Ser arquitecto en África: Albert Faus
Escuela infantil Laafi
Esta es la historia profesional de Albert Faus (Barcelona, 1972), un arquitecto que vive, y trabaja, en Burkina Faso desde hace más de un lustro y que defiende que, cuando uno trabaja en África, el conocimiento y la información deben fluir en ambas direcciones. La entrada es bastante más larga que las habituales en este blog, por eso no me extiendo en la introducción. Creo que él lo explica mejor respondiendo a las preguntas.
¿Cómo llegó a Burkina Faso? Un día a finales de 2005 me crucé en Barcelona con un amigo, Juan Coll. Iba a confirmar su viaje a Burkina Faso con algunos miembros de su empresa de producción artística Emotique y del Colectivo Anatomic. Me propuso acompañarles a montar el primer festival internacional de arte LAAFI, en la ciudad de Koudougou. Y lo hice. Dos años después regresé y fotografié el festival.
¿Cómo empezó a construir? Esos primeros viajes fueron de Cooperación Internacional, o mejor dicho, de amistad internacional. Josselin Prior, un francés amigo de Coll, había creado, en 2001 una asociación llamada LAAFI –en lengua Moré, la mayoritaria en Burkina, significa paz, salud–, para promover el intercambio cultural y dar apoyo material, educativo y logístico a niños burkineses.
En 2008 las acciones de la asociación tenían cierta repercusión en la ciudad, el ayuntamiento les cedió un terreno para construir un equipamiento multiuso. En octubre de ese año Josselin vino a Barcelona, nos reunimos con Juan para ver qué financiación podríamos buscar desde España y luego discutimos cómo debía ser un centro de ese tipo. Joss convocó una Asamblea extraordinaria de LAAFI y me llamó para pedirme que me ocupara del proyecto. El 19 de diciembre de 2008 colocábamos la primera piedra del Centro Cultural LE VILLAGE LAAFI en Koudougou.
CIEPYD Centro de integración escolar, profesional y deportivo en Rimkieta (Ouagadougou).
Los dos primeros edificios –biblioteca y sala polivalente– se construyeron estando yo todavía en Barcelona, visitas de obra on-line salvo la implantación y la construcción de la cubierta metálica superior. Aunque había medio-asistido a un intensivo de francés durante unas semanas en 2007, no lo dominaba y resultaba algo complicado poder comunicar con la obra. Pese a ello quedaron razonablemente bien, fue un aprendizaje enorme para todos.
Biblioteca Katiou
Desde el inicio mi primera opción fue trabajar con materiales locales para adaptarme al medio y contener el presupuesto. Esto creó ciertos recelos en los miembros burkineses de LAAFI pues allí se asocia peyorativamente “local, tradicional” a “viejo, pobre, del poblado…”. Además se produce una situación muy curiosa a nivel incluso de las administraciones públicas cuando se establece una diferenciación digamos que tendenciosa entre “materiales definitivos (cemento)” y “materiales apropiados (locales)”. Entienden que una construcción por simple que sea será definitiva cuando se realice en pilares de hormigón y cerramientos de bloque de mortero de cemento, sin importar demasiado que el armado de esa estructura no responda a una cuantía mínima, que los bloques sean de una calidad ínfima y que en el interior se llegue a temperaturas insoportables. En cambio una obra que se realice por ejemplo en muros de adobe, BTC o tapial, siempre penalizará pues aunque son materiales apropiados que no aseguran que esa edificación vaya a perdurar. Aceptando que el término definitivo es del todo cuestionable -¿dónde queda el mantenimiento entonces?- por lo general prima el ser definitivo antes que apropiado. A mí me parece que debiéramos poder construir edificios definitivamente apropiados.
¿Qué hacer para conseguir esa mezcla? Notodo vale cuando se construye para una asociación. En general es viable conseguir financiación para construir una escuela o una biblioteca pero resulta imposible que te den dinero para hacerla funcionar. Por eso el mantenimiento de los edificios se convierte en un problema.
