Los valores de la Resistencia
Cuatro grandes figuras de la Segunda Guerra Mundial entran en el Panteón de Francia. Una de ellas, Germaine Tillion, escribió: “Lo único eterno (o casi) es la pobre carne sufriente del ser humano”
El presidente francés ha decidido trasladar al Panteón las cenizas de cuatro figuras que se distinguieron durante la Segunda Guerra Mundial: tres resistentes —Germaine Tillion, Geneviève Anthonioz de Gaulle y Pierre Brossolette— y un político, Jean Zay, ministro del Frente Popular, diputado, encarcelado por el Gobierno de Vichy y asesinado en 1944 por milicianos franceses. No son los únicos héroes de aquella época, pero todos ellos encarnan las principales virtudes del combatiente: patriotismo, valor, resistencia, firmeza frente a la adversidad. Dos de ellos son mujeres, un dato excepcional para el Panteón y que es destacable además ya que, mientras que los dos hombres murieron en la guerra, ellas dos sobrevivieron hasta una edad avanzada. En parte debido a su sexo, porque, en lugar de fusilarlas de inmediato, las deportaron a campos en los que ejercieron una actividad solidaria de la que da fe Germaine Tillion: “Los hilos de la amistad parecían a menudo sumergidos bajo la brutalidad desnuda del egoísmo, pero todo el campo estaba unido por un tejido invisible”.
Es necesario subrayar que no estamos solo ante cuatro heroicos luchadores contra la invasión alemana, sino que encarnan asimismo otros valores relacionados con un espíritu de resistencia en el amplio sentido, más allá de sus valerosas acciones de entonces. Un ejemplo es la figura que sobrevivió a los otros tres, puesto que murió, centenaria, en 2008: Germaine Tillion.
La joven etnóloga se incorpora a la Resistencia en junio de 1940, recién vuelta de sus estudios de campo en Argelia. Su única motivación es el patriotismo. Sin embargo, en un texto que escribe para la prensa clandestina, deja claro que la causa de la patria merece arriesgar la vida, pero no sin condiciones: “No queremos sacrificar la verdad, porque nuestra patria solo puede ser digna de ser amada si no debemos sacrificar la verdad por ella”.
En ese mismo texto, Tillion reivindica otra virtud que no siempre se asocia con la idea de la Resistencia. “Pensamos que la alegría y el humor constituyen un clima intelectual más propicio que el énfasis lacrimógeno. Tenemos intención de reír y bromear, y creemos tener el derecho a hacerlo”. Dos años después, ya deportada, tiene oportunidad de poner a prueba su principio. Para subir la moral y transmitir informaciones esenciales a los demás presos, compone una opereta-revista que narra su existencia en tono humorístico. Un naturalista estudia una nueva especie animal cuyos representantes le expresan sus quejas con arreglo al repertorio musical de la época: melodías de opereta, números de cabaret, canciones populares. Ese humor es uno de los valores de la Resistencia.
Reclamaron la alegría y el humor como un clima intelectual mejor que el énfasis lacrimógeno
Ante la miseria del campo y el orden riguroso que imponen sus guardianes, la etnóloga no olvida los principios de su oficio: observa, reúne toda la información, elabora esquemas que permiten comprender la situación de los presos. Y se lo explica a ellos de una manera que, a su vez, les ayuda a sobrevivir. A la resistencia física se une una resistencia intelectual que, según Geneviève Anthonioz de Gaulle, que llega meses después al mismo campo, no es un conocimiento seco, sino “siempre acompañado por la compasión e inevitablemente orientado hacia la acción”. En estos días, pues, entra en el Panteón esa nueva forma de practicar las ciencias humanas.
Gracias a ello, a la amistad y a la suerte, las dos salen vivas del campo en 1945. Y les esperan nuevas pruebas. Un día, un tribunal alemán convoca a las dos amigas para que testifiquen en favor de una antigua guardiana de Ravensbrück, injustamente acusada por otra presa. Escribe Geneviève: “A mí me molestó. No había vuelto a Alemania y además tenía un hijo recién nacido. Tú me dijiste: ‘Si queremos seguir diciendo la verdad, tenemos que hacerlo también cuando nos cueste’. Por eso fui”.
