Un fiasco
Dejar en tierra al Príncipe por la avería de un avión proyecta una mala imagen de España
El Gobierno y la Casa del Rey no han dado todavía explicaciones detalladas sobre la suspensión del viaje a Brasil del príncipe de Asturias, don Felipe de Borbón. La avería del avión y la aparente imposibilidad de sustituirlo por otro han frustrado un desplazamiento destinado a anudar lazos con un país puntero de América Latina. De paso, arroja una mala imagen de España, que intenta vender a Brasil la más avanzada tecnología ferroviaria —por ejemplo—, pero que no es capaz de trasladar a tiempo a sus altas personalidades.
Don Felipe acaba de volver de un periplo por las zonas de EE UU donde más presente está la huella hispana. Tanto ese viaje como el frustrado a Brasil forman parte de una estrategia destinada a recuperar la imagen de España, dañada por la recesión. Brasil nos importa mucho, tanto por las inversiones en un país de elevado potencial como por el efecto llamada para la atracción de emprendedores hacia España. Mal se pueden conseguir esos objetivos si una avería impide el desplazamiento de quien debía haber encabezado la delegación española en una operación de diplomacia económica.
Ya se sabe que los dos Airbus 310 del Ministerio de Defensa para viajes de personalidades se compraron de segunda mano; pero eso no justifica nada. Que ninguno haya podido volar —uno por mantenimiento, otro por avería— conduce a preguntarse por su estado. No están los tiempos para clamar por la costosa compra de aviones nuevos, sino para esmerarse en utilizar bien los recursos disponibles.
Defensa ha esgrimido el argumento de la seguridad como motivo de la suspensión del viaje. Naturalmente que la seguridad es prioritaria, pero eso no agota las preguntas. ¿No existe un plan B para tal contingencia? El Ejército del Aire dispone de otros cinco aviones dedicados a estos menesteres, de menor alcance que los Airbus: ¿tan difícil resultaba contratar otro aparato de mayor autonomía?
Con aplomo, el propio don Felipe trató de restar importancia al incidente, alegando que es la primera vez que le ocurre. Pero la solución no puede ser desembarcarle, como otro día podría sucederles al Rey o al presidente del Gobierno, usuarios habituales de estas aeronaves. Merece la pena saber más detalles del reparto de responsabilidades en esta oportunidad perdida y en el daño hecho a la marca España.
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