En este primer caso llegamos a un consenso y realizamos una estructura principal en hormigón armado tal como se proponía desde Burkina. En cambio los cerramientos se levantaron con obra vista de piedra laterítica proveniente de una cantera que dista unos 4 km de la obra y para el techo interior se reaprovecharon las tablas de madera del encofrado sobre las que se dispusieron sacos de cemento rellenos de tierra proveniente de la excavación. A día de hoy, cinco años después de su finalización, por suerte no ha aparecido problema significativo alguno.
¿Por qué decidió quedarse allí? En 2010 tengo claro que no quiero continuar en Barcelona y planteo a la asociación LAAFI la posibilidad de dirigir la ejecución de la segunda fase del VILLAGE LAAFI en Koudougou. Me voy primero tres meses de prueba para ver si me adapto pues mi estancia más larga hasta la fecha había sido de veinte días. Durante ese período tuvimos la suerte que Carlos Pita, extraordinario arquitecto, viniera a pasar unas semanas con nosotros. Desde el principio apreció muy positivamente el trabajo que estábamos llevando a cabo y me animó, casi obligó, a quedarme si o si en Koudougou para gestionar el proceso en persona.
Junto al empujón de Carlos, lo que acabó de decidirme fue descubrir que el constructor que habíamos contratado no estaba respetando el pacto que tenía con sus jóvenes trabajadores, a los que no solo debía algunos pagos sino que no daba dinero suficiente para comprar comida -es práctica habitual en obra complementar el sueldo pagando el almuerzo diario a medio día-. No podía ser que una entidad digamos “humanitaria” como la nuestra participase en la “explotación” de un grupo de jóvenes aunque fuera de manera indirecta. Así que resolvimos no continuar con él y decidí responsabilizarme de la ejecución a partir de entonces. Desde 2011 en ese proyecto he participado en todo el proceso, representando a la propiedad, montando dossiers para demanda de subvenciones, convertido en contratista obligado, haciendo las veces de arquitecto, aparejador o jefe de obra, e incluso hice de peón tallando piedra y amasé barro con los pies en la confección de adobes. Esto nos permitió rebajar el precio de construcción, realizar más obra y formar a profesionales.
¿Por qué es importante construir físicamente los edificios? Ha sido una etapa muy exigente en la que prácticamente me pasé el día en la obra, a ratos junto a los chicos, otros en el despacho que me monté en el interior de la biblioteca. Pero imagina lo que aprendí durante todo ese tiempo, del lugar y de las personas, de la gestión de una asociación, de arquitectura y de construcción…
Por otro lado, entidades españolas como la Fundación Amigos de Rimkieta (FAR) o burkinesas como la ONG WendPuiré pronto confiaron en mí para llevar a cabo sus proyectos en Burkina por lo que trabajo no me faltó nunca.
Biblioteca en Le Village Laafi
¿Cómo construir en África sin paternalismos? Intento evitar cualquier referencia a “ayudar”, con la cual uno ya se posiciona en un lugar de predominancia, de poder, de autoridad. Prefiero, si el contexto lo permite, decir que “trabajo” tanto como puedo con asociaciones en la resolución de problemas puntuales.
Debemos dejar a un lado actitudes condescendientes, no es sólo una cuestión de enviar dinero, de caridad, es fundamental que la información y el conocimiento fluya en ambas direcciones porque finalmente eso beneficiará a todo el mundo.
