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Mucho más que la más rica

Rosalía Mera fue la parte invisible de Zara. Tras amasar una fortuna, y parapetada en la vida familiar, se rehízo hasta convertirse en la millonaria díscola temida por el poder político

Rosalía Mera posando en 2010 en una de las estancias de la Fundación Paideia, de ayuda a los minusválidos, con la que colaboraba.
Rosalía Mera posando en 2010 en una de las estancias de la Fundación Paideia, de ayuda a los minusválidos, con la que colaboraba. getty

No hay un estereotipo que sirva para Rosalía Mera y ella lo sabía. Vuelvo a leer la entrevista que quiso que hiciésemos para este periódico hace nueve años y me vuelvo a reír con ella, era un espectáculo de inteligencia, libertad en la expresión y alegría. En todo momento latía el desafío que se hacía a sí misma por llegar a un límite, sabía que podía desconcertar al interlocutor y le gustaba jugar. La mujer seria, irónica, severa, además de inteligente era lista y, sobre todo, alegre.

Es inevitable que busquemos la relación entre la mujer que fue y la calificación como “la más rica de España”. No podemos eludir eso porque sería absurdo, ese es el motivo por el que ahora se le dedica este espacio y, además, a ella le parecería fatal: estaba muy orgullosa de ello, incluso tenía el prurito de serlo. Si un año la revista Forbes no lo atestiguaba como debía por algún motivo ello no podía ser de su agrado, cómo iba a serlo con lo que le había costado. Desde luego que sabía lo que era y sabía quién era también. ¿Orgullosa? ¡Desde luego! Pero siempre elegante.

Su apuesta por hacer vida común en lugares corrientes era celebrada

A estas alturas los principales rasgos de su vida son conocidos, unos rasgos tan marcados, tan extremos que pueden dar una caricatura cargada de tinta. “Los orígenes mandan”, decía. Salió del mundo del proletariado coruñés, aunque ella no lo calificaría así, sino de “la gente”, “mi barrio”..., su lenguaje era personal no arquetípico. Ella se lo ganó todo a pulso, también el lenguaje. A Coruña, la ciudad donde nació y donde vivió, era y es una capital de provincia con un orden social muy claro, ella asumía su origen humilde con naturalidad y orgullo, pero conociendo perfectamente el juego de las fantasmagorías clasistas nunca pisó sus trampas, era demasiado inteligente..., y demasiado rica.

Lo que sí reivindicaba y, ahí ponía pie en pared, era su propia historia personal ligada a la leyenda de Zara, luego Inditex, ella la fundaba en un equipo de cuatro personas, dos matrimonios jóvenes, cosiendo batas y escrutando y creando el futuro. Esa leyenda está contada. Pero en realidad la Rosalía Mera que quiere ser contada nació después, tras una crisis y un alto en el camino, crisis en el matrimonio y en su situación en relación con la empresa, o sea toda su vida anterior. Entonces Rosalía se tomó a sí misma y con sus propias manos se construyó reconstruyéndose.

Era una mujer antes que nada y sobre cualquier cosa y, a continuación, madre

La Rosalía que en algún momento decidió mostrarse era una persona totalmente dueña de sí misma, se poseía. Se ganó a sí misma y hablaba desde sí misma. Y eso no se consigue sin lucha íntima y violenta y no se tiene sin tensión. Era una mujer en tensión, en latencia, en potencia. Tomó la decisión de vivir sin protagonismo público, pero al tiempo que se apartaba también vivía la tentación de mostrarse.

Teorizó su trabajo humilde en una fundación que ayudaba a jóvenes con problemas, pero era consciente de que ese camino tenía un acompañamiento teórico ambicioso. Y, como eso, las demás iniciativas, incluidas algunas inversiones empresariales. Creo que nunca se señaló adecuadamente que Rosalía Mera a partir de un momento en la mitad de su vida se puso a estudiar, no solo adquirió una formación cultural que su vida anterior desde niña le había negado, sino que forjó una verdadera intelectual capaz de argumentar consideraciones notables sobre la sociedad y sus problemas. Uno se acercaba a ella preparado para encontrarse con algún tipo de empresaria y se las tenía que ver con una intelectual perspicaz que, aun por encima, tenía toda una teoría personal sobre muchas cosas. Y así estaba ella, sabiendo que sabía, pero en penumbra. Negociando su silencio consigo misma. De todos modos hubo un momento en que quiso decir quién era, ser ella quien se contase y lógicamente eso aumentó la curiosidad por su persona, por aquel personaje de empresaria intelectual. Se transformó en un personaje atractivo. ¿Presumida? ¡Desde luego! Pero siempre elegante.

