El populismo está fuera del diccionario
Difícil papeleta para la Academia si desease resumir un concepto que daría para un tratado
El crecimiento de ciertos grupos políticos ha agitado el uso del término “populismo”, en especial tras las elecciones al Parlamento de Estrasburgo. El adjetivo “populista” se atribuye con frecuencia a partidos como el UKIP británico o el Front National francés... o al Gobierno venezolano; y ahora también a los españoles de Podemos.
¿Qué nos dicen los diccionarios al respecto? La Academia mantiene desde 1936, año en que incorporó “populista”, esta sencilla definición: “Perteneciente o relativo al pueblo”. Por tanto, no ha actualizado la entrada desde entonces. Y no incluye a su hermana “populismo”.
El diccionario Clave (1996) define este último vocablo como “doctrina basada en la defensa de los intereses y las aspiraciones del pueblo o de la burguesía”, y también como la “actitud del que defiende los intereses del pueblo con la intención de atraer su apoyo para conseguir el poder”.
Algo ha cambiado
El Diccionario del Español Actual (1999), dirigido por Manuel Seco, camina por ese mismo sendero al definir “populismo”: “Tendencia a prestar especial atención al pueblo y a cuanto se refiera a él”. Y añade que su uso frecuente en política tiene “intención despectiva”, marca que extiende a “populista”.
Ahora bien, ¿por qué sugiere intención despectiva un vocablo que designa a quien presta atención al pueblo o defiende sus intereses? Debería verse como elogio, más bien. Sin embargo, algo ha cambiado dentro de esa palabra en los últimos años.
El banco de datos de la Academia documenta el primer uso de “populista” en 1923, tomado de un libro del peruano José Carlos Mariátegui, quien se refería a la política alemana y traducía el Volkspartei como “partido populista” (más adelante denominado en español “Partido Popular Alemán”). En ese texto no parece expresarse la palabra de forma despectiva.
Dos indicios nos pueden
Encontraremos otros usos positivos o neutrales de “populista” y “populismo” si buscamos en los más de 200 millones de registros del corpus académico anterior a 1975 (conocido como CORDE). En él figuran sólo 20 menciones de “populista”, en 13 obras, y esos ejemplos nos dan idea de que nació sin matiz peyorativo. En cambio, el corpus de finales del siglo XX (el CREA, con otros 200 millones de registros) muestra ya 541 usos de “populista” en 395 documentos, la mayoría periodísticos. Y ahí se nota con claridad una nueva tendencia, acentuada en nuestros días. Vemos así cómo se tildó de “populista” al panameño Omar Torrijos o al ecuatoriano Abdalá Bucaram…; y cómo empiezan a unirse el sustantivo “retórica” y el adjetivo “populista”, y cómo este término va adentrándose en el campo semántico de la demagogia. En esa misma línea encaja la frase del autor canadiense Michael Ignatieff que recogía EL PAÍS del 15 de junio: “Los populistas ofrecen soluciones falsas a problemas reales”.
Hoy en día se suele asociar el populismo, en efecto, con políticas (de izquierda o derecha) dirigidas a satisfacer los deseos más primitivos de una colectividad, aun a costa a veces de sus consecuencias éticas o económicas. Pero otras teorías tienden a identificar el populismo con decisiones legítimas destinadas a fortalecer el papel del Estado frente a los individuos o a la iniciativa privada sin que ello signifique establecer un sistema comunista.
Difícil papeleta para la Academia, pues, si desease actualizar el significado de “populista” y resumir en pocas líneas un concepto que daría para todo un tratado.
Sin embargo, dos indicios nos pueden servir de ayuda al resolver el dilema sobre el actual sentir general respecto del término: casi ninguno de los movimientos políticos que reciben ahora el calificativo de “populista” se ha definido a sí mismo con ese vocablo. Y quienes les lanzan tal adjetivo no son precisamente sus partidarios.
“Populismo” y “populista” se están apartando, pues, de la neutra acepción oficial. Ya no sirven tanto como términos que describen, sino que se han ido transformando en palabras que juzgan; en esas palabras que, si se usan con descuido, pueden convertir una información en una opinión.
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