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ARTE

Las cosas de Mariscal

Capaz de emocionarse con un palo, pero libre de nostalgias, el diseñador Javier Mariscal anima con anécdotas los objetos de su estudio

El artista conocido como Mariscal enseñándole sus cosas a ICON una mañana de octubre en Palo Alto (Barcelona).
El artista conocido como Mariscal enseñándole sus cosas a ICON una mañana de octubre en Palo Alto (Barcelona).Adrià Cañameras

No hay bolígrafos rojos en el escritorio de Javier Mariscal. No quiere verlos ni en pintura, pero esa manía tampoco esconde un turbio episodio doméstico como el que inspiraba la fobia al color sangre de Marnie la Ladrona: “Es que se lo cuentas a un psiquiatra y te dice que le tenías pavor a tu familia (foto 2). ¡Bah! Mi recuerdo es darle besitos a mi padre, que olía a Chesterfield”. Sin embargo, esa ausencia sí oculta otro tipo de trauma: “Un día en el colegio me pidieron que escribiera ‘mi mamá me mima’ y yo lo hacía con las os y con la a”, le planta ojos y boca a las os y coletas y trenzas a las as. “Me decían que estaba [voz de dios del Antiguo Testamento] todo mal y me tachaban en rojo. Y yo ahí, llorando como un imbécil”.

El multidisciplinar diseñador nació en Valencia en 1950 y lleva en Barcelona desde los setenta. Ha pasado medio siglo desde aquella escena, pero aún se crispa cuando la recrea en el estudio que lleva su nombre en Palo Alto, complejo que en su día acogió fábricas textiles. Hoy solo queda la chimenea que sirvió, chiste mediante, para bautizarlo. Tras la fachada tapizada de buganvillas (dan más trabajo que otras enredaderas, “pero es que son muy bonitas, no fastidies”) trabajan diseñadores y artistas al servicio de las ideas del creador del Cobi (7). Incluso hay un grupo de música formado por empleados del estudio: de vez en cuando se convierte en una marching band que recorre el edificio. Desde su rincón, más tranquilo que antes (recortes de personal), garabatea en un folio y añade: “El sistema de enseñanza está en contra de la imaginación a lo bestia, justo cuando el cerebro está haciendo conxiones interesantes… [carcajada siniestra del hombre que en su estudio guarda un utensilio ornitológico (6) para imitar el sonido de los pájaros] ¡Zas!”.

Cobi, a quien Mariscal llama "monstruo".
Cobi, a quien Mariscal llama "monstruo".Adrià Cañameras

Aunque todo el estudio es la proyección mental de su universo (bocetos, maquetas y esculturas de sus creaciones), su mesa de trabajo es mucho más espartana. Tinta china (13), lápices (ninguno rojo), pinturas pastel de la marca Sennelier (18), una antología de la revista Raw (9), un cenicero que ya no usa y un Seat 600 verde aceituna de techo corredizo (12), que acaba de pinzar con el índice y el pulgar: “Todo se acaba cuando alguien coge esto y ya no se cree que puede volar. Hasta los 10 o 15 años levantan una piedra y dicen que es un avión, luego dejan de jugar”.

"He podido estar en El Cairo durante semanas y ver una pirámide de casualidad"

Un instante después, Javier Mariscal se convierte en un dibujo de Mariscal y durante un minuto y cincuenta segundos engola una voz robótica que escupe un idioma imposible, mientras maneja el brazo del flexo (la tulipa es una especie de móvil de última generación). De repente: “Hostia, ¡qué susto! Esto no es mío, ¿no?”. Acaba de descubrir la pantalla astillada del teléfono del entrevistador.

Taburete Dúplex.
Taburete Dúplex.Adrià Cañameras

Los objetos en el estudio de Mariscal aparecen y desaparecen como en Toy Story. Aunque no les profesa la devoción que siente Andy por sus juguetes, la Vespa (4) aparcada encima de una alfombra multicolor es bonita porque “parece una cubana con un culazo precioso”; unas posaderas similares a las de esa otra mulata con vestido blanco, una estatuilla de escayola (13) que parece la versión de bazar de la que él imaginó para la película Chico y Rita: “Ni idea de quién me regaló eso. Nunca me fijo. Es que yo no soy muy de objetos”, confiesa al enunciarle el título de esta sección. Las cosas de Mariscal no serán, en adelante, los objetos de Mariscal, sino sus cosas, en cursiva.