En mi primer viaje a Burkina en 2005, me di cuenta de lo que podía ser, a mi modo de ver, la Cooperación bien entendida. Es simple, co-operación, varios que operan. Aquel primer festival fue un éxito y lo que se produjo entre artistas burkineses y españoles fue algo de un nivel altísimo. Unos no anularon a los otros si no que se complementaron, todos ganaron, los europeos disfrutaron de una experiencia riquísima y los africanos entendieron que tenían potencial para imaginar más cosas que las que estaban acostumbrados a hacer. Durante años, ese grupo de jóvenes que iniciaron con nosotros su carrera artística, ensayaron varias veces por semana, probaron cosas diferentes, fusionaron danza africana con trazos de contemporánea, e innovaron con instrumentos y vestuario. En 2011 fueron contratados por una empresa social francesa, Le Relais, para hacer una gira de un mes por Francia. Al volver a su país, con lo que habían ganado, algunos pudieron construirse una casa, otros se compraron una moto y otros pagaron los gastos de su boda.
¿Por qué se hizo arquitecto? En alguna ocasión mi madre me contó que yo de pequeño decía que cuando fuera mayor sería arquitecto y que mi hermano construiría las casas. Durante un tiempo, treinta años más tarde, así fue.
De hecho, pese a esa temprana vocación, cursé primero estudios de Arquitectura Técnica pues a los dieciocho se me hacía muy cuesta arriba estudiar tantos años antes de acabar una carrera. Yo quería independizarme pronto y por eso escogí la Técnica, sin muy bien saber en qué consistía. En el 97, un año después de finalizadar aparejadores, inicié Arquitectura en la Escuela de Barcelona. Los primeros cursos me los pasé trabajando por las mañanas y asistiendo a clase por las tardes pero ya en 2001 abrí estudio propio con un amigo arquitecto. A partir de entonces a nivel académico todo fue más despacio y el ejercicio de la profesión se convirtió en obligada prioridad. Finalmente completé las materias en 2007 pero año tras año fui dejando el tema del Proyecto Final de Carrera.
Durante los años de nuestro estudio en Barcelona yo no firmaba como arquitecto, lo hacía como arquitecto técnico cuando se terciaba. Con mi socio planteábamos los proyectos en común y luego cada uno desarrollaba uno en concreto. Por eso nunca necesité aparecer como arquitecto para reconocer mi autoría en cualquiera de nuestras obras.
Una vez ya en África, pese a que tanto la asociación en Burkina, Francia o España estaban al corriente de mi situación, todo el mundo me presentaba como arquitecto, algo que siempre me incomodó pues no era estrictamente cierto al no tener el título.
El año pasado decidí que debía cerrar los temas pendientes que me quedaban en España para poder avanzar con tranquilidad en Burkina o donde fuera. Definitivamente el primer semestre hice un gran esfuerzo, le dediqué tanto tiempo como puede y en julio presenté el Proyecto en Barcelona.
¿Qué aprender y qué desaprender de la Escuela de Arquitectura? Deberíamos hacer hincapié en cómo mejorar el funcionamiento de nuestras escuelas, la preparación de los futuros arquitectos y su formación como personas en relación con la sociedad. Un contexto de crisis como el actual es el marco idóneo para proponer cambios con los que adaptarse a la nueva situación de la arquitectura y el arquitecto. La formación técnico-humanista que se imparte en las clases debería complementarse con una mayor relación de los estudiantes con la realidad, que salgan a la calle y discutan con asociaciones de vecinos para consensuar proyectos, que viajen y se ensucien las manos construyendo ellos mismos proyectos para gente necesitada, que sean conscientes de la responsabilidad social intrínseca al arquitecto.
En este sentido iniciativas como las de Rural Studio en Alabama me parecen tremendamente estimulantes. Sin olvidar que figuras de renombre en la actualidad como Anne Herniger o Francis Kéré desarrollaron desde la escuela como proyectos finales de carrera, sus primeras obras, sendos premios Aga Khan de arquitectura.
También importante me parece la ingente tarea docente que lleva años realizando la arquitecta Sandra Bestraten como profesora de asignaturas optativas en materias de Cooperación, vivienda, bajo coste y accesibilidad en la ETSAB/UPC y co-dirigiendo el Master en Cooperación de la ESARQ/UIC de Barcelona.
