El príncipe solitario
Enrique de Inglaterra alcanza el día 15 la treintena y recibe el patrimonio que le dejó su madre Odia la prensa, Twitter y no poder pasar desapercibido. Culpa a la fama de su imagen de díscolo y el no haber encontrado pareja
A veces parece que fue solo anteayer cuando aquel niño que destacaba precisamente por ser solo un niño caminaba a paso vivo entre su padre y su tío, junto a su abuelo y su hermano, en el funeral de su madre, Diana de Gales. Aquel 6 de septiembre de 1997, el príncipe Enrique estaba a punto de cumplir 12 años y cumplirá ya 30 el próximo día 15. Enrique, que tiene fama de ser el alma de la fiesta y que ha destacado siempre por su carácter extrovertido y alegre, en contraste con la timidez y la mirada más bien esquiva de su hermano Guillermo, llega a la treintena más solo de lo que él quisiera. La etiqueta que le presenta como uno de los solteros más deseables del país no le ha ayudado a encontrar a la mujer con la que sentar la cabeza y fundar una familia. Y no es que no quiera: él mismo se ha lamentado de lo difícil que le resulta encontrar a una mujer dispuesta a aguantar el escrutinio mediático al que está sometido el núcleo duro de la realeza británica.
Tras la ruptura en 2010 con Chelsie Davy y en abril pasado con Cressida Bonas, los tambores de noviazgo suenan de nuevo con fuerza desde hace un par de meses. Esta vez la candidata es Camilla Thurlow, una escocesa de 25 años con la que ha pasado unos días este verano en el yate de su amigo Beb Goldsmith en Saint Tropez y con la que se dice que tiene algo más que una buena amistad. No es que el príncipe sea un solterón, claro, pero el tiempo pasa.
Los amigos sí se casan y cambian de vida y él parece empezar a sentir el peso de la soledad en Nottingham Cottage, su casa de Kensington. Allí se instalaron antes Guillermo y Catalina, mientras arreglaban su apartamento de 22 habitaciones, apenas a unos metros de distancia, en el palacio de Kensington. Enrique siempre ha estado muy unido a Guillermo, que ha sido compañero de juergas además de hermano. Pero Guillermo no solo se ha casado, sino que es padre de un niño, el príncipe Jorge. Y, sobre todo, es el segundo en la línea de sucesión a la corona y se ha de preparar para ser rey.
La relación entre los dos hermanos está perdiendo el punto de frivolidad que tenía cuando eran más jóvenes. Y Guillermo y Catalina pasan cada vez más tiempo en Norfolk, donde él trabaja pilotando un helicóptero de rescate. Catalina, con la ayuda de su hermana Pippa, le ha preparado a su cuñado una fiesta de cumpleaños. Una fiesta íntima, con 30 amigos muy próximos, al decir de la prensa londinense. Allí estarán sus platos preferidos: filete Wellington, pastel de pescado y Eton cake, un pastel a base de bizcocho, merengue y fresas. El regalo que según los medios le prepara la reina no cabrá en esa fiesta: un cottage, una casa de campo en la que Enrique podrá criar al perro labrador que espera también por su cumpleaños. Pero Enrique va a recibir algo más: la herencia que le dejó su madre. En concreto, 10 millones de libras (12,6 millones de euros) más los intereses generados desde que murió Diana, que quedan a su disposición precisamente al cumplir los 30 años. Es la misma cantidad que le dejó a Guillermo, algo que ha sorprendido un poco porque el hermano mayor será príncipe de Gales cuando su padre llegue al trono. Y con el principado vienen los beneficios del ducado de Cornualles, unos 24 millones de euros anuales. Quizás por eso a Enrique le corresponde también el vestido que llevaba Diana el día que se casó con Carlos en 1981. La princesa Diana dejó estipulado que el vestido lo cuidara su hermano, el conde Spencer, hasta que Enrique cumpliera 30 años. Diseñado por David y Elizabeth Emmanuel, ese vestido ha dado la vuelta al mundo como parte de la exposición ambulante Diana: a celebration.
