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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las verrugas del idioma

Las peores amenazas para el idioma son la falsificación de las ideas y la voluntad de ocultar la realidad con las palabras

MARCOS BALFAGÓN

Allá en la localidad cacereña de Coria y delante de Ortega y Gasset, don Pío Baroja dejó para la posteridad la prueba de su desaliño gramatical. “No hay cosa peor —protestó— que pararse a pensar en cómo se dicen las cosas. Yo había escrito aquí ‘Aviraneta bajó de zapatillas’ y ahora no sé si se dice ‘Aviraneta bajó de zapatillas’, ‘bajó a zapatillas’ o ‘bajó con zapatillas’”. A don Pío le preocupó lo justo la corrección gramatical. Al Instituto Cervantes, alarmado por el deterioro en la calidad del lenguaje, le preocupa mucho. Por eso acaba de publicar Las 500 dudas más frecuentes del español, un texto cuyo título expone sin rodeos el propósito de sus editores. En los últimos años, probablemente desde las filípicas de Lázaro Carreter, se ha extendido la idea, un tanto extremada, de que el castellano es un idioma maltratado por sus propios hablantes (a diferencia del inglés, maltratado generalmente por españoles y especialmente por alcaldesas). Por eso menudean los libros sobre el español urgente; de hecho, el Instituto Cervantes publicó el año pasado El libro del español correcto, que fue un modesto éxito editorial.

Nadie negará la importancia de evitar el leísmo o el dequeísmo generalizado, las infames expresiones tales como ‘el equipo ganó de dos puntos ’ o ‘si me queréis, irse’ (que bien podría definirse como lolismo), los plurales del impersonal haber en muchos lugares o los usos impropios del condicional. Los esfuerzos por extirpar las verrugas del idioma siempre serán útiles, sobre todo si, como se deduce de la proliferación de libros al respecto y de sus ventas, los ciudadanos están interesados en expresarse con más precisión. Pero eso no es todo.

Porque los ácidos más corrosivos del idioma son la falsificación de las ideas, la voluntad de ocultar la realidad con las palabras o el circunloquio ambiguo. Mientras el hablante dice lo que quiere decir sin dobleces, el idioma vive, aunque sea con imperfecciones; cuando miente, inventa parodias (‘avance elástico sobre la retaguardia’) o insulseces (‘está desacelerando la tasa desempleo’), el idioma languidece.

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Por cierto, la expresión correcta que buscaba don Pío es ‘Aviraneta bajó en zapatillas’. ¿O no?

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