Amancio Ortega a su llegada ayer al tanatorio de A Coruña, donde se encontraba el cuerpo de su exesposa, Rosalía Mera.
Amancio Ortega a su llegada ayer al tanatorio de A Coruña, donde se encontraba el cuerpo de su exesposa, Rosalía Mera.Gabriel Tizón

Pero los rasgos de un personaje siempre son tópicos y en su persona en cambio todo nacía de una posición grave. Rosalía era mujer antes de nada y sobre cualquier cosa, y a continuación madre. La familia fue una figura fundamental en su imaginación, y por eso la ruptura de su matrimonio fue para ella un fracaso de toda su vida, y por eso su condición de madre comprendió que era su centro oculto. Pero un centro desde donde emanaba gran parte del sentido de su vida. Sobre la familia, el matrimonio, el amor entre hombres y mujeres, la maternidad..., reflexionaba en términos generales, pero en el fondo siempre lo hizo hablando de su experiencia personal, cuya mayor creación fueron sus hijos.

No dudaba en criticar las políticas antisociales y los recortes

Experiencia de mujer, siempre. De hecho, interpretaba su modo de actuar con su patrimonio, sus actuaciones como “rica”, como el modo que le es propio a las mujeres. Un modo de actuar prudente, práctico, cuidadoso en la administración de los recursos, con objetivos concretos... No es raro que para ella la parte más significativa de la historia de su empresa fuese la primera parte, antes de que Zara se hiciese visible, la parte que se basaba en un trabajo inteligentemente orientado, pero discreto y sólido. La parte más invisible de la historia, la más “femenina” si se quiere. Actuar en coherencia con ese modo de pensar suponía que ella participase a diario del trabajo de su fundación, Paideia, y de los encuentros con los jóvenes y sus familias en las localidades donde intervenía, y allí estaba ella.

Pero también entendía que las mujeres tenían un rasgo de burla y cuestionamiento soterrado del poder. Desde luego ella lo hizo. En su ciudad era respetada por la mayoría de sus conciudadanos, su apuesta por hacer una vida común en los lugares más corrientes era celebrada, pero también era una persona incómoda para quienes tejían los hilos del poder local. Y es que siendo una gran fortuna y, por tanto, un gran poder no se entró a participar de los amaños y acuerdos de los señores y, peor, además de mantenerse al margen, no disimulaba su ironía sobre las escenificaciones de poder. Pero peor aún, practicaba la libertad en su vida y en su expresión. Vale de ejemplo su compromiso con “Nunca máis!”, que fue una estupenda bofetada a un poder local y a un Gobierno que se encerraba a tejer las más oscuras complicidades. ¿Chula? ¡Desde luego! Pero siempre elegante.

A la mitad de su vida se puso a estudiar y forjó a una intelectual

La millonaria díscola que temía el poder político. Desde luego que eso le producía placer. No dudaba en solicitar subvenciones para la fundación que presidía, pero tampoco dudaba en criticar las políticas antisociales de recortes en educación y salud. Lo hacía en nombre de la sensatez que ella creía era lo más propio a las mujeres y a las madres.

No sé si queda clara mi admiración por ella, pero por si no quedase añadiré que creo que era una persona hermosa y buena y la gente buena que se muere siempre es demasiada. Pero podemos dejar a un lado el fallecimiento, recordarla como era y entonces podemos reírnos con ella, a carcajadas. A cualquier mujer, mucho más a una mujer así, es canallada consciente o ignorancia llamarla “la exesposa de”. Ella era Rosalía Mera.

Un adiós entre lo público y lo anónimo

PAOLA OBELLEIRO

La mujer avanzó con paso decidido hacia la nube de periodistas y gráficos acampados desde primeras horas de la mañana a las puertas de uno de los tanatorios más concurridos de A Coruña, esperó paciente que encendieran grabadoras y cámaras ávidas de obtener declaraciones y lanzó, sin titubear: “Soy Beatriz Quiñoy, madre de un trabajador de la Fundación Paideia, y quiero darle las gracias así como a Rosalía Mera”. Su hijo, discapacitado, trabaja como jardinero gracias a la institución creada por la empresaria coruñesa, cofundadora del imperio textil Inditex, fallecida repentinamente el jueves. “Gracias a esta fundación, a Rosalía y a su hija Sandra, mi hijo tiene vida social y yo también”, proclamó.