La guerra ha terminado pero las luchas continúan. En 1948, Tillion se entera del llamamiento de otro antiguo resistente y deportado, David Rousset, a luchar contra los campos que todavía existen, sobre todo en los países comunistas de Europa y Asia. Tillion se suma al llamamiento y participa activamente en las investigaciones de Rousset. A los valores de la Resistencia se suma el combate contra los totalitarismos.
En 1954 comienza una nueva guerra, la de Argelia. Tillion, que había estudiado el país como etnóloga, va allí y comprueba el nuevo empobrecimiento que azota a los campesinos locales. Le recuerda la miseria que se vivía en el campo de concentración. Intenta aliviarla, con la esperanza de eliminar así una de las razones de la guerra. Para ello crea una red de centros sociales en los que todos, niños y niñas, menores y adultos, reciben una educación elemental que les permita adaptarse a las nuevas condiciones de vida. Es el mismo propósito que poco después empuja a Geneviève Anthonioz a incorporarse a la organización ATD Quart Monde, para combatir la pobreza en los barrios bajos de las ciudades francesas.
Después de luchar contra la invasión alemana se enfrentaron al horror de los totalitarismos
Pero en Argelia el remedio llega demasiado tarde. La guerra se intensifica y se vuelve cada vez más cruel. Los antiguos resistentes y los miembros de las fuerzas francesas libres están en primera línea, a la cabeza del ejército francés. Ante las prácticas impuestas por esta guerra de nuevo tipo, en especial la tortura, los excombatientes asumen distintas posturas. Unos —Massu, Bigeard, Aussaresses— quieren defender la patria mejor que en 1940 y no rechazan ningún medio. Otros, los menos —el general de Bollardière, el antiguo resistente Paul Teitgen— se desvinculan de esas prácticas y las denuncian públicamente.
Tillion ve sometida a dura prueba su lealtad. No puede traicionar a la patria, pero tampoco renunciar a su adhesión a la verdad y la justicia. No se reconoce ni en los defensores incondicionales de la Argelia francesa ni en los portadores de maletas del FLN. Solo le queda una salida muy estrecha, la de salvar vidas individuales, impedir ejecuciones, rescatar a personas que sufren torturas, pero también tratar de interrumpir los ciegos atentados cometidos por los insurgentes contra los civiles. Muchas veces fracasa, en ocasiones lo logra, pero el resultado no es ninguna tontería: cientos de personas le deben la vida. Tillion sigue resistiendo, esta vez no contra un invasor extranjero sino contra la barbarie que se apodera tanto de los nuestros como de los adversarios. A través de ella, la población de las antiguas colonias y el debate anticolonialista entran también en el Panteón.
Con la llegada de la paz, Tillion no se permite el bien merecido descanso. Por un lado, continúa y profundiza sus trabajos científicos sobre la situación de las mujeres en la cuenca mediterránea (Le harem et les cousins) y escribe sus grandes libros sobre los campos de concentración (Ravensbrück) y la guerra de Argelia (Les ennemis complémentaires). Por otro, sigue interviniendo, en la medida de sus posibilidades, cada vez que ve atacados los valores de la Resistencia. Lucha para humanizar la vida en las prisiones, denuncia las prácticas esclavistas aún existentes en algunos países, sin olvidar la deriva que sigue la tortura en su propio país, y proclama los derechos de quienes no tienen un techo ni pueden comer a diario.
Con Germaine Tillion, entra en el Panteón alguien que declara: “Creo de todo corazón que la justicia y la verdad son mucho más importantes que cualquier interés político”. Y también: “No puedo dejar de pensar que las patrias, los partidos y las causas sagradas no son eternos. Lo único eterno (o casi) es la pobre carne sufriente del ser humano”.
Tzvetan Todorov es semiólogo, filósofo e historiador de origen búlgaro y nacionalidad francesa.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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