Congo, 20 años después
Esta entrada ha sido escrita por nuestro colaboradorAlex Prats desde la República Democrática del Congo (RDC). Es la primera de un reportaje amplio que dividiremos en varias entradas.
Tuma, combatiente rebelde congoleño, fotografiado en el norte de Kivu en agosto de 2013. Foto: Local Voices Project.
Llego a Goma, la capital de la provincia de Nord Kivu, en el este de la República Democrática del Congo (RDC), a bordo de un avión de Naciones Unidas procedente de Kinshasa, la capital del país. Situada al norte del extenso lago Kivu y con aproximadamente un millón de habitantes, Goma es el punto central de un círculo de unos 500 kilómetros de diámetro en el que más de cinco millones de personas han muerto por culpa de la guerra en los últimos veinte años.
Espero bajo un sol templado a que llegue el equipaje. A mi lado, cinco militares de la MONUSCO, la Misión de la Organización de las Naciones Unidas para la estabilización en la RDC, se entretienen con sus teléfonos móviles. Hay más de 20.000 cascos azules en la zona; a partir de ahora, serán parte inevitable del paisaje.
Ya con la maleta en mano, sigo a los militares hacia la salida del aeropuerto. Frente a la verja de hierro, al otro lado de una estrecha carretera, hay un hangar. No hay aviones. Unas trescientas personas ocupan la zona. Sobre las malas hierbas que rodean la construcción hay decenas de colchones, viejos y sucios. Ningún hombre; solo mujeres, niñas y niños. Sorprendido ante ese panorama desolador, pregunto a uno de los guardas de seguridad. Son las familias de militares del ejército, me explica, llevan aquí más de un mes, no tienen agua ni letrinas, viven como perros. De repente, tres niños cruzan la carretera y se dirigen hacia mí, pero un policía con un palo aparece desde detrás y le pega a uno de los niños un bastonazo en la espalda. Los niños corren de vuelta al hangar.
Mientras espero a que me vengan a recoger para ir a la oficina, pienso en un libro que he leído recientemente: Rwanda Inc. El libro es un homenaje a Paul Kagame, Presidente de Ruanda. Las dos autoras, de origen estadounidense, alaban capítulo tras capítulo su capacidad tanto para reducir la pobreza en su país como para liderar el proceso de reconciliación entre hutus y tutsis después del genocidio de 1994. No es difícil encontrar otras voces, dentro y fuera de África, que ensalzan la labor realizada por Kagame.
Pero lo cierto es que, 20 años después del genocidio, no se puede hablar de reconciliación. Tras la entrada en Kigali del Frente Patriótico Ruandés de Paul Kagame el conflicto no cesó, sino que simplemente se trasladó al este de la RDC. Aquí llegaron en pocas semanas cientos de miles de hutus, muchos de los cuales habían participado de forma directa en el asesinato de casi un millón de tutsis en tres meses. Ante las posibles represalias del nuevo gobierno tutsi, y con el supuesto apoyo brindado por Francia en la Operación Turquesa, una parte importante de la población hutu buscó refugio al otro lado de la frontera. Desde entonces, no ha habido paz en el este de la RDC. En la actualidad, hay en la zona más de dos millones de personas desplazadas. A algunas familias, la violencia les ha obligado a huir hasta cinco veces en pocos años.
No es sencillo explicar las causas y dinámicas de un conflicto que dura ya más de dos décadas. Sin embargo, resulta evidente que el traslado del conflicto desatado en Ruanda en 1994 al este de la RDC tuvo una influencia fundamental en el origen y desarrollo de las dos guerras del Congo iniciadas en 1996 y 1998, así como en la inestabilidad que ha seguido hasta hoy día y que tanto sufrimiento ha provocado entre la población.
Recientemente, en noviembre de 2012, el grupo armado conocido como M-23, formado principalmente por tutsis, logró controlar la ciudad Goma durante unos días. El enfrentamiento provocó 150.000 desplazados, muchos de los cuales siguen viviendo en campos en los alrededores de la ciudad.
Tras un informe en que Naciones Unidas acusó al gobierno ruandés de proporcionar apoyo financiero, militar y logístico al grupo M-23, los gobiernos de Estados Unidos, Holanda y Reino Unido decidieron cancelar sus programas de ayuda oficial para el desarrollo con Ruanda. Paul Kagame, no obstante, continúa rechazando las acusaciones. En la actualidad, una de las prioridades del gobierno ruandés, objeto de fuertes tensiones diplomáticas en la región, es acabar con el FDLR, un grupo armado con una fuerte presencia en el este de la RDC y formado principalmente por hutus. No es posible, por tanto, hablar de reconciliación veinte años después del genocidio.
Pero la violencia en el este de la RDC tampoco se podría entender sin tener en consideración otras cuestiones importantes, todas ellas estrechamente relacionadas entre sí: i) la fragilidad del Estado congoleño y, especialmente, su incapacidad para garantizar la seguridad de su población y hacer las políticas necesarias para impulsar el desarrollo (educación, salud, infraestructuras, gestión de recursos naturales, tierra...); ii) la incapacidad de las sucesivas misiones de las Naciones Unidas y de la comunidad internacional para contribuir a la protección de la población, la estabilización y la pacificación del territorio; iii) la violencia causada por los más de 40 grupos armados que operan en el este del país, con distintos orígenes, intereses y dinámicas, y en general, la proliferación de armas en la región; iv) el daño causado por todos aquellos que han antepuesto sus intereses políticos y económicos (la RDC, como es bien sabido, tiene abundantes recursos naturales) a la búsqueda de la paz: elites políticas y económicas locales, líderes de grupos armados, gobiernos de otros países, determinadas empresas multinacionales, etc.; v) la exclusión de la sociedad civil en la toma de decisiones que tienen un efecto directo en sus vidas.
En febrero del 2013, en Addis Abeba, los países de la región y otros actores de la comunidad internacional como la Unión Africana o las Naciones Unidas firmaron el Acuerdo Marco para la Paz, la Seguridad y la Cooperación en la RDC. En los últimos meses el Gobierno congoleño ha elaborado un nuevo plan de desarme, desmovilización y reintegración de combatientes. Son pasos en la buena dirección, pero aún está por ver si las partes implicadas respetarán los acuerdos alcanzados. Las elecciones en Burundi en 2015, RDC y Uganda en 2016, y Ruanda en 2017, y el futuro de líderes con el peso de Kabila, Kagame y Musevini van a tener seguramente una influencia determinante en las posibilidades de la población para vivir una vida sin la amenaza constante de la violencia.
Me subo al coche y dejamos atrás el aeropuerto. A la derecha de la carretera se abre el lago Kivu. El paisaje que forma el lago con las colinas al fondo, de un verde eléctrico, es imponente. El ruido del claxon de los coches es incesante. La gente camina en todas direcciones. La ciudad está viva. Llego a la oficina y saludo a mis compañeras y compañeros. Ellas y ellos son los que trabajan día tras día con las comunidades, refugiados y desplazados en el este de la RDC. Tengo siete días por delante para aprender de ellos. Mañana estaremos en Goma, pero después iremos hacia Rubaya, en la región de Masisi. Será una buena oportunidad para conocer mejor cómo vive la población en el este de la RDC, justo cuando se cumplen veinte años del genocidio de Ruanda.
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