¿Conoce a otros arquitectos españoles trabajando en África? Poca cosa, en realidad tan solo conozco algo del trabajo publicado de Nerea Amòros Elorduy con asa en Rwanda. En Burkina Faso los últimos años he coincidido en alguna ocasión con arquitectos expatriados que han venido a llevar a cabo proyectos de Arquitectos sin Fronteras España, Salvi Ros en 2011 e Ixone Fernández en 2013. Diría que Salvi está ahora en Mozambique.
¿Qué importancia tiene la figura de Francis Kéré en trabajos como el suyo? Sin duda Francis Kéré a día de hoy es un referente internacional por derecho propio. Lo que él ha conseguido tiene un mérito enorme y no seré yo quien se lo discuta. Muy al contrario pues me ha “acompañado” desde mis inicios en Burkina, en cierta manera para mi y otros pequeños como yo, ha sido una especie de “hermano mayor” que nos ha abierto muchas puertas. Sin su obra construida sin duda hubiese sido más complicado poder hacer lo que actualmente hago.
Otra cosa es que me interese o no todo lo que hace o que esté de acuerdo o no con todo su discurso.
Tuve ocasión de conocerle en su poblado, Gando, en ocasión de una visita que realizamos junto con un amigo común de ambos, Ibai Rigby de Aga Khan Foundation, a finales de 2012. Fue interesante, se mostró como alguien muy cordial y nos explicó con entusiasmo sus proyectos. Es evidente que tiene gran carisma y verbo fácil, ¡no hay quien le calle!. Está seguro de lo que hace, se lo cree, y entonces siempre resulta más sencillo convencer a los demás.
Durante los meses anteriores a la llegada de Ibai, crucé varios correos con Ferran Grau - arquitecto (Ph.D), docente en varias escuelas de arquitectura-. Nos planteamos la posibilidad de promover la apertura de una escuela de Arquitectura en Burkina Faso. Este es un país en el que la población no deja de aumentar lo que implica la construcción de miles de viviendas. En el que los próximos años se necesitarán equipamientos para necesidades básicas como la educación y la sanidad y no tiene escuela de arquitectura.
Está muy bien que Kéré construya un colegio, un hospital, una biblioteca…, es importantísimo, se necesitan a centenares en todo el país, y bien hechas, con materiales locales y sensibilidad medioambiental. Pero desde la posición de arquitecto, y de uno de su prestigio, con todo lo que él puede conseguir, la trascendencia que tendría en el futuro a corto plazo el poder mejorar la formación técnica y humanística de quien tiene la responsabilidad de construir en Burkina Faso me parece decisiva.
Aquel día aproveché la distendida charla que tuvimos durante el almuerzo con Kéré para exponerle este planteamiento que tanto me preocupa. Dada su trayectoria y la implicación que siempre ha mostrado para con su pueblo, estoy convencido que en algún momento podrá promover o participar en alguna iniciativa en este sentido.
¿Piensa que, en el siglo XXI, la arquitectura puede llegar donde nunca ha llegado? ¿Cómo afecta eso al papel del arquitecto? Es lógico y común a otros campos, pero, en mi caso, tampoco diría que ha cambiado tanto mi papel como arquitecto pues siempre entendí que desde el proyecto y la construcción debía “solucionar” o “mejorar” una situación pre-existente. Trabajando con entidades humanitarias se parte de una iniciativa privada y se intenta paliar una problemática pública.
Como arquitecto debe hacerse un esfuerzo mayor en comunicación, investigación, y comprensión del lugar y su gente y los mecanismos de intervención disponibles. Una vez asistí a una charla de una antropóloga africanista muy crítica con la Cooperación Internacional. Expuso el caso de una ONG europea que propuso construir un centro médico cercano a un poblado africano pues consideraban que era lo que tocaba en aquella zona, pese a que los habitantes intentaron convencerles de que lo que realmente les convenía era un almacén donde guardar el grano y los animales. Los europeos empeñados en que tenían razón acabaron construyendo su magnífica clínica, tomaron todas las fotos para las revistas y los patrocinadores y se marcharon. Al poco tiempo los animales y el grano ocupaban consultas y sala de espera.