Que una perfecta desconocida, erigida en portavoz de los empleados de Paideia y “muchas familias de discapacitados” abriera ayer el baile de declaraciones de los cientos de personas, anónimas o personalidades de la vida pública y social, que acudieron a la capilla ardiente de la mujer más rica de España —y “la más rica del planeta hecha a sí misma”, según la revista Forbes— responde al empeño que siempre tuvo la empresaria de impregnar de normalidad y discreción su vida pese a la notoriedad inevitable que le daba su fortuna y el formidable éxito en un tiempo récord del imperio textil construido desde la nada junto a su exmarido Amancio Ortega.

La propia elección de uno de los principales tanatorios de su ciudad natal, abierto al público y compartido ayer con familiares y amigos de otros cuatro fallecidos, refleja también su dicotomía vital, a medio camino entre su fobia por el rebumbio mediático y su afán de levantar la voz, alto y claro, para alabar a los indignados del 15-M, denunciar los recortes del Gobierno en sanidad, educación o defender el derecho al aborto.

Alejado de cualquier pompa será también hoy el entierro de Rosalía Mera en la pequeña iglesia de Santa Eulalia de Liáns, en la localidad costera de Oleiros, a las afueras de A Coruña donde llevaba años residiendo. Acompañarán a sus familiares y amigos cientos de personas, además de autoridades de todos los ámbitos, acorde con la diversidad de las actividades sociales y empresariales de una multimillonaria nacida en el seno de una humilde familia del barrio más obrero de A Coruña. El presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, encabezará la representación del poder público.

Políticos, sindicalistas y personalidades de la vida social y cultural lamentaban ayer la pérdida inesperada de la activa emprendedora que atribuía su energía al hecho de “militar las 24 horas”, como recordó Pilar Mingote, coordinadora de una asociación de reclusas de la cárcel coruñesa de Teixeiro a las que Mera ayudaba. “Es un palo muy grande”, lamentaba a las puertas del velatorio la directora de la productora Vaca Films (Celda 211), Emma Lustres. “Superaba la imagen de una empresaria, ojalá todos fuesen así”, elogiaron los principales dirigentes sindicales de Galicia.

Destacar su incansable afán por hacer visible en la sociedad a discapacitados y excluidos sociales fueron repetidas reiteradamente entre las palabras de cariño y recuerdo que las múltiples autoridades que acudieron al tanatorio. “Una mujer poderosa y no precisamente en lo material, sino en la otra parte del ser humano”, subrayó la cantante Luz Casal. “Pese a su privilegiada posición social y a algunas contradicciones empresariales”, destacó en un comunicado la plataforma para la defensa de la sanidad pública, “Rosalía Mera siempre mantuvo unas posiciones claras en contra de la política de desmantelamiento del sistema sanitario público”.

Extremadamente celosa de su privacidad, su hija, Sandra Ortega Mera, así como dos de sus tres nietos, ambos adolescentes, aguantaron estoicamente ayer el acoso de las cámaras en sus escasas idas y venidas al exterior del tanatorio. Apenas existían hasta ayer fotos públicas de todos ellos. Estaban con su madre y abuela, de vacaciones en Menorca, cuando ésta sufrió un derrame cerebral en la tarde noche del miércoles. “Fue algo repentino”, confirmó José Machuca, médico de la familia y “amigo de siempre”. Pero al confirmarse la irreversibilidad de su estado, “vimos que era mejor traerla” para su ciudad natal, donde fallecería el jueves sobre las 20.30. Tenía 69 años.

Su exmarido Amancio Ortega, dueño de Inditex, también se pasó buena parte del día acompañando a su hija y nietos en la capilla ardiente. Haciendo gala de su habitual campechanería, en mangas de camisa y sin corbata, Ortega no rehuyó mezclarse en la cafetería o en los pasillos del tanatorio con los familiares de otros fallecidos que también estaban velando a los suyos. Por la tarde, coincidió allí con el presidente del grupo Inditex, Pablo Isla. Ni uno ni el otro, al igual que el resto de la familia de la fallecida, hicieron ningún tipo de declaración pública. El afán de que el sepelio — hoy a las 11.00— de Rosalía Mera Goyenechea sea sencillo y rodeado de normalidad, en la medida de lo posible, es prioritario para su familia. Aunque todo apunta a que no cabrá ni un alfiler en la pequeña iglesia de Santa Eulalia de Liáns, en cuyo cementerio recibirá sepultura.

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