España. Me encanta. Me encanta. Es más, me da mucha pena volver a Nueva York. No quiero volver Sobre su relación con nuestro país (y el de su mujer). Días después anunciaría que se iba de Nueva York. Semanas después, anunciaría que volvía

Su amor por lo patrio es tal que no tuvo problemas en aceptar el papel de villano en Torrente 5. Es un golpe de casting casi perfecto: no hay nada más opuesto a José Luis Torrente que Alec Baldwin. “Es una persona con un grandísimo sentido del humor y una grandísima inteligencia. Por eso supo ver la grandeza de este proyecto”, ha bromeado el cineasta español durante la promoción. Baldwin le corresponde con una historia similar: “Vi una de las Torrentes anteriores y enseguida entendí que era una sátira. Muy vulgar, muy fuera de tono, pero también divertida”. Hace una pausa. “Eso y que cuando recibí el guion mi mujer me dijo: ‘Por favor, por favor, por favor’. Quería venirse conmigo y traer a nuestra hija, Carmen, a España. Cómo iba a decirle que no”.

Baldwin mata a Baldwin

Baldwin se divorció la década pasada. También hizo otras cosas, como iniciar sus colaboraciones con Martin Scorsese –El aviador e Infiltrados–, dirigir una película cuyo rodaje se complicó tanto que terminó retirando su nombre de los títulos de crédito y ser nominado al Oscar en 2004 por un drama de casinos llamado The cooler. Pero lo que se recuerda es el divorcio. Tanto, que hoy prefiere no hablar de ello.

El problema no fue tanto su relación con Kim Basinger, sino la custodia de Ireland, la hija de seis años sobre la que Alec se había volcado con su característico entusiasmo. Lo que siguió fue una sangría emocional que duró años, muchos pleitos y más pleitos, traiciones, clases de control de ira y mucho dolor. Y luego estuvo aquel mensaje que un Baldwin desesperado y ciego de furia grabó en el contestador automático de Ireland en 2007 y que llegó a las revistas del corazón. En sus entrevistas de aquella época, el actor se muestra poco menos que atormentado con la idea de no poder ejercer como padre. “Me consume. Me devora vivo”, bramó en 2008. “Vivo apaleado”.

Se mudó a un piso al oeste de Central Park, en Manhattan, a compartir piso con sus fantasmas. A un lado, la ausencia de una familia. Al otro, el cráter dejado por una carrera cinematográfica fallida. Su voz adquirió una octava de melancolía. Incluso empezó a andar de forma diferente (“¿Crees que me arrastro? Es que me aplasta una actriz de 54 kilos”, bufó en aquella época). Por el día protagonizaba películas independientes de bajo presupuesto. Por la noche escribía un libro sobre las injusticias legales de los divorcios estadounidenses. Hasta que le noquearon definitivamente con esas dos palabras que han hundido cientos de carreras: “Haz televisión”.

Llega una metáfora

Hay que ser valiente para hacer televisión. Si tu carrera cinematográfica está en punto muerto y te refugias una temporada en televisión y esa serie no triunfa, es probable que no te recuperes Sobre sus miedos antes de hacer Rockfeller plaza, la serie que le devolvió la fama

Antes de que Ireland absorbiera sus instintos paternales, Baldwin escribió un guion para rodarlo con sus hermanos. Al recordarlo, el rictus se le desvanece de la cara. Se reclina. Su discurso coge carrerilla “Era un remake de Llega un pistolero. ¿La has visto?”. Negamos con la cabeza. Baldwin se abalanza sobre la mesa, acalorado. “Es genial. Era la historia del mejor pistolero del Oeste, que es Glenn Ford. Es tan bueno con el revolver que él y su mujer están constantemente en peligro, porque siempre hay alguien que quiere presumir de haber matado al pistolero más rápido del Oeste. Por la seguridad de su familia, Glenn Ford acepta mudarse a otro pueblo con un nombre falso y no tocar un arma nunca más. Y pasan los años. Glenn Ford no toca un arma. Es un artesano apacible. Cuida de los suyos. Hace lo que debe. Pero una noche se va a tomar una copa...”. Baldwin se levanta mientras habla, no está claro si consciente, y pone una pierna sobre la silla, como John Wayne escuchando en un bar. “Llegan noticias de que alguien acaba de matar al pistolero más rápido del Oeste, así que los del pueblo se ponen a pelearse por quién es ahora el más rápido. ‘¡Yo!’. ‘¡Ni de coña, soy yo!’. Y entre medias se ríen de Glenn Ford por pringado. Pero entonces a uno de ellos se le cae una cerveza. Y Glenn Ford ya no aguanta más, porque ha bebido, y coge un arma y…”. Llegados a este punto, Alec Baldwin tirotea con la mano un lugar muy específico y muy invisible de la cafetería. La cara se le ha enrojecido con una sonrisa casi infantil. “¡Pium pium! Le da dos tiros a la cerveza antes de que caiga al suelo. Todos se quedan de piedra ¡Él es el pistolero más rápido del oeste! ¡El mejor pistolero le pierde el miedo a su talento! ¿A que es una historia fantástica?”.

