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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Sobre las palabras de Rouco Varela

La homilía del cardenal Rouco Varela durante el funeral de Estado del expresidente del Gobierno Adolfo Suárez, donde advirtió de una posible guerra civil, ha levantado críticas no solo entre todas las fuerzas políticas sino también dentro de la propia Iglesia. Varios obispos próximos a Blázquez se han desmarcado de las palabras del que fuera presidente hasta hace pocos días de la Conferencia Episcopal.

Si el presidente Artur Mas estuvo desacertado cuando se refirió al expresidente Suárez y aprovechó el acto para hacer sus reivindicaciones nacionalistas, desautorizadas por el propio Miquel Roca, antaño compañero de partido, las palabras de Rouco Varela son impropias de una representante de la jerarquía eclesiástica, cuyo mensaje debería ser otro totalmente distinto y más en un funeral de Estado, donde se estaba dando responso a una de las figuras más importantes de nuestra historia reciente, que si se caracterizó por algo fue precisamente por hacer posible, tras 40 años de dictadura, la reconciliación entre todos los españoles y no en azuzar el guerracivilismo, como si de una nueva cruzada para salvar la unidad de la patria se tratara.

El señor Rouco Varela es muy libre de pensar lo que quiera. Ya conocemos por otra parte el pensamiento ultraconservador del personaje, que representa el ala más radical y reaccionaria de la Iglesia católica. Todo lo contrario del papa Francisco, cuyo mensaje cristiano está calando, incluso, entre los agnósticos.— Patricio Simo Gisbert. Valencia.

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Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré (Mt, 11,28). No faltó nadie al sermón de Rouco: el Rey, el presidente, los expresidentes, el Gobierno en pleno, otros representantes de los poderes del Estado, incluso Obiang. Todos a los pies de Rouco, que, claro, aprovechó para sermonearles. Todo el Estado a los pies de la Iglesia.— Felipe Domingo Casas. Madrid.

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