En verano de 2006 viajé a Guinea Ecuatorial. Parte del tiempo estuve en Bata –capital de la región continental– y residí en casa de la familia de una amiga guineano-catalana. Allí coincidí con una par más de jóvenes arquitectos y el día antes de marchar pensamos tener algún detalle con los miembros de la familia. Como cualquier casa del lugar, constaba de varias edificaciones alrededor de un patio, y en ella vivían quizás varias decenas de personas entre chiquillos y adultos. No recuerdo qué compramos para los hombres, tampoco para las mujeres, pero para los niños decidimos que como eran tantos y resultaba imposible personalizar, podríamos fabricar un columpio que colgaríamos de una de las ramas del enorme mango que presidía el patio. Así que fuimos a mercado, compramos una correa de persiana, luego el carpintero nos hizo el asiento en madera y procedimos a montarlo al arrancar la noche. Lo probamos todos, adultos claro, los niños ya dormían. A la mañana siguiente, debían ser poco más de las 6 de la mañana, me despertó un enorme griterío que provenía del patio. No sé cuántos niños habría allí luchando por sentarse en el columpio, recuerdo que seguí asombrado con la mirada el recorrido de la cola ascendiendo por la pendiente hasta la carretera acaso un centenar de metros. En ese momento salió la anciana de la casa, la matriarca, apartó a los críos y de un certero golpe enrolló el columpio en lo alto de la rama. “Hasta la tarde no hay juego” les dijo a voces. Educadamente nos agradeció el gesto pero de manera cariñosa nos hizo ver que si los niñ@s a primera hora de la mañana no iban a buscar agua al pozo, la jornada no arrancaba. No se podían duchar, no se podía fregar y no había con qué empezar a cocinar.
Nuestro desconocimiento, por más buena intención que hubiésemos tenido, había alterado el orden interno de esa familia. Y por más que nos parezca terrible que las criaturas anden centenares de metros, en ocasiones kilómetros, acarreando recipientes llenos de agua a menudo más pesados que ellos mismos, su equilibrio diario era ese y debíamos conocerlo.
¿Cómo vive usted? Burkina Faso es uno de los países más pobres del planeta, siempre en el grupo de cola del IDH -índice de desarrollo humano (PNUD)-, en 2012 aparece como el 183 de 186. Una población estimada que debe rondar ya los 17 millones, de los que un 80% es rural y donde más de la mitad vive con menos de 1 € al día.
La mayor parte del tiempo he residido en Koudougou, unos 90 km al oeste de la capital Ouagadougou. Pese a que está considerada la tercera ciudad del país con unos 150.000 habitantes, su carácter es mucho más digámos “rural”. Urbe de plantas bajas y calles en su mayoría sin urbanizar, concentra su actividad económica en el centro, alrededor del Mercado, premio internacional de arquitectura Aga Khan 2007 (finalizado en 2005, proyecto de Laurent Séchaud).
Me vine aquí porqué quise, nadie me lo pidió. Está claro que vivir aquí no es lo mismo que venir de viaje unos días, resulta más complicado. Este lugar da pocas treguas, es exigente humanamente, el clima no ayuda, las enfermedades tampoco. Trabajar no resulta sencillo, tenemos pocos medios y poca mano de obra especializada. No tengo tele, ni sofá, ni coche ni moto...
...pero tengo cocina a gas y nevera, unos colchones en el suelo a modo de chill out, y ahora voy en bici por la ciudad. La gente te ofrece sonrisas, sencillez, ilusión y presente. Vida.