La posición de Enrique empieza a recordar a la de su tía abuela, la princesa Margarita. Al igual que a la hermana de Isabel II, solo un cúmulo de desgracias puede convertir a Enrique en rey de Inglaterra, pero como número cuatro que es en la línea de sucesión, está demasiado cerca del trono como para llevar la vida de “tío normal” a la que aspira.
La suya no ha sido nunca una vida normal. Primero fue el niño que desfilaba en el cortejo fúnebre de su madre a la vista del mundo entero; luego, el adolescente díscolo al que en el verano de 2001 pillaron fumando porros y bebiendo alcohol en el sótano de Highgrove, la residencia campestre en la que su padre compartía discretamente su vida con Camila Parker-Bowles antes de casarse con ella; después, el cabeza de chorlito que apareció disfrazado de nazi en una fiesta y acabó en la portada del tabloide The Sun en enero de 2005; más tarde, el soldado de permiso al que fotografiaron en pelota picada en una multitudinaria fiesta libertina en Las Vegas en 2012.
El hijo menor de Diana recibe 12,6 millones de herencia y el traje de novia de lady Di
En paralelo a ese Enrique infantil y casquivano está ese otro Enrique maduro y responsable que ha servido dos veces en Irak; el heredero de la sensibilidad por el desarrollo de África que tenía Diana; el joven al mismo tiempo divertido y profesional que ha sabido representar a su abuela la reina lo mismo en Jamaica que en Estonia, Chile o Brasil; el hombre capaz de poner en marcha los juegos Invictus para soldados mutilados de guerra, inspirados en los que Estados Unidos organiza desde 2010, y que se celebran este mismo mes en las instalaciones olímpicas del parque Isabel II en Londres.
¿Cuál de ellos es el verdadero Enrique? ¿El infantil, el díscolo, el cabeza de chorlito, el casquivano? ¿O el maduro, responsable, profesional y al mismo tiempo divertido? Seguramente todos siguen cabiendo en su contradictoria personalidad. Quizás lo que realmente necesita es encontrar de una vez al amor de su vida y alejarse cuanto antes del fantasma de Margarita, la hija pequeña del rey Jorge VI. Los amores difíciles y su aventura con un hombre 17 años más joven que ella truncaron la vida de Margarita, que en 1978 se convirtió en el primer miembro de la familia real británica que se divorció desde que en 1901 lo hiciera la princesa Victoria de Edimburgo. La hermosa Margarita fue adoptando cada vez más el papel de la princesa infeliz y moriría en 2002, a los 72 años, relativamente joven aún para una familia de mujeres longevas.
Los tiempos han cambiado y la vida romántica de los Windsor no está tan rígidamente marcada por los prejuicios que llevaron a la abdicación a Eduardo VIII o que impidieron al príncipe Carlos casarse en primeras nupcias con el que siempre fue el amor de su vida, Camila, porque ella era mayor que él y ya había perdido la virginidad cuando se conocieron. Pero el descenso de los prejuicios ha coincidido con la subida del acoso mediático, un fenómeno al que los príncipes Guillermo y Enrique siguen atribuyendo la muerte de su madre en 1997, cuando el coche en el que viajaban Diana y su amante Dodi al Fayed se estrelló en el túnel Alma de París cuando escapaban de la atención de los fotógrafos.
Enrique odia la prensa, odia Twitter, odia que le reconozcan en la calle y no poder pasar desapercibido. Esas incomodidades parecen afectar también a su capacidad para encontrar a una mujer con la que compartir su vida. El amor con Cressida se esfumó en cuanto apareció el fantasma del matrimonio y de una vida sometida a las reglas de juego de palacio. Quizás con Camilla Thurlow las cosas puedan ser diferentes. Si es que es verdad que hay algo entre ellos.
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