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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un gran paso adelante

La aceptación iraní de frenar temporalmente su programa nuclear abre un nuevo escenario

Modesto como lo es, el acuerdo provisional conseguido en Ginebra en la madrugada del domingo con Irán puede considerarse crucial. Tras 10 años de diálogo de sordos, y en un clima constructivo impensable hace unos meses, las potencias occidentales y Teherán han llegado a un principio de compromiso que, de mantenerse, y a cambio de suavizar las sanciones económicas internacionales, congelará la carrera de los ayatolás hacia el arma atómica. Si se consolidara en seis meses, eliminaría la amenaza de la bomba y podría cambiar el paisaje geopolítico de Oriente Medio.

El acuerdo parece no haber exigido grandes cesiones por parte de EEUU y sus aliados. La más importante, a falta de conocerse la letra pequeña, es que Irán podrá seguir enriqueciendo uranio (algo que le negaban sucesivas e ignoradas resoluciones del Consejo de Seguridad), pero no por encima del 5%, el grado para usos civiles. A cambio, neutralizará las existencias del ya enriquecido al 20%, congelará su capacidad actual para hacerlo y permitirá un acceso sin restricciones a los inspectores de la ONU a sus centrales de Natanz y Fordo.

En contrapartida, se aliviarán por unos 7.000 millones de dólares las sanciones que asfixian a Irán y no se impondrán otras. Han desaparecido en parte las reticencias francesas que bloquearon hace dos semanas el compromiso, al conceder aparentemente Teherán la paralización del desarrollo de su reactor de agua pesada en Arak.

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La fragilidad del pacto se ha hecho evidente ya. Mientras el presidente iraní, con el aval del jefe supremo, Alí Jamenei, lo vendía a su aliviado país como la consagración del derecho inalienable de Teherán a enriquecer uranio, el jefe de la diplomacia estadounidense negaba tal posibilidad. Los aliados aseguran que lo cedido en Ginebra es limitado en el tiempo y reversible y expirará automáticamente si no hay acuerdo final.

La acrisolada desconfianza entre Irán y Occidente va a ser puesta a prueba rápidamente por escollos más significativos que los retóricos. El volátil acuerdo es un blanco a abatir por los halcones de ambos bandos, y su próxima y definitiva fase negociadora, si todo va bien, será mucho más dura que la actual. Especialmente importantes son la radical hostilidad de Netanyahu, incapaz de entender que Israel tiene mucho que perder si lo conseguido se desmorona, y las reticencias de los republicanos estadounidenses ante la presión de Obama para que no haya nuevas sanciones.

No serán las únicas andanadas contra un acuerdo que, si se afianza, alteraría el statu quo de una región crítica, más allá de resucitar las relaciones entre Washington y Teherán. En la persecución de sus objetivos estratégicos, Irán muestra una capacidad casi ilimitada para alinearse en el lado oscuro de los acontecimientos: Siria, Hezbolá, Irak... Devolver al régimen de los ayatolás a la corriente de los interlocutores fiables para Occidente representaría en sí mismo una revolución.

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