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Beyoncé o el arte de salir indemne

Ha logrado revertir a su favor la noticia de la bronca entre su hermana Solange y su marido, Jay Z El mensaje, a pesar de su sobreexposición mediática, es claro: ella es la única dueña de su imagen

Beyoncé, durante los premios Grammy de 2013 en Los Ángeles.
Beyoncé, durante los premios Grammy de 2013 en Los Ángeles. Mario Anzuoni (Reuters)

Beyoncé no está acostumbrada a lidiar con escándalos. En casi dos décadas de carrera no ha protagonizado ningún incidente como los que han manchado las trayectorias de iconos de su misma generación. La falta de práctica no evitó que saliera airosa hace unas semanas cuando se filtraron unas imágenes en las que su hermana, Solange, intentaba agredir en su presencia a su marido, el rapero Jay Z. Fue durante la prestigiosa MET Gala en Nueva York. La noche siguiente, la cantante acudía a un partido de baloncesto con su esposo, ajenos a la conversación que bullía en los medios y en las redes sociales. Veinticuatro horas más tarde, Jay Z y Solange salían juntos de compras. Cualquier especulación sobre las razones del “desafortunado incidente” habían sido arrancadas de raíz con un comunicado: “Nuestra familia lo ha solucionado. Cada uno asume su responsabilidad y reconoce el impacto de este asunto privado en la opinión pública”. Caso zanjado.

Como cada intento para desestabilizar a la diva que domina actualmente la esfera musical de Estados Unidos, la cantante lo convirtió en una oportunidad para demostrar que solo ella es dueña de su imagen. No hay anécdota en la que Beyoncé no haya tomado las riendas para reinventar un escándalo en forma de golpe de autoridad. En enero de 2013 fue su interpretación en playback del himno nacional durante el acto de investidura de Barack Obama. Días después, Beyoncé comparecía en una rueda de prensa acerca del concierto que iba a dar en la final de la Super Bowl de ese año. Rodeada de cámaras, micrófono en mano, sonrisa impecable, se plantó en el escenario para entonar el homenaje a la bandera de las barras y estrellas. No necesitó un comunicado para ahogar las conjeturas sobre por qué había empleado una grabación en Washington.

Beyoncé ya no es la adolescente de Destiny’s Child, la banda con la que alcanzó la fama y que, guiada por su padre, formó con Kelly Rowland a finales de los noventa. En 2003, la cantante de Houston (Texas) decidió emprender su carrera en solitario con Dangerously in love. Vendió 11 millones de copias. Era solo el comienzo. Su fortuna está valorada en 350 millones de dólares, ha despachado 118 millones de discos y acumula ya 17 grammys, cinco de ellos de su primer álbum.

La cantante junto a Jay Z en un partido de la NBA, el pasado 12 de mayo.
La cantante junto a Jay Z en un partido de la NBA, el pasado 12 de mayo.CORDON PRESS

Pero desde sus primeras apariciones con Destiny’s Child hasta la actualidad, todo lo que hace Beyoncé parece hilado con la misma determinación. Como si desde que bailara en el salón de su casa hasta cuando decidió prescindir de su padre como representante supiera que iba a llegar hasta aquí. El secreto de Beyoncé es estudiado por gestores de marcas, publicistas, expertos en redes sociales, estudiosos del marketing, sociólogos y hasta centros universitarios. Rutgers acaba de estrenar una asignatura dedicada a ella.

“Estoy muy orgullosa de este trabajo, pero, más que por la música, estoy orgullosa como mujer”, aseguró Beyoncé al presentar su último disco. Ninguna artista ha hecho una afirmación semejante, y menos después de sacudir a la industria publicando una obra de 14 canciones y 17 vídeos en iTunes. Y sin avisar. “Hay tantas cosas que se cuelan entre la música, el artista y los fans… No quería que nadie revelara cuándo salía mi disco. Quería que sucediera cuando estuviera listo y que fuera directamente de mí a mis seguidores”. No dio más explicaciones. En apenas 12 horas, 1,2 millones de mensajes en Twitter hablaban sobre el álbum visual que lleva su nombre. Vendió 365.000 copias en el primer día.

