Los goles paran la protesta en Brasil
Las manifestaciones casi desaparecen durante el Mundial, aunque las elecciones las reactivarán
El jueves pasado, el movimiento civil brasileño Passe Libre, que reivindica un transporte público gratuito, organizó una manifestación en São Paulo. La razón de la protesta era simple: conmemorar el aniversario de las multitudinarias marchas ciudadanas que, con ellos como detonante y con la mecha de una subida de las tarifas de los autobuses y el metro, sacudieron el país de arriba abajo. El mundo se volvió entonces hacia Brasil, sin entender al principio el sentido de unas protestas que se resumían en reivindicar mejores servicios públicos para una nueva clase social. Los gritos contra el Mundial de fútbol de aquel junio presagiaban un campeonato caliente en las calles.
No está siendo así. O no del todo. A la convocatoria del jueves acudieron aproximadamente 1.300 personas. Es cierto que un grupo violento de enmascarados acabó cortando una avenida principal de São Paulo a base de interponer en la calzada cabinas rotas de teléfonos y contenedores de basura incendiados y que varias tiendas de automóviles de lujo cercanas amanecieron con varios coches dañados a base de golpes. Pero también lo es que el Mundial se está desarrollando sin muchas complicaciones y que la marea de protestas y manifestaciones que hacían temer un campeonato accidentado desapareció casi completamente en cuanto empezó a rodar la pelota. Las calles y los bares han sido tomados por hinchas de todos los países (incluidos los brasileños) que ven pacíficamente los partidos y que discuten casi exclusivamente de fútbol. Da la impresión de que se ha firmado una tregua a la espera de que el Mundial termine.
Los portavoces de los movimientos sociales y varios expertos en este tipo de actos aseguran que las quejas siguen ahí, pero que las multitudinarias manifestaciones con reivindicaciones abstractas de hace un año (mejores servicios públicos, mejor educación, memos corrupción…), espoleadas además por la actuación de una policía brutal y poco preparada, se han fragmentado ya en protestas puntuales con un objetivo más concreto: viviendas en determinadas zonas, bajada de tarifas en el transporte público…
Todos coinciden, eso sí, en resaltar que la marea reivindicativa de hace un año marcó una línea divisoria en el país, despertando a una población que ya no va a volver atrás. “La gente entendió que la acción política no depende de agentes externos ni necesita una organización jerárquica. El tema caliente, para el futuro de las manifestaciones será qué modelo de ciudad vamos a tener”, aseguraba hace unos días Lucas Monteiro, integrante del movimiento Passe Libre. Lo mismo, pero desde otra perspectiva, aseguraba en una reciente entrevista el gobernador del Estado de Río Grande do Sul, Tarso Genro: “La inseguridad urbana y el transporte público serán las claves de la campaña electoral”. Genro se refiere a las próximas elecciones, que se celebrarán en octubre pero que ya están en boca de todos.
De hecho, Aunque el país vive algo narcotizado por la efervescencia del Mundial, hay un mar de fondo electoral que no deja de removerse. La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, del PT, oficializó el sábado su candidatura, prometiendo, entre otras cosas, “más cambios” y mejorías en materas sensibles para el brasileño de hoy en día como la educación, la salud pública y los transportes. Añadió que no se dejará guiar por el odio ni por los insultos. Era un mensaje dirigido a aquellos que, en la jornada inaugural del Campeonato del Mundo, en el partido Brasil-Croacia, en São Paulo, la silbaron y la insultaron, la mayoría brasileños de clase media alta, que es la que puede pagarse la entrada. Rousseff, aunque ha caído en los sondeos en los últimos meses, aún lleva la delantera al resto de candidatos. Y el Mundial, que a pesar de ciertos negros pronósticos, se desarrolla aceptablemente, le está sirviendo, según encuestas recientes, para frenar la caída e, incluso, para remontar.
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