Mis 'selfies' me los haces tú
El ritual de fotografiarse uno mismo para estar lo más favorecido posible en redes sociales ha dado un giro: contratar profesionales que lo hagan por ti
Los sociólogos y gurús ha elevado el selfie a la categoría de metáfora de nuestros tiempos. Son un síntoma de la sociedad narcisista y solitaria en la que vivimos; una signo del exhibicionismo que abrazamos a través de las redes sociales; la marca de satán. Pero el selfie también satisface el deseo de controlar la percepción que se tiene de nosotros en el éter digital y, por ende, en el mundo. Nadie mejor que uno mismo para saber qué luz le sienta mejor, colocar el móvil en el ángulo que más le afina la cara (generalmente un contrapicado anatómicamente imposible), inclinar ligeramente el mentón, girar la cara a la derecha o izquierda 37º, mirar hacia abajo, abrir medio centímetro los labios y repetir este ejercicio de contorsionismo facial 29 veces hasta conseguir captar la mejor versión de nosotros mismos.
Involucrar a un segundo actor en este ridículo y egocéntrico ritual (alguien que nos sostenga la cámara y le dé al click) resultaría un acto demasiado atroz a no ser que el susodicho sea nuestro esclavo o le paguemos por ello. Y aquí viene, precisamente, el siguiente nivel que el universo del selfie ha alcanzado: contratar a un profesional para que nos haga un retrato cercano pero que transmita todos los valores que nos gustaría que se asociasen con nosotros. Porque solo hay una persona que nos sacaría más guapos que nosotros mismos: alguien que vive de sacar a la gente guapa.
Contratar a un fotógrafo para que nos retrate como en una revista femenina con maestros del Photoshop en plantilla se está convirtiendo en la forma más depurada de personal branding
Esto que en inglés siempre se ha llamado glamour shot (en Estados Unidos es común esto de posar cual modelo en el estudio de un fotógrafo en un centro comercial que luego te da una imagen en la que se sale como en una revista femenina con maestros del Photoshop en plantilla) está empezando ahora a sustituir al selfie como herramienta más depurada de personal branding. Gina DeVee, una coach californiana de 41 años confiesa sin rubor que pagó casi 3.000 euros a un equipo profesional para que le hiciese las fotos de sus redes sociales. “Llevamos viendo en las revistas a esas mujeres maravillosas desde que tenemos cinco años. Hoy, podemos crear nuestra propias revistas a través de nuestras redes sociales”, le cuenta a The New York Times.
Y lo cierto es que la fotografía con la que DeVee se presenta en la Red –sentada en una bella sala de espejos, tomándose un té, y vestida como una editora de moda– encajaría a la perfección en cualquier publicación de lujo. Verse así, para qué negarlo, da subidón. “Las redes sociales nos han convertido en seres que se alimentan de la aprobación”, según apunta Heidi Margocsy, fundadora de la empresa especializada en retratos profesionales para Internet In her image photography. “Tengo cientos de clientes que me dicen que su autoestima mejora inmediatamente cuando cuelgan uno de nuestros retratos y al segundo tienen cien comentarios del tipo ‘Pareces una supermodelo’ ¿Quién no quiere eso?”, reflexiona.
“Las redes sociales nos han convertido en seres que se alimentan de la aprobación. Mis clientes dicen que su autoestima mejora en cuanto cuelgan uno de nuestros retratos y al segundo tienen cien comentarios del tipo ‘Pareces una supermodelo’ ¿Quién no quiere eso? Heidi Margocsy, fundadora de la empresa especializada en retratos para Internet In her image photography
Se trata de llevar la gestión de la imagen personal online un paso más allá. En un mundo donde la primera impresión es la foto del perfil de Facebook o Twitter, no parece descabellado que haya quién invierta en ella (sobre todo si tiene el presupuesto necesario para hacerlo). Rachel Weinstein Petterson, una ingeniera de 34 años, cuenta que lo que buscaba era transmitir una imagen de poder. “Quería algo que hiciese que la gente se detuviese en mi página y dijese ‘Quizás quiero echar un vistazo más de cerca...”.
Este tipo de fotos, mimadas y de calidad, no solo cumplen la función de alimentar la vanidad del fotografiado, hacer que se sienta como una estrella por un día, y, quizás, ayudarle a ligar por Internet. También puede reportar beneficios crematísticos, ya que cada vez resulta más difícil diferenciar dónde termina lo personal y dónde comienza lo profesional en Twitter o Instagram. Es cada vez más común que clientes, competencia e incluso empresas de recursos humanos sigan a una persona a través de sus redes sociales. Un selfie hecho en el baño de un bar a las seis de la mañana o corriendo delante de un toro en un encierro de San Fermín no refuerza, precisamente, nuestra credibilidad ni la percepción de nuestra capacidad intelectual. Ya saben: la mujer del César no solo debe ser honrada, tiene que parecerlo… en Instagram.
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