También te piden, te piden constantemente, un regalo –cadeau, cadeau!!- gritan los niños; dinero, trabajo, ¡montar una asociación!, los mayores. Una asociación es vista como una posibilidad de obtener dinero, los blancos seguro que nos lo envían, se dicen muchos.
Pero pronto te vuelven a dar, te llevan a sus poblados, conoces a su gente y es imposible que regreses a casa sin algún famélico pollo o una docena de minúsculos huevos en mano. Eso sí, nuestros pollos sí que son buenos y no los vuestros, aseguran.
Hace un tiempo trabajé con una agrupación de mujeres de un poblado cercano a Koudougou, Réo, a unos 10 km. Son de étnia Gurunsí y dominan la técnica tradicional de los revocos a mano con tierra arcillosa de colores. Las contraté para que vinieran al Centro Cultural a revestir paredes interiores de adobe.
Durante una semana, 6 o 7 mujeres llevaron a cabo esa tarea, tan solo un par venían en bicicleta, el resto a pie. Dejaban su pueblo pronto por la mañana cargadas con sus útiles de trabajo -básicamente sus manos-, alguna con criatura a la espalda y otras con grandes cacerolas sobre la cabeza. Al llegar a la ciudad a media mañana, 10 km más tarde, compraban algo de arroz y condimentos en un mercado a su paso y ya en obra unas preparaban la comida mientras las demás amasaban arcilla. Tan solo paraban el rato para comer y rápidamente se ponían manos a la obra, nunca mejor dicho. Hacia las 4 de la tarde a más tardar partían de vuelta para no caminar demasiado por la noche. En Burkina después de las 18.30h poco se ve. Por aquel entonces yo conducía una vieja furgoneta que me habían prestado para poder ir y venir con los materiales para la obra. Cuando me di cuenta de lo que pasaba con mis mujeres me ofrecí a llevarlas por las tardes para al menos aliviarles la caminata de vuelta.
Unos meses después de finalizada su intervención caí enfermo de malaria, nada grave, quinina a tope y unos días a medio gas. Ni idea de cómo se enteraron allá en el poblado pero un día se me presentaron un par de mujeres de Réo en la obra -las que tenían bici- cargadas con un pollo enorme -ese sí que había comido bien- un saco hasta arriba de cacahuetes, una calabaza llena de alubias, e incluso una escultura hecha en madera de un par de pajaritos dándose un pico, ignoro si eso iba con segundas…
Momentos y gestos como el de esas mujeres ayudan cuando las dudas y el cansancio aparecen.
Llegó a África por motivos también personales. ¿Se ve quedándose allí? ¿Qué dice su familia? Llegó un momento en que no me encontraba a gusto en Barcelona, me estaba ahogando, no tenía un espacio propio donde proponer cosas, y necesitaba un cambio, encontrar nuevas ilusiones sobre todo a nivel profesional. No puedo quejarme pues no fue difícil averiguar qué debía hacer o dónde ir porque ya llevaba años colaborando con la asociación en Burkina Faso.
Una vez tomada la decisión y organizado todo aquí y allí para hacerlo posible, lo hablé en familia, básicamente con mis padres pues eran mi mayor preocupación. Ambos entendieron que era lo que yo ansiaba, en especial mi madre, pues ella también abandonó Murcia de jovencita para ir a vivir unos años en Melilla, que sin querer entrar en polémicas territoriales, como todos sabemos está en África. Así pues, en cierta manera, seguía sus pasos.
Es difícil decir si me quedaré en Burkina Faso, hace cuatro años ir a vivir allí tan solo era una remota opción. Ahora mismo te diría que me gustaría quedarme un tiempo más, sería una pena no poder aprovechar todo lo que he aprendido durante este tiempo, las relaciones que he consolidado, la experiencia adquirida…, en bien de futuras acciones. Además Burkina –puede parecer que muchos otros lugares de África también- está en un momento muy activo arquitectónicamente hablando. No es sólo Kéré, hay proyectos muy interesantes de la cooperación suiza en las últimas décadas, también la italiana e incluso la española con Arquitectos sin Fronteras. Todos dándole vueltas a un mismo tema con mayor o menor acierto, cómo llevar a cabo proyectos necesarios y que aporten algo bueno a la comunidad, proponiendo soluciones adecuadas y de bajo coste.
