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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Corrupción a la turca

La lucha por el poder dentro del islamismo pone en aprietos al primer ministro Erdogan

Una investigación por corrupción ha hecho saltar las costuras del Gabinete de Recep Tayyip Erdogan y ha destapado las luchas por el poder en el seno del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), que gobierna Turquía desde hace una década. Y todo ello a las puertas de un 2014 con elecciones municipales y presidenciales.

La Fiscalía turca ha detenido en los últimos días a casi un centenar de personas, más o menos cercanas al AKP, acusadas de soborno, blanqueo de dinero, contrabando de oro y delitos urbanísticos. Entre ellas figuran los hijos de tres ministros de Erdogan, que han presentado su renuncia. El escándalo hace saltar en pedazos la imagen del partido islamista, abanderado de la honradez y el juego limpio.

Lejos de mostrarse concernido por las acusaciones, el primer ministro, siempre desafiante, ha optado por pasar al contraataque: ha ordenado una purga de oficiales de la policía y asegura ser víctima de una conspiración internacional. Sin dar nombres, sus acusaciones apuntan a Fetullah Gülen, un clérigo exiliado en Estados Unidos desde 1999, que dirige una red de escuelas, organizaciones de caridad y medios de comunicación. Erdogan acusa al movimiento de Gülen, llamado Hizmet, de haber creado un “Estado paralelo”, arraigado en el poder judicial, la fiscalía y las fuerzas de seguridad. Es más que probable que así sea, pero fue precisamente con el apoyo de esta red como Erdogan logró sacar a los militares de la vida política, en la que llevaban enquistados desde 1923. Solo después de que Gülen criticara públicamente a su aliado —por la ruptura de las relaciones con Israel, o por su deriva autoritaria— Erdogan se lanzó a limpiar las instituciones de “gulenistas” y anunció el cierre de sus escuelas.

Editoriales anteriores

Los “complós extranjeros” son el recurso más socorrido de los autócratas. Erdogan ya echó mano de él para justificar las protestas del pasado verano en la plaza Taksim, en Estambul. No se sabe si esta vez la opinión pública se conformará con semejante explicación, o con el repentino reajuste ministerial con el que el primer ministro ha pretendido cerrar la crisis.

Los sondeos siguen reflejando un apoyo mayoritario a Erdogan, pero los anticuerpos que genera son cada vez mayores. Y, por lo que ha quedado patente, no solo en las filas de la mermada oposición. La lucha de poder en el AKP ha empezado a sacar a la luz los trapos sucios del partido y pone en riesgo los planes electorales de Erdogan, que pretende presentarse como candidato a las primeras presidenciales por sufragio universal, el próximo agosto.

Erdogan alcanzó en su momento un liderazgo indiscutible por el impulso a la democratización y al crecimiento de Turquía, y por su papel como valedor de la UE y árbitro regional. Ahora, con una economía que se desacelera, las negociaciones con la UE en vía muerta, una incapacidad creciente para conectar con los sectores laicos e indispuesto con sus vecinos, la fijación de Erdogan con el poder amenaza con arruinar su legado.

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