¿Qué soy, un granjero?

Cuando él le perdió el miedo a su talento tuvo un momento de gloria similar. En 2006 aceptó rodar unas escenas sueltas para Rockefeller plaza, una sitcom que se filmaba en Nueva York y que le haría trabajar tres días por semana parodiando el arquetipo de tiburón trajeado que no había logrado quitarse de encima. La idea, como casi todo en aquella época, no le gustaba. “Si tu carrera cinematográfica está en punto muerto y te refugias en televisión pero no triunfas, es probable que no te recuperes”, lo justifica ahora. Pero el proyecto tenía dos grandes ventajas: “Primero, que venía de Lorne [Michaels, productor ejecutivo de Saturday night live y misterioso capo de la comedia estadounidense], y de él me fío. El segundo motivo era que con un horario de grabación estable podía volar a Los Angeles a ver a Ireland”.

Terminó quedándose siete años y ofreciendo pagar una octava temporada de su bolsillo. Jack Donaghy, el papel que interpretaba, se convirtió en uno de los personajes más amados de la llamada Era Dorada de las Series. Era el papel que Baldwin nació para interpretar a los 50. Un hombre de negocios triunfador y arrogante hasta la médula (“Dios, me estás castigando porque mi pelo es mejor que el tuyo, ¿verdad?”) pero con un regusto de fragilidad que le lleva a hacer de mentor de una guionista neurótica (“Me caes bien: tienes el arrojo de una mujer mucho más joven”). La popularidad de Baldwin se disparó tanto que no solo empezó a rodar cine con Meryl Streep y Woody Allen, sino que en en 2010 presentó los Oscar junto con Steve Martin y en 2011 tonteó con la idea de presentarse a la alcaldía de Nueva York y el público, lejos de abuchearle como cada vez que un actor tontea con la política, le animó a ello. La serie no era alta cocina. No era el nivel de actuación que llevaba décadas buscando. Casi todas las escenas se basaban en su carisma en pantalla y no le exigían más esfuerzo que contar un chiste entre amigos. Pero precisamente por esa facilidad, verlo resultaba más magnético. Alec Baldwin estaba descubriendo que todo era, de verdad, más simple de lo que pensaba.

Baldwilonia

Antes, en mi vida, todo era trabajo, trabajo, trabajo. Y dinero, dinero, dinero. No para malgastarlo, sino para tener seguridad. Pero ahora solo quiero estar con mi familia. Quiero sentirme orgulloso Sobre su vida a los 50

En 2011, Baldwin entró en un restaurante vegetariano del downtown neoyorquino y una preciosa mujer de 26 años le sonrió. El 30 de junio de 2012 se casaron. En agosto de 2013, Hilaria Baldwin dio luz a Carmen. Alec volvía a ser padre. Tenía 55 años, la-edad-que-tenía-su-propio-padre-cuando-murió, y un nuevo comienzo por delante. Sus proyectos de cine han ido creciendo –este año ha rodado una película con Julia Roberts, otra con Susan Sarandon y ha terminado ya el rodaje de Misión imposible 5–. Y el futuro, ¿qué piensa hacer en el futuro?

“Me gustaría comprarme un piso en España y pasar aquí tres meses al año; el problema es el colegio de mi hija, que... Ah, espera. ¿Dices con el trabajo? Perdona. Cuando pienso en el futuro, pienso en mi familia”. Acto seguido, Baldwin, el hijo sin padre, el primogénito adicto a mantener a su gente, el padre que necesita hijos, enumera sin ganas la media docena de ofertas de cine que le esperan solo este año. “Y luego tal vez una tercera con Woody [Allen]...”, murmura. Pero en seguida vuelve a la Tierra y a lo que le interesa “Solo me importa que mi mujer viaje conmigo”.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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