La estrategia de Beyoncé radica en eliminar todos esos factores que pueden interferir entre su trabajo y su éxito, su música y sus fans, su mensaje y su audiencia. La imagen de Beyoncé es una sin intermediarios y está labrada con la obsesión de un genio y la dedicación de un artesano. Acostumbrada a vivir rodeada de cámaras desde niña, ha llevado la costumbre de su padre, que grababa todos sus movimientos, hasta el extremo de registrar también todas y cada una de sus entrevistas, tal y como confesó a GQ. Esas horas de vídeo dieron lugar en 2013 a un documental del que fue directora, guionista, productora y protagonista. Life is but a dream es una ventana abierta a la rutina de la cantante, la esposa de Jay Z (se casaron en 2008) y la mamá de Blue Ivy. Beyoncé de gira, Beyoncé en casa, Beyoncé con jet lag, Beyoncé extrañando a su marido.

A medio camino entre una película promocional y una ventana al backstage de su vida privada, el documental resultó indescifrable para muchos. Pero hizo justicia de principio a fin a una artista que escoge cada píldora que comparte con sus fans y con la industria. Sus ocho millones de seguidores en Instagram y una audiencia igual de fiel en Tumblr pueden asomarse a rincones de sus conciertos, instantes detrás del escenario, detalles con Jay Z o con su hija, paseos de camino a la Casa Blanca o descansos en su avión privado. Nadie como Beyoncé ha sabido capitalizar hasta ahora el poder de una imagen sobre su último corte de pelo o el placer de recorrer en bicicleta el puente de Brooklyn sin ser reconocida.

Los medios estadounidenses han dedicado decenas de artículos a dilucidar cómo consigue la cantante que “todo Internet siga obsesionado con ella” (The Atlantic) mientras sigue siendo “La Reina” de la industria musical, revolucionando sonidos de tal modo “que hemos olvidado que existen en el mundo del pop porque los inventó Beyoncé” (The New Yorker).

Beyoncé cantando para el matrimonio Obama, el día de la investidura del presidente, en 2009.
Beyoncé cantando para el matrimonio Obama, el día de la investidura del presidente, en 2009.RICK WILKING (FORBES)

En los últimos años, la conversación gira cada vez más en torno a su papel como mujer. Ella no esconde su feminismo. Y las feministas tampoco disimulan su confusión ante una artista que se proclama feminista, pero lidera una gira internacional titulada El show de la señora Carter. Por no hablar de quienes no pueden casar el feminismo con la claridad con la que Beyoncé expresa su sexualidad. Mientras EE UU debate si las mujeres pueden ser profesionales de éxito, madres y esposas, y cada vez más voces asumen que en una sola vida caben dos papeles, pero no los tres, la carrera de Beyoncé grita que sí se puede lograr todo.

Como el secreto mejor guardado de cualquier otro artista consolidado a nivel internacional, las respuestas a la determinación de Beyoncé por diseñar cada uno de sus pasos y la intensa simplicidad de su mensaje están en su trabajo. En sus letras y en las decenas de vídeos que ha grabado durante sus ensayos, en el perfeccionismo con el que practica nuevos pasos y en la entrega de quien sabe que todavía le queda algo por aprender. Defiende desde lo alto sus inseguridades más humanas. Y no hay micrófono ni cámara que le hayan impedido reconocer las dificultades de publicar un trabajo tan ambicioso como el último.

En la canción Pretty hurts se convierte en aspirante a modelo para denunciar los estándares de belleza que estrangulan la felicidad de miles de adolescentes. En No Angel se quita la coraza de quien esconde un mundo complicado “tras una cara bonita”. La cantante y actriz compartirá sus dudas en público, pero también ha brindado con orgullo letras que hablan del liderazgo femenino en Run the world (Girls), revienta estereotipos con el “put a ring on it” (ponle un anillo) de Single ladies, y en Flawless incluye parte de un monólogo de la escritora Chimamanda Adichie titulado “Todos deberíamos ser feministas”. Con cada verso, Beyoncé pisa con tacones de plomo una trayectoria que ha dibujado en línea recta su camino al estrellato.

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