¿Y ahora qué, Suu Kyi?
Pocos dudan de que si la historia fuera coherente y justa, la líder de la oposición democrática de Birmania sería la próxima presidenta del país el año que se avecina. Un comité de reforma de la Constitución redactada por los militares acaba de negar, siquiera, la posibilidad de que se presente por ser viuda y madre de extranjeros. Desde la asunción del poder por unas remozadas autoridades, militares que colgaron sus uniformes para comenzar un arduo camino de reformas democráticas salvaguardando su inmenso poder financiero y político, la actitud de esta Nobel de la Paz fue extraña, no comprometida con una causa a la que consagró gran parte de su vida, fiel heredera de un padre fundador de la independencia de la nación. Sus declaraciones eran taimadas, como pactadas previamente con un poder que parecía haberla cooptado. Toda su campaña política y su tibieza para denunciar un más que posible genocidio de la etnia musulmana rohingya enfrentada a la abrumadora mayoría budista se tornan un sinsentido, ya que los símbolos vivientes se marchitan desvaneciéndose en el imaginario popular si su poder no se puede transformar en la ejecución de verdaderas políticas públicas, emanadas de la voluntad de todo el pueblo birmano.— Luis Peraza Parga.