Por otro lado, desde hace un tiempo estoy con una chica de Barcelona que un buen día decidió venir a vivir a Burkina Faso. Ella se ocupa de “sus” niños discapacitados mientras yo, como ella dice, “me divierto haciendo casitas”. Supongo que si en algún momento alguno de los dos siente que no puede quedarse más aquí pues habrá llegado el momento de moverse.
¿Por qué no ha podido formar un grupo de trabajo todavía? Este es realmente un tema que me afecta mucho pues desde mi llegada consideré fundamental poder trabajar con jóvenes técnicos burkineses. Pero luego la realidad es la que es y en Burkina Faso no existe Escuela de Arquitectura, únicamente hay centros de Estudios Técnicos donde se impartiría algo así como Ingeniería en edificación y obras públicas. Un gran título pero tristemente con contenidos menores. Pocos dominan programas de dibujo y menos aún se interesan realmente por la construcción con “materiales apropiados”. Ignoro si se entenderá bien o no, pero en realidad todavía no dispongo ni del tiempo ni de la energía necesaria para poder formar un equipo así como tampoco de los medios imprescindibles para ello, es decir, un espacio propio, material y dinero para esos sueldos.
Durante estos años cuando he necesitado alguien que se mirase el proyecto con perspectiva y que me sugiriese opciones alternativas a las que yo contemplaba, siempre he recurrido a mi buen amigo Ferran Grau por su sensibilidad arquitectónica así como su conocimiento del país –ha visitado Burkina en cuatro ocasiones-. Su acompañamiento humano y profesional ha sido fundamental en el trabajo que he realizado hasta la fecha.
Por otro lado, si por equipo también entendemos personal de obra, en ese caso la experiencia fue más satisfactoria. Los trabajadores que en 2011 aceptaron acompañarnos en la continuación de los trabajos del VILLAGE LAAFI, todos ellos vecinos del lugar, jóvenes de entre 18 y 22 años, con el tiempo han adquirido un rigor constructivo reconocido en todo Koudougou. Durante estos años he aprendido mucho con ellos pero es evidente que ellos también han mejorado enormemente, en especial la obra vista de piedra y la ejecución del hormigón. Tal ha sido su “éxito” que al final nos abandonaron pues no podía ni quería pagar lo que nos exigían…
¿Cuál es el siguiente paso? Pues no está nada claro… Lo inmediato es finalizar lo mejor posible una Casa para niños huérfanos con necesidades específicas que estamos construyendo en Ouagadougou y ver si se confirman un par de colaboraciones que me han propuesto desde asociaciones en Barcelona.
En Burkina estaría bien hacer algo desde el sector público y el privado local que pudiera ser coherente con lo realizado hasta el momento.
Ver si finalmente encontramos la manera de plantear alternativas que complementen la formación que se imparte en las escuelas técnicas ya sea mediante intercambio entre universidades o la organización de talleres puntuales…
Y también me motiva poder trabajar en temas de patrimonio arquitectónico. Sería muy importante para la cultura local poder vindicar el patrimonio construido. La arquitectura vernácula con ejemplos maravillosos como el de la Corte Real de Tiébélé, los poblados del País Lobi, el recinto amurallado de Loropéni –patrimonio mundial de la humanidad–, la mezquita de Sya en Bobo-Dioulasso…, algunas construcciones de la época colonial y post-colonial así como lo que se lleva realizando las últimas décadas con varios premios internacionales de arquitectura.
Albert Faus
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