El chatarrero de las estrellas

Al artista valenciano le gustaba visitar a un chatarrero del barrio barcelonés de Poble Nou. Ponía esas antiguallas encima de unas mesas enormes y esperaba a que interactuaran entre ellas. Pero lo que realmente le fascina es su iPhone 5, porque le permite apuntar cosas en la agenda (“es que los medios son [voz de adolescente asqueado] tan aburriiiiiiidos… Parece que hagan todas las noticias en la misma sopa”). También le profesa un singular amor a aquel primer Mac 128 K (11) que decora una estantería. Su estudio fue de los primeros equipados con estos trastos y aún recuerda esas epifanías: “Con Nazario hacíamos fanzines con el ciclostil. Era un coñazo … Luego vino eso que era como una máquina de escribir con fotocopiadora: ¡el ordenador!”. Es curioso que los únicos objetos que desatan en él algún brote melancólico, aunque siempre celebratorio, son los que en su día parecían futuristas: “No entiendo la movida de la nostalgia. Hace unos días salí a tomar algo y me encontré con el típico señor con melenas blancas y calvorota [voz de andaluz que se ha pasado con la cazalla]: ‘Hojtia Marishcal, cómo lo pasemos en los setenta, tú estabas con una francesa que era mi prima y yo dale que te dale… ¡La bomba, nen, era la bomba!’. Y ahora qué, tío, joder, ¡que ahora hay internet!”. Mientras, suena un solo de guitarra y él señala una pila con discos. Añade: “Lo que moló fue el pick up… ¡fli-pé! El soul y el rocanrol me siguen enrollando, no como el progresivo, que te salen granos si lo escuchas mucho”. Sus años de hippismo (“con 500 pelas y el pelo largo te ibas a cualquier sitio. Pero a vivirlos, nunca a visitar piedras. He podido estar en El Cairo semanas y ver una pirámide de casualidad”) cristalizan en el juguete de una Volkswagen T2 (16): “Me acuerdo de los rituales: te metías con los Levi’s en el mar para que pillaran tu forma y era como tener el traje para ir a la Luna. Ahora mis hijos los quieren ya rotos: alucino”, dice el hombre que diseñó el taburete Dúplex (1).

Adrià Cañameras

Cobi violado

Durante una de sus excursiones con el pintor (5) Miquel Barceló, le profanaron la mascota que había ideado para Barcelona 92: “Aprovecharon que estaba fuera para crear ese monstruo (7) con los brazos abiertos y marcado con el logotipo como si fuera un toro. Y le pusieron ese tono lechoso y estaba [voz de dama victoriana escandalizada] desnuuuuudo”. Por culpa de esa mascota se vio en el centro de una polémica casi cómica: Se hablaba del caso Mariscal y se acusaba a CiU de azuzar la ira contra el can. A Montalbán le parecía “un perro atropellado en una autopista de peaje”. El animal, casi escondido en una estantería de su oficina junto a un premio Goya y una copia de un New Yorker ilustrado por él (10), le dio una fama de la que ni reniega ni alardea. Eso sí, siente más facinación por la maquinita que le permite modular las voces para su conferencia teatral Colors (3) o por los videojuegos de sus hijos y sobrinos, de los que sí guarda cerca de su escritorio acuarelas firmadas por ellos (15): “El otro día unas niñas jugaban a que tenían que hacer comida porque si no los zombis llegaban y se las comían a ellas. Fabuloso. Yo, de pequeño veía las mulas [voz de campesino valenciano] ‘arreeee...’, y crecí rodeado de hazadas, hasta que, ¡hala!, flipé con el primer transistor que me trajeron de Andorra o con los platos Duralex que, ¡plas!, los tirabas y no se rompían… Pues eso, es bonito ver lo de ahora. Hay que vivir lo que te toque con gusto y no perder la curiosidad. Es que tengo teorías como de tebeo todo el rato”.

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